Pensar por uno mismo
Puedo ver en su extrema sensibilidad a una joven brillante que hace gala de una virtud que hemos convertido en defecto: pensar por uno mismo y no juzgar a la ligera. No es debilidad, es fortaleza, pero es un camino solitario cuando la sociedad va en dirección contraria. Gimnasta de élite, formaba parte de la selección española de rítmica individual y fue finalista en el Campeonato de Europa júnior en el 2018. Se retiró de la competición en el 2020, tras ser hospitalizada debido a la anorexia. Sabía que compartía ese callado problema con muchas otras adolescentes y decidió explicar su proceso en las redes ayudando a tantas jóvenes que la contactaron. Luego publicó, pese a que no le gusta exponerse, Vivir del aire (Planeta), testimonio sincero sobre la presión y la inseguridad. Ahora es una estudiante de Medicina y sigue tratando su enfermedad.
Cómo empezó todo?
Por querer cuidarme y comer más sano.
¿Eso le llevó a la anorexia?
Sí, pero detrás había un sentimiento más profundo de querer controlar al menos un aspecto de mi vida debido a no saber gestionar mis emociones.
Ha recorrido un largo camino hacia la comprensión, veo.
Solemos quedarnos en la superficie, pero hay que bucear para sanar. En mi caso la anorexia no consistía en querer encajar en un estereotipo, sino en la necesidad de evadirme de sentimientos que no era capaz de aceptar, algo que muchas personas sufren.
¿Se sentía insegura?
No comprendía mi entorno, incluso ahora no logro encajar en grupos de mi edad, pero ya lo he aceptado.
A mí me gusta la gente diferente.
A mí ahora también, pero cuando tienes 12 o 13 años ansias pertenecer a un grupo. A los 15 era gimnasta profesional y participé en un campeonato europeo, estaba llegando a un nivel para el que no estaba preparada psicológicamente. Me gustaba entrenarme pero no soportaba competir, era una contradicción, yo no me comprendo a mí misma.
Eso requiere una vida como mínimo.
A los 13 años empecé a adelgazar. En el gimnasio nos pesaban cada día, todas estábamos presentes a la hora de comprobar que nadie hubiera subido de peso.
¿Era su problema?
No, pero interioricé que adelgazar era bueno; engordar, malo. Las grandes gimnastas están delgadísimas, hoy sé que muchas lidian con TCA. Cuando no te sientes capaz de nada, poder controlar el peso es un triunfo, produce satisfacción aunque nadie te lo exija.
¿Fue algo paulatino?
Me hacía mi propio menú a partir de un cálculo de calorías: lonchas de pavo, queso fresco, yogur vegetal, verdura y media pieza de fruta. Al poco tiempo no me permitieron seguir entrenándome y cuando ya no podía ni caminar me ingresaron, y lo agradezco.
¿Usted se daba cuenta de su situación?
Sí, percibía que mi sentimiento de culpabilidad no era normal, ¿por qué no podía comerme un sándwich? Me sentía encarcelada, empecé controlando la comida y la comida acabó controlando toda mi vida.
¿Le costó pedir ayuda?
Era consciente pero no sabía cómo hacerlo ni si me iban a entender, y esperas y esperas.
¿Cómo se la podía ayudar?
Es difícil. Hay un perfil de autoexigencia, perfeccionismo, en gran medida lo que se necesita es comprensión.
¿Cómo fue el ingreso?
Compartía habitación con una mujer enferma de cáncer que falleció a mi lado. Me dio mucha pena. A partir de ahí empecé a ver la muerte de otro modo, como una parte de la vida. Si no existiera la muerte vivir no tendría sentido, lo pospondríamos todo aún más.
¿Ha aprendido algo de su enfermedad?
Lo afortunados que somos de tener salud pública, y a apreciar la libertad de no depender de un tratamiento pese a que yo me sentía más protegida ingresada que fuera.
¿Se quiere más?
Sí, cuando algo no me gusta huyo de ello. Llevo cuatro años en tratamiento. Los médicos –y yo también, porque me sentía más protegida de mí misma– querían ingresarme en un centro psiquiátrico, pero mis padres me querían en casa.
Hizo pública su anorexia en Instagram.
Pensé que explicar mi experiencia podía servir de ayuda, y he mantenido contacto con chicas anoréxicas muy jóvenes que no se lo habían dicho a nadie.
Eso es una gran responsabilidad.
Les pedía que se lo dijeran a la familia aunque nosotras siguiéramos en contacto. Estaban agradecidas de poder hablar con alguien que pasaba por lo mismo y las podía entender.
¿Cómo se vive mentalmente el proceso?
Con desesperación. Esas chicas no se gustan, la mayoría sufren una percepción errónea de su imagen, pero son muy valientes. Yo decidí darle voz al tema cuando estaba estabilizada, pero ellas lo explicaban en plena confusión.
¿Ha conocido a chicos anoréxicos?
Sí, un par, y para ellos es duro porque está considerada una enfermedad de chicas.
¿Secuelas?
La retirada de la menstruación que todavía no tengo, desajuste hormonal absoluto, migrañas; y estoy diagnosticada con depresión, pero creo que eso siempre ha estado ahí.
¿Dónde está su incomodidad?
No me gusta cómo está estructurado el mundo, todo gira en torno a la economía, todo es muy superficial y pragmático. Basta mirar la tele: pasan de la guerra de Ucrania a un anuncio de perfume, disonancias que me hacen sentir que no quiero ser un ser humano: no hacemos otra cosa que destrozar la Tierra.
Estudia Medicina, ¿ayudar es lo suyo?
Intentarlo; si no, ¿qué hago aquí?… ¿contaminar más, consumir más?