No es una novedad el hecho de que la credibilidad de distintos titulares de espacios en los principales medios de comunicación corporativos ha sufrido una fractura en los últimos años, de la mano a los cuestionamientos sobre su relación histórica con el poder político y económico del país. Estos cuestionamientos se han dado fundamentalmente desde espacios alternativos con menor proyección, redes sociales, la calle y por el propio presidente. Pero lo cierto es que se daban en paralelo a toda una construcción narrativa de los grandes medios, en la cual esta crítica no existe fuera de la mañanera y, por tanto, se sitúa convenientemente como el embate presidencial contra la “libertad de prensa”.
En los dos últimos meses esta convivencia paralela se rompió. Empezó como una entrevista propiciada por Carmen Aristegui con Rafael Barajas, El Fisgón, a propósito de los cuestionamientos a su cobertura sobre lo que aún llaman “la casa gris”. Más tarde, el noticiario de Ciro Gómez Leyva en Radiofórmula integró a su programación una mesa de debate del conductor con Epigmenio Ibarra los miércoles. Finalmente, el noticiero de Azucena Uresti, en la misma cadena de radio emuló la fórmula con El Fisgón, a quien hace un par de semanas anunció como invitado regular los viernes.
Pero los invitados no sólo hablaron a convocatoria de los titulares de los espacios, sobre una agenda propuesta y controlada por ellos. Por primera vez presenciamos una suerte de irrupción donde los estos cuestionan frontalmente sus prácticas periodísticas y editoriales, una cosa que ocurre, como decía, en el terreno de las redes sociales, sin que ellos, los dueños del micrófono, verdaderamente tuvieran que explicarse con nadie. Y ahí, frente a Epigmenio Ibarra y el Fisgón, tuvieron que escuchar, responder, discutir y defender su trabajo, a micrófono abierto, lo que fue recibido por una amplia audiencia como una oportunidad de que sus propias voces llegaran a quienes por tanto tiempo han visto como portadores de oídos sordos.
La última discusión entre Azucena Uresti y El Fisgón terminó en la decisión de él de no volver a una siguiente cita, en medio de una irreconciliable visión sobre lo que es la ética periodística. Días más tarde La Jornada dedicó al tema su Rayuela (o eso interpretamos muchos) bajo el mensaje de que “no todo espacio es trinchera”. Y quizá así sea. Quizá no es ese el escenario más propicio para trascender el conflicto y contribuir a la transparencia y persuasión sobre una diversidad de temas. No lo sé, no tengo una conclusión al respecto y desde luego respeto absolutamente la decisión del Fisgón, a quien admiro y respeto.
Lo que sí pude ver, a la luz de estas experiencias, es que la impunidad del micrófono unilateral se quebró, abriendo camino a una inédita rendición de cuentas con las audiencias, que quienes tenemos acceso a un micrófono, debemos entender como una evolución en la relación con quienes nos ven o escuchan.
POR AZUL ALZAGA
PERIODISTA
@AZULALZAGA
MAAZ