Todo el mundo sabe que, cuando hablamos de perros, hay razas y razas. Hay razas agresivas, de esas que pueden seccionarte un brazo en un abrir y cerrar de ojos; también hay razas que son amor puro, todo cariños, mimos y compañía o, incluso, razas que son la quintaesencia de la obediencia y la lealtad. Eso, como digo, lo sabe todo el mundo. Lo que ocurre es que, según un enorme estudio de genética conductual que acaba de publicar en ‘Science’, todo ese mundo está equivocado.
El siglo en que nos inventamos a los perros. No es muy conocido el hecho de que, pese a que los perros nos llevan acompañando varias decenas de miles de años, casi todas las razas modernas se inventaron hace solo unos 200 años. Durante siglos, los perros se seleccionaban en función del rol que iban a desempeñar: había perros de caza, de vigilancia o de pastoreo. Pero, como se puede observar en los registros pictóricos (y fósiles), los humanos no comenzamos a seleccionar perros por sus rasgos físicos y estéticos hasta la década de 1800.
Estereotipos y otros animales fantásticos. Cuando se dieron cuenta de esto, Kathleen Morrill y sus colegas se preguntaron si seleccionar a los animales por su aspecto físico (como se había hecho en los últimos 200 años) había sido eficaz para seleccionar también un temperamento y un conjunto de comportamientos concreto. Es decir, ¿están nuestros estereotipos sobre las razas están justificados?
Un tema poco estudiado. Lo que descubrieron, para su sorpresa, es que nadie había estudiado extensamente esta relación entre la genética y el comportamiento. Así que se pusieron a ello. La idea básica era utilizar estudios de asociación de todo el genoma para encontrar variaciones genéticas comunes que pudieran predecir rasgos de comportamiento específicos.
Analizaron el genoma de 2155 perros de raza pura y mixta (unas 78 razas) y combinaron toda esa información con 18,385 encuestas de propietarios de mascotas. El resultado fueron 11 loci genéticos fuertemente asociados con el comportamiento. La sorpresa es que la raza tenía poco que ver con esas variaciones genéticas.
Las razas: poco más que un asunto estético. Es más, según los autores, no solo es que no se pudiera encontrar ningún comportamiento exclusivo de una raza, sino que la raza en sí misma solo explicaba el 9% de la variación de conducta en perros individuales. Para que nos hagamos una idea, la edad o el sexo de los perros fueron mejores predictores del comportamiento de los perros que la raza.
La clave, como señalaba Elinor Karlsson, es que parece que “estos rasgos hereditarios son miles de años anteriores a nuestro concepto de las razas de perros modernas” y, por eso mismo, “la mayoría de los comportamientos que consideramos características de razas de perros modernas probablemente se debieron a miles de años de evolución”. Sea como sea, este tipo de estudios son la confirmación más clara de que lo que importa es el interior.
Imagen: Matt Nelson