Cada día es más complejo manejar las restricciones alimenticias a la hora de invitar a la familia o a los amigos a comer. Alergias, intolerancias, dietas, gustos y disgustos… En fin, hay que aprender a llevar coca o a comer con la mente un poco más abierta y una pizca de buena voluntad, pues hay que considerar que la canasta familiar está por las nubes, la oferta de muchos productos con este invierno ha venido cambiando y, la verdad, si uno invita es para recibirlos con amor y buena comida, no con tanta exigencia.
En general, todos cabemos en la misma mesa. Los acompañamientos y una buena ensalada son básicos en la mayoría de combinaciones. Somos una cultura que normalmente muere por el plátano maduro, un arroz esponjado, quizás una papa si el precio lo permite, o una yuca si el invierno merma un poco. Y eso que no hablamos de las sopas, ya que hay una para cada ocasión, y para cada restricción.
Desde niños aprendimos que las sopas son un acompañamiento o un primer plato trancado, lleno de sabores y colores, al que cada región le pone su sazón, bien sea con un buen pedazo de hueso, pescado o simplemente muchas verduras. Las sopas son insignia de nuestra cultura, y estoy segura de que somos más los que preferimos un buen caldo que mil remedios de nuestras mamás ante cualquier enfermedad.
Ahora, no puede faltar la proteína, que también juega un papel fundamental. Esperamos que en los hogares mejore la alimentación gracias a la multiplicidad de opciones que tenemos en este área: granos, carne, pollo, pescado e incluso productos de soya, forman parte de lo básico que podemos compartir como familias. Una mesa para todos es una forma de mantenernos unidos, congregar amigos y hasta hacer rifas para soluciones que necesitan uno que otro aporte extra, como las lechonas benéficas, empanadas bailables y hasta los chocolates bingo del barrio.
Como dicen las abuelas, cada día trae su afán, y más allá de las altas y bajas, todos esperamos siempre poder llegar a casa a comer y compartir unos minutos en torno a un plato de comida. Es una necesidad básica que cada día cuesta más en este país, y en varios lugares del mundo. Es fundamental asegurar la calidad de vida de nuestros niños y nuestros viejos, por eso hoy, más que nunca, lo fundamental es comer lo que producimos local, lo que, de alguna forma, el entorno en el que vivimos sea el Caribe, el Pacífico, las montañas o la selva, nos permite tener de forma directa.
El palo de esta cuchara cada día está más complicado, y eso hace más importante el compartir, distribuir y reciclar todo, pues esto nos permite tener un plato más amplio, y quizás una semana con más comida en la mesa. No estoy siendo apocalíptica, ni tengo intención de meterme en rollos ideológicos. Lo pienso viendo cómo mis vecinos de casa cambian huevos por queso, gallina por cereales, y así sucesivamente.
Estamos inmersos en una situación tan compleja hoy como país, que tal vez deberíamos estar trabajando en conjunto y no por genialidades absurdas o trapos de colores, sino por garantizar lo básico necesario para poder seguir creciendo en nuestro campo. Esto, a su vez, garantizará el sustento de nuestros niños y mantendrá el sector de la comida, restaurantes, plazas y hasta tiendas, activo. Es un ejercicio mentalmente necesario, priorizar con realidad y fundamento, sin un romanticismo extraño, pensando en nuestra mesa, una donde todos quepamos y donde cada uno pueda aportar y beneficiarse convirtiéndose en una necesidad cubierta. Una mesa que sea apta para toda la familia, no solo la cercana, la que comparte nuestros apellidos, sino la extendida, esa que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra vida, de nuestro andar.
Aptos para toda la familia también son los postres de Madame Sucree (@MadameSucree). La verdad es que cada vez que encuentro un emprendimiento así, agradezco el riesgo que toman las personas al crear delicias alternativas, con las cuales se pueda ser incluyente con amigos y familiares diabéticos, veganos, intolerantes al gluten e inclusive conmigo misma, que de vez en cuando me arriesgo a una dieta keto, acompañada de buen ejercicio. Lo primero sería contarles que a mi casa llegaron dos deliciosas tortas hace unos días, que abrí con beneficio de inventario, pues uno siempre se imagina que todo lo que tenga esas características es insípido y aburrido. Tenemos en general la falsa creencia que lo sabroso es ilegal, inmoral o engorda, y nooooo, para nada. La pastelería de Madame Sucree entró a educarme en el tema, y me dejó noqueada de felicidad y amor. No tienen ni idea del sabor y la suavidad de sus productos.
Empecemos por tortas como la choco nueces, la coco-loco, el cheesecake tentación o la choco keto… Mejor no las sigo mencionando porque me voy ya por una, llamo a mis amigas y pongo a hacer café fresco. Hagan la tarea de buscarlas, para que de nuevo hagan feliz a ese tío diabético que no podía partir torta en su cumpleaños, a las amigas del gimnasio que parecían condenadas a no poder probar nunca más un chocolate, o a los compañeros de trabajo veganos a los que solo les dábamos fresas sin crema como postre. Las cosas están enredadas, así que vale la pena que compartamos con algo que a todos nos guste, y nos de felicidad.