Mick Jagger y Keith Richards estudiaron cuando eran pequeños en una escuela primaria de Dartford (Kent, Inglaterra). La secundaria la estudiaron separados y no se volvieron a ver muchos años después. La leyenda cuenta que ambos se reencuentran la mañana del 17 de octubre de 1961 en la plataforma 2 de la estación de tren de Dartford. Mick se dirigía a la afamada London School of Economics: su padre quería que fuera diplomático. Keith iba a la Sidcup Art School para sus clases de dibujo: había provocado su expulsión de la Dartford Technical School porque odiaba el rugby y la carpintería. Ese día nada de eso importó: el destino se pronunciaba.
Jagger llevaba consigo algunos discos de Muddy Waters y Chuck Berry. Richards quedó alucinado. Ambos estaban fascinados por el rhythm & blues de Estados Unidos. Para Jagger, la economía y la diplomacia quedarían como algo anecdótico. A Richards le cayó una epifanía al ver esos discos en manos de su ex compañero escolar, que desde esa mañana sería su hermano. Ambos querían emular a sus ídolos afroamericanos: intuyeron que podían hacerlo. Y lo hicieron.
Ese encuentro fue el disparador de la llegada de los demás miembros de lo que sería la banda oficialmente en sus inicios: Brian Jones, Bill Wyman y Charlie Watts. Con estos integrantes los Rolling Stones aparecen en la escena musical para irrumpir con una apuesta atrevida en lo musical y en la imagen. Asumieron que no podían ser chicos lindos y buenos. Para eso estaban los Beatles: al menos en imagen. Ellos debían ser los malos, los peligrosos: la tentación perfecta para todas las chicas del mundo. Tenían que ser los hijos del diablo.
Y lo fueron, Andrew Loog Oldham, su mánager de los años aurorales, aprovechó el espíritu conservador de la época en Inglaterra para provocarlo y darle una identidad lasciva y lujuriosa al grupo. Con esa intención creó el famoso eslogan: ¿Usted dejaría que su hija se case con un Rolling Stone? Muchas noches de pesadillas tuvieron aquellos padres de familia. Los temores eran reales.
Así proyectaron su imagen y también la legitimaron con el famoso tema Sympathy for the Devil (Beggars Banquet, 1968). Sus majestades satánicas se bautizaban con esa canción y el show business los recibía con los brazos abiertos. Música y negocios iban de la mano. Ellos lo comprendieron rápido. El problema es que uno de ellos perdió la brújula: no era un chico malo, era un chico extraviado en un laberinto de excesos y dolor: Brian Jones. Su muerte se convirtió en el estigma trágico de la banda.
Es de justicia referirse a Brian Jones en cualquier artículo conmemorativo sobre los Rolling Stones: muchas veces se le olvida. Es imperdonable: él fue un eje determinante para la composición y la construcción de la identidad del grupo. Para empezar, él concibió el nombre. Lo extrajo de la canción Rollin’ Stone del músico de blues Muddy Waters. Un tributo a los bluseros que admiraban y amaban.
Hijo de una familia de clase media alta, Brian Jones respiró música desde sus primeros años de vida: su padre era un ingeniero aeronáutico y un apasionado del jazz. Su madre era profesora de piano. Un escenario idóneo para constituir su conexión musical. Sin embargo, creció como un joven desbordado y autodestructivo. Dejó embarazada a una chica cuando él tenía 15 años y se dice que tuvo cinco hijos no reconocidos. Su relación con las mujeres era de terror: cuando se extravió en el exceso de drogas duras y alcohol las golpeaba y azotaba. Una locura.
Lo paradójico en Brian era su virtuosismo musical y sensibilidad. En ese ámbito había talento y pureza de sentimientos. No tocaba algunos instrumentos, tocaba muchos: guitarra, bajo, cítara, armónica, violoncelo, teclados, trompeta, marimba, xilófono, clarinete, acordeón y arpa. Un artista de otro mundo.
El problema fue su carácter autodestructivo: lo arruinó. Las drogas literalmente le quemaron el cerebro. Perdió sus habilidades musicales; ya no tocaba ninguno de los instrumentos que había aprendido en casa, ni siquiera la guitarra. Los demás integrantes de la banda lo despidieron. No hubo forma de ayudarlo. Se convirtió en una carga demasiado pesada. Una decisión dura, pero inevitable.
Después de un mes de haber sido desvinculado del grupo que contribuyó a formar muere ahogado en la piscina de su casa. Fue el 3 de julio de 1969. Un hecho trágico poco esclarecido y que dolió aún más por eso.
El reemplazante de Brian Jones fue Mick Taylor y solo duró cinco años en la banda (1969-1974). Reconoció que se había descontrolado demasiado y lo mejor era irse. Se dice que Keith Richards, quien ya andaba desbordado con la heroína, era una de las malas influencias que perturbó el equilibrio emocional del guitarrista. Luego, arribó a la banda Ronnie Wood: tipo carismático y divertido, ideal para que la fiesta continue.
Los Stones, pasada la mitad de la década de los sesenta, se consagraron y se convirtieron en la música de una generación decidida a ejercer su libertad individual, dándole la espalda al conservadurismo de sus padres. Un hecho que provenía de todo el rock, pero ellos poseían un ritmo conectado a la sensualidad: su arma más poderosa.
Los años setenta marcaron un poco el descontrol de otros de sus integrantes: Keith Richards. La heroína lo transformó en un sujeto arisco y violento: portaba una pistola para intimidar a cualquier ingenuo que se atreviera a incomodarlo. Pocas veces se sentía a gusto en esos años. Finalizando la década pudo librarse de esa adicción. Jagger se pasó casi 10 años gestionando la banda desde lo creativo hasta lo comercial. Richards era un zombie.
En los ochenta llegaron las presentaciones en los grandes estadios y las largas giras: mucho dinero y glamour. Las promesas cumplidas del rock ‘n’ roll. No sabemos si obtuvieron la felicidad, pero tan mal no la pasaron. Eso es seguro. Ninguno de ellos se ha quejado.
Los noventa es una década de afirmación: estuvieron algunos
años sin tocar porque Jagger y Richards se aventuraron a ser solistas. Funcionó
a medias y asumieron que como banda eran los mejores. No se sintió la partida
de Bill Wyman, quien ya estaba agotado de ser un Rolling Stones en actividad:
se retiró en 1994. Esos años demostraron que se encontraban renovados y que las
grandes giras seguirían siendo divertidas: para ellos y para la gente. Además,
ampliaron sus horizontes, llegaron por primera vez a Sudamérica para
presentarse en México, Brasil, Argentina y Chile. Éxtasis absoluto.
Igual, en el nuevo milenio, su influencia musical siguió
vigente: nadie los olvidaba. Seguían sonando en las vidas de la gente: nuevas
generaciones eran conquistadas. Hicieron conciertos apoteósicos, inéditos por
la cantidad de gente: en Río de Janeiro en el año 2006 más de un millón de
personas en la playa de Copacabana. Y en Cuba, que parecía que los tiempos
cambiaban en el año 2016: más de medio millón de personas en el Complejo de la
Ciudad Deportiva. La seducción parecía diabólica. Hay leyendas sobre eso.
Y aquí en el Perú, cada vez que se planeaba una gira en Latinoamérica, la gente soñaba. Y todo era un sueño. Nada más. Temas de impuestos, de espacio y de que eran caros: esos eran los escollos que siempre se referenciaban. Hasta que el sueño se hizo realidad: llegaron y para tocar. No como en los años sesenta: Jagger y Richards en una visita lisérgica que a nadie le importaba. Tampoco para grabar Fitzcarraldo (Herzog) en la selva de Iquitos, como Mick Jagger hizo en 1981, donde lo más memorable de su participación actoral fue hacer raspadilla junto a Jason Robards. Todo para que al final las escenas de ambos fueran eliminadas: Robards tuvo que abandonar el rodaje porque enfermó de disentería y el cantante tenía que salir de gira con la banda y grabar el álbum Tatoo You (1981).
Sin embargo, el año 2016 los Rolling Stones como parte de su
gira por América Latina Olé Tour hicieron sonar la magia de su música. Más de
40 mil personas en el Monumental de Ate. Las primeras palabras de Mick Jagger
fueron: “Hola mis causitas”. Luego, en un español esforzado, dijo: “Keith y yo
venimos en los setenta al Perú. Cincuenta años después finalmente estamos
tocando en Perú”. El público lloró y también gritó de emoción. No interesó que
a Mick le salieran mal las cuentas: él y Keith Richards vinieron en 1969 y
fueron desalojados del hotel Bolívar por estruendosos, digamos. Entre esa época
y el 2016 son 47 años. No es relevante, solo un apunte.
Lo relevante es que deslumbraron como siempre lo han hecho en
los distintos países que han tocado. Lo relevante pasa porque es una banda con un
espíritu vital enorme. Han transitado por diversidad de experiencias artísticas
y personales. Las personales han sido intensas: cárcel por inmorales, drogas y
alcohol para afrontar los innumerables conciertos, amores locos con bellas,
pero virulentas mujeres: allí están Anita Pallenberg y Marianne Faithfull. La
primera: novia de Brian Jones y después conyugue de Keith Richards. La segunda:
la musa de Mick Jagger. Ambas golpeadas por las drogas. Se recuperaron, pero no
fue fácil. Siempre quedan algunas huellas.
En la actualidad, Mick Jagger, el frontman de la banda: es una especie de director creativo y manager. Todos los detalles de los Rolling Stones pasan por sus manos. Para él quedaron atrás los años excesos, desde hace tiempo —décadas— es un tipo cuidadoso en su dieta. Muchos vegetales sin ser vegano y lleva a cabo una rutina diaria de cuatro horas ejercicios que lo mantienen vital. Y el yoga también: no podía faltar. Esos saltos con casi ochenta años deben tener una explicación.
Con Keith Richards, el guitarrista del eterno cigarro, la vida también está mucho más calmada: su peor época fueron los años setenta. Eso es pasado. Hoy solo se preocupa por las giras con la banda y abordar proyectos personales donde el blues y el jazz siempre emergen. Antes de los conciertos disfruta —con moderación— su whisky favorito: Jack Daniels. Si alguien le cae bien, invita con una sonrisa cómplice. La muerte de Charlie Watts el año pasado (2021) fue un golpe brutal para él: su homenaje en sus redes sociales fue la foto de una batería que decía: Closed. Está casado con Patti Hansen desde 1983 y ella no ha dejado de amarlo.
Lo de Bill Wyman es oscuro, no por la cantidad de romances que tuvo: se indica que fue el más activo seductor del grupo en los años sesenta. La controversia que lo rodea está vinculada con su matrimonio con Mandy Smith en 1989, cuando ella tenía apenas 16 años: una menor de edad. Sin embargo, la había conocido y seducido a los 13 años. La prensa británica de aquella época nunca cuestionó el hecho, solo cubrió con una gran cobertura el matrimonio.
Quizás Charlie Watts fue el más ecuánime. El baterista imperturbable nunca se separó de su esposa Shirley Ann Shepherd. Tuvo a mitad de los ochenta un internamiento por problemas con la heroína, pero duró poco. Su pasión no solo por el rock lo ha mantenido vital, también el jazz: tenía una banda de este género musical y eran conocidas sus giras por Europa. El grupo y el público lo extrañan. El Stone más reservado y elegante.
Ronnie Wood también tiene lo suyo: aproximadamente siete internaciones para desintoxicarse de drogas y alcohol y tres matrimonios, pero como algunos dicen: a la tercera va la vencida. Su actual esposa, Sally Humphrey, 34 años menor que él, es productora y actriz de teatro: ella lo ha conducido hacia una vida más reposada sin perder su actitud creativa. Woods sigue tocando y también pinta. Es un artista visual que posee una enorme obra donde la cultura popular es dueña de una gran presencia. También conducía un programa de radio: The Ronnie Wood Show. Un súper éxito.
Una vida significativa dentro y fuera del escenario. Lados bien oscuros: excesivos, autodestructivos, lascivos, lisérgicos y también lados con luz: creativos, comprometidos, audaces, y vitales. Los Rolling Stones es una de las bandas más grandes del rock: amados por muchos y también detestados por algunos cuantos. Eso es lo de menos: 60 años sobre un escenario no es poco. Se presentaron por primera vez el 12 de julio de 1962 en el Marquee Club y siguen vigentes. Vigentes más allá de la edad, de las pérdidas de otros integrantes, de otros amigos. La música va a seguir siempre.
Dice la leyenda que sí hay un pacto, uno que no se ha quebrado y no se quebrará: no se hizo con Dios, porque es un padre ausente. Se hizo con el diablo que siempre está cerca, pero no era suficiente. Entonces, se hizo un pacto con todos los diablos. La eternidad está garantizada.