Cuando en septiembre de 2020 Luis Alberto Moreno se retiró de la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sintió que era la hora de pronunciarse. Tanto a lo largo de tres periodos de cinco años a la cabeza la entidad multilateral como durante su gestión como embajador de Colombia en Washington entre 1998 y 2005 estuvo limitado para hablar con libertad.
Pero, en lugar de dar entrevistas a diestra y siniestra, prefirió plasmar sus pensamientos en el papel. El resultado es el libro ¡Vamos! Siete ideas audaces para una América Latina más próspera, justa y feliz, que se lanza hoy en la Feria del Libro de Bogotá en un conversatorio entre el autor y Roberto Pombo.
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De fácil lectura y con múltiples cifras y anécdotas, el texto seguramente encontrará eco en una región que anda a ritmo mediocre, sin lograr superar el golpe causado por la pandemia. Sobre este y otros temas, el exministro habló con EL TIEMPO.
El título de su libro muestra un tono de optimismo que va en contravía del estado de ánimo de los latinoamericanos…
Puede ser, pero es que no lo escribí para sumarme a todas esas voces que dicen que la región está muy mal. Mi planteamiento es que hay salidas. Entonces existen dos opciones: podemos rendirnos o podemos dedicarnos a reinventar América Latina para que sea mejor de lo que teníamos antes del golpe del covid-19. Yo prefiero la segunda.
¿Y eso cómo se logra?
Reconociendo los problemas que tenemos. Vivimos en la región más desigual del mundo. Quien nace pobre, juega con los dados cargados en su contra. En Colombia salir de la pobreza se demora once generaciones, tres veces más que en un país de Europa del Norte. Y aunque algunos logran mejorar, la verdad es que hacemos poco a la hora de romper con esas inequidades. Para los que están mejor, el sistema puede parecer cómodo, pero no es sostenible ni política ni moralmente.
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Es muy impactante la historia que relata sobre el muchacho que se ahoga en un club de Bogotá porque lo obligan a recoger una pelota de golf…
La verdad es que me enteré de lo ocurrido cuando mi mamá me lo contó hace tres años en una conversación pues en ese momento, cuando yo era niño, solo supe que dejamos de ir al club de un día para otro. Aparte de la tragedia, lo que más le impactó a ella es que a nadie pareció importarle. Y aunque eso sucedió hace más de medio siglo, uno vuelve y observa realidades que lo conflictúan. Hace un par de años, en Guayaquil cientos de personas murieron por cuenta del virus en la calle, sin poder ingresar a un hospital, después de que los más pudientes llegaron de Europa y contagiaron de manera irresponsable al chofer o a la empleada del servicio. Tanto en Ecuador como en el resto de Latinoamérica, los fallecidos por la pandemia fueron de manera desproporcionada los más pobres.
¿Qué remedio propone?
El de siempre. Cobrar impuestos a la clase media y a los más pudientes para hacer gasto social eficiente que incluya la protección de los ancianos y la educación de calidad. En contra de lo que siempre se dice, la verdad es que en la región las personas pagan pocos impuestos y la resistencia a que se aumenten es general. Pero es mejor contribuir un poco a perder mucho en caso de un estallido.
También plantea que los países latinoamericanos deben comerciar más…
La mejor receta contra la pobreza es el crecimiento económico que se traduce en buenos empleos.
La mejor receta contra la pobreza es el crecimiento económico que se traduce en buenos empleos. Y eso pasa por una verdadera integración latinoamericana, que en la práctica no funciona. En América Latina, el comercio intrarregional es el 14 por ciento del total, cuando en la Unión Europea es el 65 por ciento. Hablamos el mismo idioma, pero vaya y pase un camión de una frontera a otra.
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El mundo se está realineando y más por la guerra en Ucrania. ¿No es así?
Precisamente. Por eso debemos integrarnos más, mientras mantenemos buenas relaciones con Estados Unidos y China, entendiendo que con cada uno el manejo es distinto. Para usar la expresión de antes, es mejor no alinearse y sacarle provecho a una globalización que será distinta a la que conocimos.
¿A qué se refiere?
Los bloques geopolíticos serán más notorios, lo cual nos exigirá saber navegar entre dos aguas. Nadie querrá depender exclusivamente de un proveedor al otro lado del planeta, algo que hará que múltiples industrias sean redundantes y se ubiquen cerca de los centros de consumo, ante lo cual nuestra localización es ideal. Además, somos ricos en tierra, agua y recursos minerales, gracias a los cuales nos podremos desarrollar si hacemos las cosas bien y manejamos los retos que vienen con el cambio climático.
¿Qué le genera entusiasmo en la región?
Y ahí lo importante es demostrar que nuestra gente cuenta con todas las capacidades para usar las nuevas tecnologías y sacar adelante empresas exitosas que proveen soluciones y crean valor.
La creatividad y los emprendedores. Veo a una cantidad de jóvenes con buenas ideas, que atraen millones de dólares de los inversionistas. Y ahí lo importante es demostrar que nuestra gente cuenta con todas las capacidades para usar las nuevas tecnologías y sacar adelante empresas exitosas que proveen soluciones y crean valor. Es importante porque muestra que no somos inferiores a nadie.
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Lo que usted llama el complejo de perro callejero…
Exacto. Esa una expresión brasileña que básicamente refleja ese sentimiento derrotista que usualmente nos consume. Y no es válido. Hay incontables ejemplos de que las cosas se pueden hacer bien, pero eso parte de ver las cosas como son en realidad y no de un imaginario colectivo que carece de fundamento.
Las fórmulas que usted plantea exigen mucho liderazgo. Menciona la necesidad de “líderes predecibles”…
Porque veo el riesgo de los presidentes que se dedican al espectáculo de gobernar y se comportan como veletas, siendo una especie de influenciadores de redes sociales que necesitan mantener la atención de la audiencia todo el tiempo. Y lo que se requiere en la región es algo que puede sonar más aburrido, pero que es clave: cumplir lo que se promete, hacer que el Estado funcione, plantear reformas, acercar posiciones. En fin, construir sociedades más incluyentes. En su momento, Fernando Henrique Cardoso, Ricardo Lagos o Ernesto Zedillo lo hicieron así.
Lo cual nos trae a Colombia. ¿Cómo la ve a través del prisma de su libro?
Seguimos atrapados en una mezcla de polarización y falta de credibilidad en los dirigentes, que hace difícil construir consensos.
Como un país con enormes retos y enormes oportunidades. Me preocupa, sin duda alguna, lo que observo. Seguimos atrapados en una mezcla de polarización y falta de credibilidad en los dirigentes, que hace difícil construir consensos. Tampoco veo que haya mucha conciencia de que se requieren cambios profundos, sino que hay una especie de sálvese quien pueda. Dicho eso, siempre me sorprende la vitalidad y la resiliencia que tenemos. Recuperamos la economía antes que los demás y mientras el mundo se desacelera, nuestra economía anda más rápido.
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Las encuestas dicen que el país está empeorando…
Hay luces y sombras. El problema es que el ciudadano de a pie siente que su calidad de vida ha desmejorado y la pandemia aceleró ese sentimiento. La percepción de que el crimen y la corrupción han aumentado, sumada a los problemas de movilidad o inflación, da lugar a un enorme negativismo mientras no parece que los dirigentes se identifiquen con las necesidades de la gente.
¿Cómo califica el gobierno que termina?
Creo que ese juicio a estas alturas ya le corresponde a la historia, aunque cuando veo las encuestas es evidente que el país esperaba más de su Presidente.
Le cayeron encima por hablar de lo impredecible de Petro…
Él ha logrado encarnar las frustraciones, simplemente porque para muchos representa un rompimiento con el pasado. A mí lo que me preocupa no solo es su falta de consistencia, sino esa tendencia a antagonizar y sembrar divisiones que amenaza con fracturar más la sociedad colombiana, dando la impresión de que es capaz de pasar por encima de lo que sea. Por supuesto que si gana le daré el beneficio de la duda y esperaré que sea respetuoso de la división de poderes o de la autonomía del Banco de la República. No es un tema de ideología, sino de defender principios de buen gobierno que no deberían tener color político.
¿Hay similitud entre lo que pasó en Chile y puede pasar en Colombia?
Sí y no. Gabriel Boric, a quien le reconozco su propósito de manejar la economía de manera responsable y mantener las cuentas fiscales en orden, no la tiene nada fácil. Llegó precedido de unas expectativas muy grandes, pero puede ser víctima de las mismas fuerzas que ayudó a desatar, comenzando por el proceso constituyente. Gobernar definitivamente es más difícil que dar discursos, por impactantes que sean.
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¿Qué opina de Federico Gutiérrez?
Le admiro su capacidad de acercarse y escuchar a la gente. Eso de haber hecho política en la calle tantos años le ayudará mucho si es el triunfador, especialmente para manejar un clima social que seguirá siendo complejo. No obstante, tiene que entender que necesita impulsar reformas de verdad porque preservar el statu quo equivale a incubar problemas. Eso de construir un país más equitativo e incluyente debe ser sincero.
¿Cómo pinta este entorno internacional para el país?
Mientras al mundo le va a ir peor por cuenta de la guerra en Ucrania, a nosotros nos va a ir mejor, como lo acaba de señalar el Fondo Monetario Internacional.
Mientras al mundo le va a ir peor por cuenta de la guerra en Ucrania, a nosotros nos va a ir mejor, como lo acaba de señalar el Fondo Monetario Internacional. Lo realmente importante son las oportunidades que se nos abren. Un analista llamado Peter Zeihan está a punto de publicar un libro que dice que, de todas las naciones del hemisferio, la que más tiene que ganar ahora es Colombia por cuenta de su balance energético, su localización o la capacitación de su fuerza laboral. Ojalá no seamos tan tontos como para ponernos un palo en la rueda, justo cuando podemos andar más rápido que el resto.
¿Qué reacción le genera ver a la administración Biden en conversaciones con Venezuela?
Hace 170 años el primer ministro británico de ese entonces, Lord Palmerston, dijo que su país no tenía aliados eternos ni enemigos perpetuos, pero sí intereses eternos y perpetuos. Washington está en eso y Colombia también debe atenerse a sus intereses. Me imagino que existe la posibilidad de replantear las cosas con Caracas, si el régimen de Maduro se mueve en la dirección correcta y empieza a respetar a sus opositores. Pero hay que ver para creer.
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Si lo invitan a hablarles a los socios de aquel club en donde se ahogó el joven que usted relata en su libro, ¿qué les diría?
Lo mismo que les digo a las personas de buenos ingresos que me dicen que están inquietas por lo que puede ocurrir en las elecciones. Es mucho más racional arreglar las cosas en Colombia que salir a buscar fortuna o vivir de los ahorros en otro país y eso comienza no solamente por tributar más, sino por pagarles mejor a los empleados, tratar mejor al prójimo, pensar más en lo colectivo que en lo individual, no menospreciar lo nuestro, volver permanente la solidaridad que alcancé a ver en la pandemia. Si uno solo maximiza utilidades, se arriesga a maximizar pérdidas. Y eso en el largo plazo no es sostenible. En fin, que es mejor hacer los cambios que se necesitan a las buenas y no a las malas.
¿Mantiene el optimismo?
Siempre. Puede sonar a frase de cajón, pero no tengo duda de que esto lo podemos arreglar. Tanto Colombia como América Latina han dejado atrás épocas muy oscuras. De ahí que en realidad el título del libro es una voz de aliento, como cuando uno está cansado subiendo una cuesta muy empinada. Por eso digo ¡vamos!, convencido de que sí se puede.
RICARDO ÁVILA
Especial para EL TIEMPO
@ravilapinto
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