Para cualquier persona que llega al país, bien sea como refugiado o simplemente como migrante con el anhelo de oportunidades, no es tarea sencilla establecerse laboralmente. Factores como la falta de un permiso de trabajo, la discriminación, el no tener experiencia comprobada o un título homologado son algunas de las causas.
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De igual forma, la idea de montar un negocio es para algunos una utopía. De acuerdo con la encuesta ‘Pulso de la migración del Dane’ del primer bimestre de este año, el 81,2 % de los migrantes venezolanos que desean emprender en Colombia no pueden hacerlo por motivos como la dificultad para obtener un crédito formal (79,6 %) o informal (11,6 %), la falta de un permiso (12,9 %) o por no poseer información sobre el mercado laboral local (9,2 %).
Esta situación afecta principalmente a las mujeres, según la encuesta publicada por el Departamento Nacional de Estadística. Dicho panorama se ve reflejado en el número de migrantes que dan trabajo en el país: solo el 1 por ciento de los encuestados es un empleador.
Pero ante este panorama, no son pocas las excepciones que, ya sea por iniciativa propia o con el apoyo de organizaciones internacionales y autoridades distritales o nacionales, han logrado sacar adelante sus proyectos. Danny Lara, con su aplicación para conectar personas a través de la belleza; Cristina y Sammy, por medio de recetas que ya le dan la vuelta al mundo; y Gabriela, quien años atrás recorrió Venezuela enseñando el noble oficio de la fabricación de calzado, son la prueba fehaciente del impacto positivo del fenómeno de la migración.
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Recetas de Siria a Venezuela, y de Venezuela a Bogotá
“El día que salimos de Venezuela, metimos en la maleta únicamente nuestros recuerdos”. Con esta frase inicia el relato de Sammy Natera y Cristina Azar, dos jóvenes que arribaron a Bogotá en octubre de 2019 con pocas certezas y apenas unos pesos en sus bolsillos, luego de tres días de viaje.
Cuenta que la situación en su país, como es bien sabido, ya era insostenible para ambas. Cristina, por ejemplo, trabajaba en una salsamentaria y los diez dólares que ganaba al mes apenas le alcanzaban para sobrevivir.
Al llegar a Bogotá las cosas no mejoraron de inmediato. De hecho, conseguir un empleo fue una tarea imposible para ambas y la situación empeoró con la llegada de la pandemia. “Muchas veces pensamos en regresarnos. Llegar a Bogotá fue encontrarnos con otra cultura, con muchas personas buenas, pero con otras no tanto. Al final se nos ocurrió una idea: hacer comida árabe”, dice Sammy.
Esa idea, por sencilla que parezca, de a poco les ha ido cambiando la vida y dando un impulso que años atrás creían imposible. Se trata de un negocio de cocina llamado Mr. Fill o como a ellas les gusta llamarlo “el exquisito y auténtico sabor del Medio Oriente”.
Y es que, aunque la historia de Cristina y Sammy empezó en su natal Anaco, municipio del estado Anzoátegui, Venezuela, el motivo por el que ambas jóvenes le dan la vuelta al mundo tiene sus orígenes en tierras árabes.
“Yo no sabía cocinar cuando llegué a Colombia, mis familiares, que son de Siria, fueron quienes nos pasaron las recetas. Lo hicieron por videollamada y en árabe, y yo me encargué de traducir”, cuenta Cristina, para quien es imposible no conmoverse al relatar todo lo que les costó llegar al lugar en el que están hoy.
Sammy explica que actualmente trabajan por encargo y que pese a no contar con un local, eso no ha sido impedimento para que miles de personas se enamoren de su sazón. “Hemos trabajado en cumpleaños, reuniones y otros eventos sociales, y hasta ahora la recepción ha sido maravillosa. Estamos luchando también para ingresar a alguna aplicación de gastronomía para generar más dinero y poder contratar más personas”, señala la joven, quien dice que día a día se siente más rola. “A excepción del agua fría en la mañana, por lo demás, me siento muy feliz acá”, agrega.
Su acogida ha sido tal, que recientemente tuvieron el privilegio de ser una de las 14 experiencias gastronómicas, lideradas por refugiados del mundo, en ser incluidas en el libro de recetas de la Acnur ‘De nuestra mesa a la suya: Cocina Fusión’.
“Hacemos recetas de comida árabe con acento venezolano. Es la cocina de mi mamá, de mis tías en Siria. Es la posibilidad de surgir, de tener un futuro”, se lee en la reseña del libro.
Hacemos recetas de comida árabe con acento venezolano. Es la cocina de mi mamá, de mis tías en Siria. Es la posibilidad de surgir, de tener un futuro
La receta elegida fue el Atayef, es un postre árabe que fue fusionado con sabores venezolanos y colombianos para representar la diversidad.
“Fue un reto porque nos pidieron una receta que fuera como un dulce de integración. Le pusimos crema pastelera que es típica en Venezuela y una vecina nos recomendó el dulce de mora, que aquí es muy común. Al final nos dio resultado y nos gustó el color. Esa salsa le dio el toque específico, el toque que le faltaba”, cuenta Cristina.
Con su trabajo también fueron uno de los emprendimientos elegidos en el festival Panas y Parceros de la Acnur y el Idpac en la categoría de sector gastronómico.
Ahora, tres años después de abandonar su país y totalmente adaptadas al ritmo de la ciudad, sueñan con seguir viajando, pero no para escapar del hambre, sino para expandir su negocio. “Queremos tener nuestro propio local, así sea pequeño, para luego seguir expandiéndolo y generar empleo para venezolanos y colombianos y para el que quiera, sin discriminación”, concluye Sammy.
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El peruano que creo el ‘Uber’ del cuidado personal
Daniel Lara González nació en Lima, Perú, en 1977. Creció en un barrio humilde y desde muy pequeño entendió que la única forma para cambiar su realidad era con educación y trabajo. Tras pasarla mayor parte de su vida en su país y llegar a ser un ejecutivo, llegó a Colombia para tomarse un año sabático.
Arribó a Usaquén y solía recorrer las calles de Chapinero. Encantado por los paisajes y la calidez de las personas tomó la decisión de adentrarse más en la ciudad y así fue como llegó a Ciudad Bolívar, y específicamente al barrio Sierra Morena.
“Años atrás hice una especialización y me marcó mucho el tema de los modelos de negocio con un fin social. En Ciudad Bolívar viví las necesidades de estos barrios y me sentí identificado porque crecí en un contexto similar”, explica.
Allí pasó varios meses observando, conviviendo y visitando negocios de todo tipo. Identificó que eran las mujeres quienes, en su mayoría, no podían acceder a educación y tampoco conseguían trabajos en condiciones de equidad. “Me di cuenta que había manicuristas que debían pagarle al salón en donde trabajaban el 40 o 50 por ciento de lo que producían, y hasta el 70 por ciento con la llegada de nuestras hermanas venezolanas”, cuenta.
Ser testigo de esta situación trajo a su cabeza una idea. “Por qué no crear una aplicación móvil en donde las personas puedan solicitar servicio a domicilio de extensión y arreglo de uñas”, pensó en aquel momento. La idea estaba inspirada en las apps de transporte y aunque inicialmente ofrecía servicios básicos, el objetivo era que mutara hasta incluir peinados y arreglo de pestañas, entre otros.
Por qué no crear una aplicación móvil en donde las personas puedan solicitar servicio a domicilio de extensión y arreglo de uñas
La idea estaba lista y el nombre también: Sillus App; pero ahora faltaba lo más importante: la financiación. Tocó decenas de puertas, situación que le hizo volver a la realidad y ser testigo de lo difícil que es emprender para un migrante en Colombia. Recorrió cada rincón de la ciudad buscando a alguien que creyera en su proyecto, pero tras varios meses, apenas consiguió algo de atención.
Pese a la negativa de posibles inversiones no se rindió, de hecho, logró expandirse y ofrecer un nuevo servicio antes de que llegara la pandemia. Se trataba de capacitaciones para las mujeres interesadas en hacer parte de la aplicación que de a poco tuvieron mejor acogida.
“En la gran mayoría eran gratis o contaban con el apoyo del sector privado. Lo más difícil ha sido hacerle entender a la industria, al fabricante, a las empresas que el compromiso social no es un cliché, que no es una cuestión que le compete únicamente al estado o al gobierno. Sin embargo, antes de la pandemia logramos certificar 40 chicas en situación de vulnerabilidad”, dice.
Un día, haciendo maletas para volver a Lima y abandonar su sueño para siempre, por esas cosas de la vida, tomó la decisión de escribir un último mensaje. “Le escribí por Messenger a un posible inversionista y cerré la aplicación. No pasó un minuto cuando me respondió. Me dijo que me esperaba al día siguiente a las 9 de la mañana, que tenía 10 minutos para explicarle la idea. Ese día terminamos almorzando juntos. Ese fue el impulso definitivo para la puesta en marcha de la aplicación”.
La pandemia fue un momento de crisis para su aplicación: a sus colaboradoras les quedaba muy difícil llegar a realizar un servicio debido al riesgo de contagio. Sin embargo, esos meses también fueron una oportunidad para innovar. “Logramos realizar cursos virtuales y encontramos que había chicas conectadas desde Vaupés y Amazonas. Eso fue muy gratificante”, sostiene.
Danny, como le gusta que le digan, dice haber capacitado a más de 700 mujeres, a muchas de ellas sin cobrarles un peso. “Algo muy importante el concepto de los modelos de negocio con fin social no es únicamente el lucro, claro, algo tengo que ganar, pero como consecuencia de ayudar. Primero preocupémonos de ayudar que la rentabilidad va a venir después”, agrega.
Hoy, Sillup funciona en Android y pronto lo hará en IOS. Además, Daniel ofrece cursos en las principales ciudades del país. “Nunca va a ser fácil para alguien que viene de afuera. A mí me gusta decir a modo de chiste que de forma literal y figurado, trabajo con las uñas”, concluye.
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Gabriela, la mujer que recorre el país enseñando a hacer zapatos
“Yo soy Gabriela Borges, soy migrante venezolana y soy emprendedora nata”, dice con firmeza la creadora de Tu Aula Creativa, una iniciativa que combina un oficio tradicional como la zapatería, la pedagogía y las nuevas tecnologías.
Los años que precedieron su llegada a Colombia habían sido muy exitosos para Gabriela. Por cerca de 10 años conoció cada rincón de Venezuela impartiendo cursos. Reconoce que era muy feliz llegando a cada ciudad, grande o pequeña, a enseñar cómo hacer zapatos.
“El tema de la moda me gustó siempre y por eso me incliné por el calzado después de recibir un curso de inducción en un instituto en Venezuela. De allí salieron una cantidad de ideas impresionantes, pero siempre me enfoqué en instruir a la gente, en llevar mis conocimientos a los demás”, dice.
Lo primero que empacó fue su máquina de coser, esa misma que la acompañó a tantos sitios. Sostiene que no fue fácil abandonar su país. En 2019, cuando viajó a Bogotá, tuvo que dejar a su hijo menor. Los meses pasaron y cuando logró estabilizarse pensó en retomar su estilo de vida.
Al llegar lo primero que notó es que, a diferencia de su país, en Bogotá la tradición del zapatero va de generación en generación, y que son los padres quienes transmiten el conocimiento a sus hijos.
“En Venezuela iba a cualquier sitio y me reconocían por mi trabajo. Yo creaba los cursos y llegaban grupos de 40 personas. En los primeros años hasta mi mamá me decía que le bajara el ritmo un poco porque pasaba toda la semana planificando el curso y el fin de semana viajaba, y siendo mamá soltera. Lamentablemente ya no se conseguían los materiales con los que trabajaba y todo se hacía muy cuesta arriba. Aquí, en Bogotá, fue más difícil porque no existe una cultura relacionada con los cursos de calzado, entonces era difícil venderlo”, agrega Gabriela, quien hoy vive en la localidad de Engativá.
Sin que le importara esa situación, fiel al optimismo que la caracteriza, se siguió preparando, compró los moldes con el poco dinero que traía de su país natal y empezó a hacer muestras de su trabajo. Logró hacer un curso de emprendimiento impartido por la Cámara de Comercio, al que accedió tras superar varios filtros.
Luego, al igual que Cristina y Sammy, se ganó el privilegio de participar en Panas y Parceros. “Allí me dieron tres millones de pesos que utilicé para comprar maquinaría. Y así, de a poquito, he logrado construir mi proyecto. Claro, no ha faltado la discriminación o la gente que hace zapatos que me ve como una competencia”, explica.
La segunda fase de su proyecto contempla la creación de una plataforma web en donde aparezcan todos los cursos que ella ofrece, pero que también contenga capacitaciones en aquellos oficios que las personas han olvidado de a poco.
Para Gabriela es fundamental la unión para sacar adelante estos proyectos. Dice que en el futuro cercano se ve mejorando sus cursos y ofreciendo nuevos servicios. “Lo que aprenden conmigo no lo tienen que homologar en ningún sitio porque van a poder desarrollarlo en cualquier parte del mundo. La técnica es la misma aquí, en Brasil o en México”, concluye.
CAMILO A. CASTILLO