Encuestas, entrevistas y experiencias etnográficas en varios países latinoamericanos le permiten al autor de esta columna para CIPER reflexionar no sólo sobre los duros datos de hambre en nuestra región, sino también las historias personales junto a ellos. «Frente a los distintos niveles de restricción alimentaria las personas tienen que tomar decisiones complejas», recuerda.
Las principales agencias de desarrollo en el mundo vienen dando cuenta del alza de precios de distintos bienes como producto de la inflación global y las consecuencias de la invasión rusa contra Ucrania. La FAO señaló que el contexto que transitamos ha precipitado que los precios mundiales de los alimentos hayan alcanzado un récord en marzo, evidente en el costo de los cereales, aceite vegetal, lácteos y carne. Esto implica un impacto directo en alimentos básicos para la población mundial, frente a los cuales los estados y la cooperación internacional deben tomar medidas, pues son las poblaciones vulnerables las que se ven más fuertemente afectadas.
Comparto algunas cifras para situar la gravedad del problema. Según estimaciones del Programa Mundial de Alimentos, existen hasta 811 millones de personas que en el mundo no tienen suficientes alimentos para sostener su dieta diaria; 44 millones de ellas (en 38 países) corren el riesgo de caer en hambruna (la forma más extrema de hambre, que puede provocar la muerte por inanición o enfermedad). Las cifras son duras y requieren de medidas políticas y económicas para contrarrestar su impacto. Ahora bien: son números. Por su distancia de la vida cotidiana, gráficos y tablas pueden terminar aislando la urgencia del problema. Es importante conectar cifras, palabras, datos e historias humanas.
Frente a restricciones presupuestarias, las personas deben realizar múltiples decisiones respecto a su consumo. Aparecen, al mismo tiempo, diversas estrategias para morigerar estas presiones. Comento algunas de ellas pues son experiencias que se replican en los relatos de personas en los territorios rurales latinoamericanos; en países como México, Guatemala, El Salvador, Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú y Chile. En todos ellos, Rimisp ha podido ir registrando historias a través de nuestro trabajo mediante encuestas, entrevistas y experiencias etnográficas en la región [ver más].
Es necesario señalar que sobre la comida, su acceso y consumo, no siempre se habla de forma directa; sobre todo, cuando hay hambre. Muchas veces, es como hablar sobre la muerte, y en los distintos países de la región existen múltiples seudónimos para hablar de aquello sin nombrarlo. Por ejemplo, en la región de Ahuachapán, en El Salvador, para saber si una persona pudo resolver o no sus problemas de acceso a alimentos, se le pregunta si «ya pasó el susto». En otros casos menos extremos, pero que igualmente implican restricciones, como en Chile, las personas dicen que están consumiendo menos productos frescos y menos carne, y más alimentos procesados o enlatados porque «de otra manera no alcanza».
Frente a los distintos niveles de restricción alimentaria las personas tienen que tomar decisiones complejas, y en cada preparación y distribución de los alimentos en la mesa se mueven principios de justicia que permiten definir cómo se dividen las raciones —algo muy asociado a la edad y el género— y cómo se compensan, con otros productos, esas diferencias entre los miembros de un hogar. Por ejemplo, aparecen en nuestras conversaciones los dilemas sobre qué se cocina, quién se come la presa más grande o cómo se resuelve el menú del día domingo (que se busca siempre sea distinto); incluso que se cuenta de pronto con menos «restos» (lo que tiene implicancias en la nutrición de los animales). Esto implica más decisiones, en ningún caso menores, para las familias que habitan los espacios rurales. Una mujer de la Sierra Norte de Puebla, en México, comentó al ver pasar frente a nosotros a un perro famélico: «Si la cosa está difícil para nosotros, ahora el perro la tiene más difícil».
Estas son imágenes crudas, pero es necesario mencionarlas para entender la profundidad de la crisis que atravesamos. En estos ejemplos aparecen lógicas y racionalidades que movilizan a las personas para resolver temas de urgencia alimentaria, las cuales se asocian a otras estrategias para resolver esas presiones. La migración es uno de los principales procesos que aparece en los relatos de las personas con que hemos conversado en los territorios, ya que en la búsqueda de nuevas fuentes de ingreso se ponen las esperanzas para asegurar las fuentes de alimentación. Muy ligado a la migración, también se identifican dinámicas que marcan las biografías de las y los más jóvenes, como la deserción escolar porque, ¿qué sentido tiene asistir a clases cuando no se tiene asegurado el pan o una tortilla? «Cuando hay que salir a trabajar porque toca; toca». ¿Qué expectativas de futuro puede tener la infancia y la juventud en esas condiciones?
La urgencia por satisfacer una necesidad tan importante como es la alimentación pone a las personas en contextos en los que las posibilidades se restringen al máximo y no hay mucho espacio para dirimir entre otras opciones. Por ejemplo, en un estudio que realizamos el año pasado con jóvenes que cultivan coca en Perú, Ecuador y Colombia, y amapola en México, en la mayoría de los casos la venta de la hoja de coca (para producir cocaína) y la goma que produce la flor de la amapola (para producir heroína) es la única forma que tienen esas familias para resolver sus problemas de restricción alimentaria. No hay otra, ni siquiera migrar, porque migrar cuesta dinero, sobre todo cuando no hay contactos dónde llegar.
Esto no quiere decir que unirse a la cadena del narcotráfico sea la única opción para el mundo rural, pero habla de un escenario donde hay individuos que cada vez están más aislados, se pierde el contacto con la institucionalidad pública, y donde la idea sobre derechos, libertad, democracia o igualdad deja de tener el valor o sentido que adquiere en espacios en que las necesidades materiales están resueltas. Estos son los efectos de la desigualdad extrema, de las brechas que múltiples cifras nos indican que estructuran la sociedad latinoamericana y aparecen de manera radical cuando hablamos de una situación que nos acerca a una crisis o catástrofe de restricción alimentaria, como han mencionado diversos analistas.
Es difícil escribir sobre este tema porque es difícil escuchar, ver, imaginar y analizar estas realidades tan presentes, pero al mismo tiempo tan silenciadas. Pero ahí están. Esta breve síntesis busca contribuir a darle la urgencia y prioridad a la dignidad que hay en estas historias, así como múltiples otras más que se esconden en las cifras que observamos estos días.