A veces elijo un tópico para el boletín de The Interpreter porque es algo que está en los titulares. Otras veces lo hago para señalar un fenómeno que está influyendo en la política del mundo, de formas que suelen pasar desapercibidas, y para explicar cómo reconocer sus huellas en eventos noticiosos que se repiten sin falta mes tras mes.
Elegí el tópico de hoy por ambas razones.
El titular se produjo el jueves 14 de abril, cuando el gobierno británico anunció un plan para comenzar a enviar a algunos solicitantes de asilo a Ruanda. Todavía no se sabe con certeza hasta dónde llegará el programa del Reino Unido en la práctica y si podrá sobrevivir a un recurso judicial. Pero, de llegar a implementarse, la evidencia sugiere que las consecuencias para los deportados serían nefastas: un programa israelí similar deportó a miles de solicitantes de asilo eritreos y sudaneses a Ruanda entre 2014 y 2017 y los dejó en condición de calle y vulnerables a la explotación.
“Hay una red muy eficiente de contrabandistas y traficantes allí. Sabían que iba a llegar gente de Israel y que tendrían algo de dinero”, afirmó Lior Birger, investigadora de la Universidad de Tel Aviv y coautora de un estudio sobre refugiados enviados a Ruanda desde Israel. “Los robaron o los amenazaron con hacerles daño si no pagaban”. La mayoría de los deportados terminó huyendo a Europa para buscar asilo allí, en parte porque temían por su seguridad en Ruanda.
Pero, más allá de que se implemente o no, el plan británico también es un ejemplo de un fenómeno político global que en realidad no tiene que ver con el asilo, o incluso con la migración. De hecho tiene sus raíces en una peculiaridad de la psicología política que, cuando ha sido explotada astutamente por los políticos, ha afectado no solo la vida de miles de refugiados y migrantes, sino que también ha dado forma a la política de derecha y ha alimentado la disrupción política en todo el mundo.
Todo se reduce a dos palabras: control y notoriedad.
Temor a perder el control
Hace años, cuando comencé a cubrir el populismo de derecha, la inmigración y las crisis de los refugiados, noté algo que en principio parecía muy confuso. Para una gran parte de la población en muchos de los países sobre los que he escrito, los “cruces de frontera” son un fenómeno aterrador, incluso si las cifras absolutas son muy pequeñas. Pero para muchas de esas personas, la “inmigración”, incluso si involucra a muchas más personas, e incluso si muchas de ellas siguen siendo refugiados y migrantes económicos, es un concepto totalmente diferente y mucho menos amenazante.
En realidad, que las personas crucen las fronteras y soliciten asilo es como se supone funciona la protección para refugiados: no hay un sistema de autorización previa que le otorgue licencias a las personas para huir de la persecución, o que los dirija a un país de refugio específico. Pero para muchas personas con las que he conversado a lo largo de los años, eso no importaba. Lo único que veían era gente cruzando la frontera sin permiso y un gobierno que parecía incapaz o indispuesto a imponer control.
Y la investigación que se enfoca en la psicología política muestra que la sensación de perder el control hace que las personas sean más propensas a identificarse con grupos poderosos para protegerse. Una cosmovisión de “nosotros contra ellos” es divisiva pero simple: únete a “nosotros” para estar a salvo de “ellos”.
Esa puede ser una herramienta poderosa para los políticos que trafican en el populismo de “nosotros contra ellos”, como lo demuestra la frecuencia con la que la idea de “recuperar el control” sobre la inmigración y las fronteras aparece en los eslóganes políticos. Pero para blandirla, necesitan otro elemento: la notoriedad.
Cuando algo es notorio, en términos de ciencia política, significa que la gente le está prestando atención. Cuanto más notorio sea un tema para una persona en particular, es mayor la probabilidad de que la persona vote o tome otras decisiones basadas en él. Si los populistas del estilo “nosotros contra ellos” quieren explotar el pánico generado en torno a las fronteras sin control, primero necesitan captar la atención del público sobre el tema durante el tiempo suficiente como para lograr que se preocupen por él.
A veces eso se da con facilidad. Cuando más de 900.000 refugiados de Siria y otros países de Oriente Medio llegaron a Europa en 2015, la magnitud de la crisis, por supuesto, generó titulares, y los partidos de extrema derecha como AfD en Alemania obtuvieron votos tras prometer recuperar el control de las fronteras.
Pero en otras ocasiones, las propias acciones de los políticos pueden aumentar la notoriedad. “Los políticos pueden aprovecharse de momentos de oportunidad que no tienen proporciones de crisis para atizar el miedo, y el miedo es una herramienta muy poderosa que les permite movilizar a sus electores nacionales”, afirmó Stephanie Schwartz, politóloga de la Universidad del Sur de California que estudia las políticas de la migración forzada.
Un ejemplo es el caso de Tampa. En agosto de 2001, un carguero noruego llamado Tampa rescató a 433 solicitantes de asilo, muchos de ellos mujeres y niños pequeños, de un barco que se desintegraba en el océano Índico. Al quedarse sin suministros porque el barco estaba diseñado para transportar una tripulación de solo 27 personas, el capitán trató de llevar a los rescatados a Christmas Island, un remoto territorio australiano. Si el gobierno hubiera estado de acuerdo, el asunto probablemente habría sido una noticia menor como máximo, parte de un debate en curso pero relativamente discreto sobre los inmigrantes que llegan en barco.
Pero en cambio, el primer ministro John Howard envió tropas de fuerzas especiales para abordar el barco y evitar por la fuerza que entrara en aguas australianas. La medida fue controvertida, pero el debate que siguió y la cobertura de los medios le permitieron a Howard afirmar que las fronteras de Australia estaban peligrosamente descontroladas.
“Nosotros decidimos quiénes vienen a este país y las circunstancias en las que vienen”, dijo Howard para justificar su decisión de evitar que los refugiados desembarcaran. Unas semanas más tarde, los ataques del 11 de septiembre aumentaron la sensación de amenaza externa de muchos australianos. Apenas importó que solo unos pocos de miles de personas llegaran en barco ese año, menos del uno por ciento de la migración neta total que llegó al país en 2001.
“La gran cantidad de cruces fronterizos no autorizados fue una construcción”, me dijo Schwartz. “Los políticos no necesariamente formulan sus plataformas con base en una opinión pública externa que existe por sí sola. Los puntos de vista de las personas sobre el hecho de tener refugiados en su comunidad están determinados por los medios de comunicación, y por lo que dicen los políticos”.
Howard fue reelegido en noviembre de 2001.
Políticos de todo el mundo han seguido esa estrategia. En Estados Unidos, por ejemplo, la afirmación racista de Donald Trump de que violadores y delincuentes cruzaban la frontera sur sin permiso lo ayudó a ganar las elecciones presidenciales de 2016.
Reviviendo los días del brexit
Esto nos lleva al plan recientemente anunciado por el Reino Unido para enviar inmigrantes a Ruanda.
Cuando el primer ministro Boris Johnson estaba haciendo campaña para que el Reino Unido abandonara la Unión Europea en el referéndum del brexit de 2016, fue fácil darle notoriedad al control migratorio. La oleada de refugiados de 2015 seguía fresca en la mente de la población. Fue sencillo presentar la libertad de circulación de la UE como una pérdida de control sobre las fronteras del Reino Unido. La campaña del referéndum saturó la cobertura mediática durante meses.
Por lo tanto, Johnson ya tenía una audiencia predispuesta para su mensaje de que el Reino Unido necesitaba “recuperar el control” y pudo posicionar el brexit —y luego su propia gestión como primer ministro—como la manera de lograrlo.
Pero en la actualidad, otros temas abarrotan la agenda pública. Una encuesta de Ipsos de febrero reveló que la población estaba más preocupada por la economía y la pandemia. La guerra en Ucrania es lo que domina los titulares la mayoría de los días. Y la semana pasada, la policía multó a Johnson por asistir a una fiesta durante el confinamiento por COVID-19 impuesto en el Reino Unido, violando las reglas que su propio gobierno había establecido. Fue el episodio más reciente del escándalo “Partygate”, que ha llevado a muchos a pedir su renuncia.
“La inmigración es ahora el tema número 11 en las prioridades del pueblo británico, en comparación con los días en los que estábamos con el referéndum del brexit, en los que el tema estaba en el primer, segundo o tercer lugar. Ha caído bastante”, dijo Sunder Katwala, director de British Future, un centro de investigación enfocado en temas de inmigración e identidad. “Están tratando de reposicionarla como un tema principal cuando en realidad ya no lo es”.
No puedo especular sobre las motivaciones internas de los funcionarios gubernamentales responsables del plan de Ruanda. Pero haberlo anunciado la semana pasada, inmediatamente después de que se supo la noticia de la multa de Johnson por violar leyes relacionadas con el COVID-19, sin duda desvió la atención hacia las políticas severas de inmigración del gobierno.
Sin embargo, eso no significa necesariamente que será efectivo. Captar la atención durante unos días no es lo mismo que convencer al público de que existe una verdadera crisis fronteriza. O que este gobierno tiene la solución adecuada.
“Podrían estar cometiendo un error”, afirmó Katwala. “Siempre han considerado que hablar fuerte sobre la inmigración les da una potencial ventaja sobre sus oponentes, pero en este momento tienen una reputación muy frágil”.