En muchos aspectos, podríamos decir que vivimos una vida mucho mejor que nuestros antepasados. Tenemos a nuestra disposición cosas que ellos ni siquiera pudieron llegar a soñar, nunca en la historia de la humanidad había habido tanta comida disponible (al menos en los países desarrollados), ni habíamos vivido más cómodamente.
Sin embargo, ¿vivimos mejor que ellos? Hay multitud de problemas físicos y mentales que afectan a millones de personas. Patologías como la obesidad, la hipertensión, la diabetes, la ansiedad, la depresión o los problemas de espalda, afectan la vida de muchas personas. Para solucionar estos problemas, la medicina convencional suele poner el foco en aliviar los síntomas y no sus auténticas causas.
Para Antonio Valenzuela, fisioterapeuta, máster en psiconeuroinmunología clínica y experto en terapia ortomolecular, la cosa está clara: lo que ocurre es que existe un conflicto en cómo vivían nuestros antepasados y cómo vivimos nosotros. Nuestros genes se forjaron en la adversidad, generando respuestas protectoras frente a desafíos ambientales como el frío, el calor o los ayunos involuntarios por falta de alimento. En cambio, en la actualidad pasamos jornadas maratonianas sentados, continuamente estresados e inundados de comida que nos engorda pero no nos alimenta.
Antonio acaba de publicar ‘Hijos de la adversidad’, un libro en el que defiende la necesidad de actuar según nuestra genética, incorporando a nuestro día a día los estímulos para los que nuestros genes están preparados para responder. Hemos hablado con él para que nos explique cómo hacerlo.
¿Está nuestro cuerpo preparado para la vida moderna? ¿Somos todavía un poco monos cazadores-recolectores?
Efectivamente, yo creo que más bien la segunda opción (risas). Hay una frase que me gusta mucho, que no sé exactamente de de quién es, pero que viene a decir algo así como que “las ciudades nos enferman” y yo estoy de acuerdo al 100%.
El ser humano ha experimentado una revolución tecnológica brutal que nos ha dado unos grados de confort inimaginables. Tenemos vidas muy fáciles, aunque yo dudo que sean vidas más felices. Pero debido a esta comodidad en la que vivimos, hemos hipotecado nuestra salud.
Hay una frase que has escrito en el libro respecto a esto que me ha parecido muy interesante: “los genes cargan la pistola, pero es el estilo de vida quien aprieta el gatillo”.
Se habla mucho de la carga genética, de su impacto en nuestra salud, pero muchas veces son más importantes otras herencias como por ejemplo los hábitos. Por ejemplo, es muy posible que tengamos los mismos vicios que tenían nuestros padres a la hora de comer o a la hora de realizar ejercicio físico. Entonces, si llevamos una vida parecida a la que llevaban nuestros padres, es muy posible que suframos las mismas patologías independientemente de que tengamos o no una predisposición genética.
¿Y qué podemos hacer al respecto?
¡Esa es la pregunta del millón! Pero tranquilo porque no te voy a decir que hay que dejarlo todo e irnos a una cabaña a Alaska como en una novela de Jack London, aunque eso podría ser una opción. Pero desgraciadamente o afortunadamente no podemos hacer eso.
Una forma de mejorar sería eso que dice Marcos Vázquez de “ser biológicamente salvaje pero socialmente civilizado”. Se trataría de introducir en nuestra vida moderna pequeñas dosis de estímulos que nos acerquen a nuestro pasado.
En nuestro organismo ocurren reacciones casi mágicas cuando nos exponemos a las adversidades para las que genéticamente estamos preparados. El ayuno intermitente, pasar algo de frío, pasar algo de calor, el ejercicio físico intenso o los retos cognitivos, hacen que se activen en nuestras células respuestas muy poderosas, que reparan, compensan y nos fortalecen.
¿Sabes esa frase de Nietzsche? Aquello que “lo no te mata, te hace más fuerte”. Pues eso es lo que yo propongo en el libro: volver a esos estímulos que nos hicieron seres humanos, que modificaron nuestra genética, para los cuales nuestras células están perfectamente acostumbradas. Y no solo eso, sino que lo necesitan para fortalecernos. Una ducha de agua fría, tomar de vez en cuando una sauna, darnos baños de agua caliente, comer alimentos amargos…
Ahora entraremos en esas técnicas, pero me llamó la atención que le dedicaras un capítulo entero a la respiración. ¿Por qué es tan importante?
¡Y quizá un capítulo es poco! La respiración es algo tremendamente potente y a lo que le prestamos muy poca atención. Si actuamos conscientemente sobre la respiración, podemos actuar sobre el sistema nervioso que controla la respiración. Es decir, podemos utilizar la respiración como una palanca para activar o desactivar el sistema nervioso vegetativo o para activar la parte que nos relaja, el sistema nervioso parasimpático.
Este sistema activa un nervio, que se llama el nervio vago, que mejora las digestiones, controla incluso la inflamación general de nuestro organismo y tiene efectos poderosísimos a nivel de todas las vísceras.
La respiración es un arma muy potente para controlar el estrés, con diez respiraciones lentas, profundas y constantes, nos calmamos. Y eso funciona en el 100% de las personas.
Una de las cosas que propones es darse duchas de agua fría o pasar calor, ¿cómo recomiendas que lo hagamos y qué efectos tiene eso?
Exponerse a temperaturas extremas provoca respuestas de nuestro cuerpo muy interesantes. Una ducha de agua fría hace que nuestro cuerpo segregue noradrenalina y beta endorfinas a cascoporro. Es decir, se empieza a generar sustancias que nos activan, que nos ponen en modo focus y de buen humor. Instantáneamente. Podrá ser más o menos agradable, pero activa nuestro cuerpo de una manera brutal.
Por otro lado, cuando sometemos nuestro cuerpo a mucho calor se activan unas proteínas dentro de las células que se llaman proteínas de choque térmico que las protegen de multitud de daños externos. El calor de las saunas también hace que nuestro corazón se ponga a trabajar para disipar ese calor, lo que funciona como un entrenamiento cardiovascular, entre otras muchas propiedades más.
¿Cada cuánto recomiendas que nos demos una ducha fría o vayamos a la sauna?
Con la ducha lo ideal sería todos los días. Podemos empezar poco a poco, duchándonos a temperatura normal y, una vez que hemos terminado, ir reduciendo la temperatura buscando nuestro límite. Cada día podremos bajar un poco más y aguantar más tiempo. El objetivo es aguantar un minuto con agua fría, pero a partir de los 30 segundos ya comienza a ser interesante.
La sauna es algo a lo que no todos tenemos acceso. Si podemos hacerla una vez a la semana es perfecto, si no es posible, podemos sustituirla por un baño caliente. Si tampoco tenemos bañera pues tendremos que esperar al verano y someter a nuestro cuerpo al calor durante esa época.
Quizá el tema más importante que trata en el libro es la alimentación. ¿Nos podrías dar algunos tips básicos para alimentarnos mejor según tu criterio?
Claro, la primera recomendación es huir de los alimentos ultraprocesados que vienen empaquetados y tienen más de cinco ingredientes, con ingredientes que no reconocería nuestra abuela. Tenemos que sustituir esos alimentos por otros de origen natural.
Otro punto fundamental es la variabilidad alimentaria. Cuando vivíamos de la caza y la recolección estábamos muy acostumbrados a comer diferentes variedades de vegetales como día, comíamos todo lo que teníamos a nuestro alcance. ¿Y qué ocurre? Que cada planta tiene unos químicos, unos principios activos diferentes y nuestros genes se acostumbraron a recibir gran de ellos. Hoy en día la alimentación es muy restrictiva. Es decir, comemos lechuga, canónigos, tomate, cebolla y poco más.
Hay estudios que nos dicen que comer 50 tipos diferentes de plantas cada semana, es tremendamente beneficioso para la salud. Esto puede parecer difícil, pero si lo llevas a la práctica verás que no, dentro de esas cincuenta plantas tenemos que contar especias, infusiones, frutas, verduras y hortalizas.
¿Y cómo queda la carne y el pescado en todo esto?
No hay ninguna cultura que haya sido vegana por elección. La proteína animal es muy necesaria y para estar saludables necesitamos productos animales, pero no todo tiene que ser carne. Es muy interesante el pescado, los frutos del mar. De hecho, si queremos adoptar el veganismo, tendremos que tomar suplementos de Omega 3 y de vitamina B12.
Quizá podríamos seguir el ejemplo de la dieta de las tribus yanomami, que está basada en un 85% en vegetales, pero si tienen posibilidad de cazar algún animal, se lo van a comer.
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