Para el español de la calle, Gonzalo García-Pelayo (Madrid, 74 años) es el tipo que en los noventa arrasó en los casinos gracias a un sistema legal para ganar en la ruleta que, aplicado por él y su familia, les convirtió en millonarios. De ello salió hasta una película, Los Pelayos (2012). Para los aficionados al flamenco es un locutor de los años setenta que se convirtió en el productor que impulsó discos de Labordeta, Lole y Manuel y, sobre todo, Triana. ¿Es el padre del rock andaluz? “No tanto, no tanto, aunque…”, sonríe. Para los cinéfilos, es el director de la comedia underground Vivir en Sevilla (1978), Alegrías de Cádiz (2013) y correalizador del documental Nueve Sevillas (2020) junto a Pedro G. Romero —gurú intelectual de la revolución flamenca—. “El cine es con mucho lo que más me llena”, confiesa.
García-Pelayo no entiende de descansos. No para. En su ritmo vital frenético se mezclan cuestiones matemáticas, su manejo de las criptomonedas, una editorial de libros, la producción musical y cinematográfica, su mudanza a Buenos Aires… Cada paso agiganta la leyenda de García-Pelayo. Por cierto, los locales de juego le prohibieron la entrada a sus instalaciones hasta que este emprendedor ganó el recurso en el Tribunal Supremo. “Ocho años sin pisarlos. ¿Sabes lo que supone eso en lucro cesante?”, cuenta entre risas y veras.
Pero siempre, el cine. Y por eso se planteó, y ha completado, un reto: rodar un puñado de películas en un año (de abril de 2021 a abril de 2022). Lo que en origen iban a ser siete se han convertido en 10+1 (más uno porque finalmente él no pudo dirigir una, Arde, por la covid), dos de las cuales ya se han visto en el festival argentino Bafici. Sus trabajos previos podrán recuperarse en la retrospectiva que desde el 23 de mayo le dedican Documenta Madrid y el Museo Reina Sofía.
Durante una hora larga de charla, García-Pelayo no rehúye ni un tema. Los encara con la muletilla: “No íbamos a hablar de esto, pero ¿por qué no? Yo te lo cuento”. Así, conversará sobre lo divino y de lo humano. Empezando por lo artístico, aclara la buena salud de la Serie Gong, su editorial de libros, su productora musical y su empresa de cine. “Yo soy un detector de talentos. Me gusta. Y ahora estoy emocionado, en el cine, con el argentino Santiago Loza, al que estoy apoyando”, explica. A través de ella y de La Zanfoña, la productora de Gervasio Iglesias, el responsable de la mayor parte del cine andaluz, empezando por el de Alberto Rodríguez, ha levantado las 11 películas. “Empezamos pensando en siete, y alguna de ellas se ha desdoblado. Ya solo quedan tres por montar, entre ellas Siete jereles, la que he codirigido con Pedro G.”, y echa a reír. “Hay una muy fácil, la novena, porque es un plano secuencia en el que hemos rodado una conversación con el escritor Agapito Maestre, es la primera vez que he hecho algo así”. Y explica que está editando rápido porque quiere presentar alguna al festival de Locarno en agosto. “El suizo es el certamen del cine más de autor, cercano a lo que yo intento. Me gustaría ser como el coreano Hong Sangsoo”, es decir, dirigir dos o tres filmes al año que se conviertan en el placer de los festivales. “Esa es mi ilusión, sí”.
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Para el resto ha viajado. Lejos. “Las localizaciones ya las tenía, de viajes precedentes que había hecho con mi última mujer, y siempre pensaba que por qué no se había rodado ahí”, cuenta. García-Pelayo ha tenido cuatro esposas y cinco hijos. “Después de que me dejara la última, decidí plantearme las relaciones de otra forma”. Las digresiones en el discurso del cineasta son homéricas. Pero merece la pena ir detrás de ellas. “Por eso me mudo a Buenos Aires, donde tengo casa. Este año he ido pidiendo en matrimonio a muchas mujeres. Y al final tres me han dicho que sí. Así que me voy a casar allí con las tres”.
De cada película habrá su correspondiente making of. “El número de películas ha aumentado porque, por ejemplo, había una muy compleja, con muchas localizaciones en España y Portugal, y la hemos dividido en Alma quebrada y Así se rodó Carne quebrada. En la India nos pasó igual, al final hicimos dos: Chicas en Kerala y Diario tamil. Con añadir un actor y otras tramas salieron dos películas. Casi nos volvemos sin material, y hubo suerte. La covid nos dio guerra, y eso que era al final de la aventura. En Kazajistán, donde empezamos, también lo pasamos mal para filmar Ainur por la pandemia”, enumera. Y todavía faltan las rodadas en Argentina —entre ellas Arde—, la de animación y las filmadas en Sevilla. “En el camino sentí que faltaba algo erótico, sexo, y así surgió Tu coño. La han calificado X, aunque yo voy a luchar por que la abran al gran público”.
Pero ¿por qué tantas? ¿Por qué ahora? “Gervasio está convencido de que el cine va a dar un gran cambio. Y le conté esto y le entusiasmaron todos los ingredientes disruptivos de mi idea con respecto a las películas industriales. Él ha puesto orden en este año de trabajo. Han sido rodajes baratos, aunque hemos pagado a todos, ¿eh? Las películas duran unos 70 minutos cada una, y pueden verse sueltas, por supuesto, porque no se parecen entre sí. En septiembre sí hemos coordinado un ciclo en la Cineteca de Madrid para proyectarlas juntas. Y luego buscar una plataforma digital que permita al público acceder a ellas”. ¿Le importa el público? “No me queda más remedio que ser un artista de museo, yo ya he renunciado al gran público. Ya no conecto con la audiencia. Cuando estaba activo en la música sí lo lograba, hoy la sociedad camina por otro lado. Vivo una época más de ensimismamiento y de estar y hacer con amigos”. Y recuerda que tampoco los dos directores que más admira, Dreyer y Ozu, fueron aceptados fácilmente en algún momento de su carrera. “Sin querer compararme, pero, oye, a Dreyer le patearon Gertrud”.
El cine le ha obligado a cierta disciplina, de priorización del tiempo. “Si no, estaría mucho más con las matemáticas”, confiesa. En su conferencia en el Reina Sofía el próximo lunes 23 se centrará en la conjetura de Goldbach y los números primos. “A ver cómo me sale”, dice enigmático. “Si hay aceptación a mi solución, daré la vuelta al mundo hablando de ello”. De matemáticas sabe, como quedó claro en los casinos, y ahora al volver a hacerse millonario con las criptomonedas. “Me siento un observador de números. Y de ahí extraje conclusiones filosóficas sobre la suerte: hay un límite para la buena y para la mala. Con un paso se pasa de las matemáticas a la filosofía, como demostraron Bertrand Russell y la música de Bach”.
García-Pelayo se considera desobediente puro. “No me gusta que el Estado imponga tantas prohibiciones. Por eso me define tanto el título de una de estas películas, Dejen de prohibir que no alcanzo a desobedecer todo. Eso sí, no seas protestante. En vez de protestar, gasta las energías en desobedecer”, apunta. “Prefiero que el Estado mengüe y mengüe. ¿Lo llaman derecha liberal? Me vale”.