Lucía Sánchez tenía ocho años cuando audicionó para la división de ballet de la Escuela Nacional de Danza. Había empezado a bailar unos meses antes, en una academia a la que sus padres la habían mandado para matar el tiempo en el verano. “Su hija tiene condiciones. ¿Por qué no se prueba en la escuela del Sodre?”, le había dicho una profesora a su madre. Eso hizo, y al principio todo salió bien.
Tenía que pasar dos pruebas: para empezar una vinculada a su físico y, al otro día, una a nivel musical. El primer día iban parando a las niñas de a tandas y un jurado evaluaba su flexibilidad y su silueta. “Miraban a tu madre para ver cómo ibas a desarrollarte”, dice hoy Lucía. Cada tanto aparecía alguien para avisar quiénes habían pasado a la siguiente prueba. “¿Por qué mi hija no?”, preguntaban las madres de aquellas que no habían tenido suerte. Una respuesta bastante repetida: “Cuello muy corto”, decían.
La psicóloga María José Seoane, integrante de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y Anorexia (Aluba), lo explica así: “En el ballet es muy importante el físico, mucho más que en otras disciplinas”. Si bien en todos los deportes “el físico tiene un lugar protagónico”, Seoane entiende que los profesores o directores en el ambiente del ballet “pueden ser especialmente exigentes en cuanto a cuál es la complexión y el peso adecuado”.
Lucía opina que el ballet busca “lo etéreo, lo perfecto, y no existe lo perfecto”. Ella pudo entrar a la Escuela Nacional de Danza y, como muchos otros jóvenes, conoce la exigencia de primera mano: “Cuando tenía 12 años, una profesora me pidió que me quedara después de clase a charlar, y me dijo que estaba un poco subida de peso, que me tenía que cuidar. Ese día llegué llorando a mi casa”.
Recuerda también comentarios generales que todo el grupo recibía por aquel entonces. Como estos:
—¡Metan la panza que parecen embarazadas!
—¡Caen como una bolsa de papas!
—Cuando llegue el verano nos van a agradecer cómo les queda el bikini
Aunque reconoce que hoy en día los profesores tienen más herramientas pedagógicas, Lucía no sabe “qué tanto está cambiando en realidad”. De hecho, cuenta que una persona que conoce y se graduó este año “sufrió muchísimo con problemas alimenticios” porque en la escuela le decían que tenía que bajar de peso.
Tema muy complejo.
Veamos qué dicen bailarines, profesores y especialistas en el tema sobre este lado oculto del ballet. Para empezar, la Escuela Nacional de Formación Artística del Sodre, integrada por la Escuela Nacional de Danza y la Escuela Nacional de Arte Lírico, cuenta con un programa de salud desde 2021. El equipo está integrado por la psicóloga Laura Varela y la nutricionista Lilena Ferrari. Según explican, se trabaja con aquellos casos que son derivados por las coordinaciones académicas.
Antes de la creación del programa también se manejaban así, pero solo desde el acompañamiento nutricional. “Nos enfocamos en la educación alimentaria y nutricional”, señala Ferrari, “queremos que los alumnos nos recuerden por haberles enseñado a alimentarse bien, no por haberlos sometido a dietas restrictivas o por estar permanentemente midiéndolos con centímetros”.
En cuanto a los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), el programa cuenta con una red de contención de distintos lugares “a donde habría que dirigirse si surgiera un caso”, dice la nutricionista y afirma que “ya pasó un año desde que se comenzó a trabajar desde el programa de salud y no ha surgido ni una derivación”.
De todas formas, cuenta que durante los períodos de cuarentena que trajo la pandemia por el covid-19, los alumnos “consultaban mucho sobre cómo hacer para no subir de peso mientras estaban tan quietos”. En este sentido, Ferrari reconoce que “la exigencia es real y ellos se preocupan, pero, si están educados sobre cómo alimentarse, disminuyen esas preocupaciones”.
Tanto Ferrari como Varela sostienen que no debería asociarse el ballet con el desarrollo de TCA. “Se dan casos como en cualquier población adolescente”, indica la nutricionista y agrega que en la escuela las situaciones de este tipo han sido muy, muy pocas. “Es parte del imaginario social”, concluye, “todo el mundo dice ‘ah, seguro tenés pila de gurises con problemas ahí’ y no, realmente no”.
Respecto a comentarios de profesores sobre los cuerpos o la alimentación de sus alumnos, desde la dirección de la Escuela Nacional de Formación Artística del Sodre dicen que “no hay antecedentes de denuncias que hayan sido formalizadas en los últimos años en que esta dirección se encuentra a cargo”.
Hay denuncias, claro, que a veces son difíciles de concretar en un contexto así, como veremos un poco más adelante.
Una larga historia.
El origen del ballet se remonta al siglo XV, durante la época del Renacimiento italiano.
Sin embargo, el estereotipo de bailarín y bailarina que conocemos hoy en día se instauró en el siglo XX de la mano de George Balanchine (1904-1983), fundador de la compañía New York City Ballet. Se conoce como el “cuerpo Balanchine” (originalmente “Balanchine body”) a la complexión física caracterizada por piernas y brazos largos, cuello estilizado, clavículas acentuadas, y busto, cadera y cabeza pequeñas. Para el coreógrafo, el cuerpo debía tener solo ángulos y líneas rectas, nada de curvas, e incluso pedía que a sus bailarinas se les vieran los huesos.
Según la investigadora e historiadora uruguaya Lucía Chilibroste, el cambio en lo que se espera del cuerpo de una bailarina se vincula también con las modificaciones que ha habido en el vestuario: “Las zapatillas de punta comenzaron a usarse en el período del Romanticismo, alrededor de 1830. Antes de eso, bailaban siempre en media punta. Antes también bailaban con vestidos largos y no saltaban mucho porque les pesaba el vestuario”.
En este sentido, Chilibroste señala que “a medida que cambia la indumentaria, cambia el entrenamiento, y con eso cambian los cuerpos”. De hecho, bailarinas reconocidas como las italianas Pierina Legnani y Carlotta Brianza “hoy serían consideradas gordas para bailar, porque tenían cuerpos fornidos que ahora no se aceptan en las compañías de ballet”.
Chilibroste también refiere a la hiperlaxitud: “Que una bailarina levante la pierna 180 grados, característica asociada a la delgadez, no existía hasta fines del siglo XX porque era de mal gusto”.
Alejandro González es primer bailarín del Sodre y profesor en la Escuela Nacional de Danza. “El ballet clásico es pura estética, así que si querés sacar profesionales, no podés admitir cualquier tipo de cuerpo”, explica, y agrega que “si vas a bailar folclore, contemporáneo o tango no tenés problema en ser robusto, pero en el ballet necesitás ser parejo de cuerpo, tener cuello, buenos pies, buenas piernas, que tu torso no sea más largo que tus piernas”.
Pero González se sincera y admite que “a veces los profesores se extralimitan y destratan a los alumnos”. También reconoce que si alguien tiene un físico que “no sirve” para lo que aspira la escuela, “no pasa de año o queda eliminado”. De hecho, en el ballet profesional se juega bajo las mismas reglas: “Si estás gordo, el coreógrafo no te pone. Si te ponés una malla, se nota todo. Te parás en el escenario y se ve, incluso desde la última fila de la platea”, afirma el bailarín.
La maestra y coreógrafa Marina Sánchez, asistente de la Dirección Artística del Ballet Nacional del Sodre, lo explica de la siguiente manera: “Si bien todos pueden bailar ballet, a nivel profesional el bailarín o bailarina necesita ciertas proporciones físicas, al igual que una modelo necesita determinada altura para poder ir a la pasarela”.
Lo que ha cambiado, según ella, fueron las formas. “En las generaciones de antes de repente un maestro te podía gritar ‘¡estás gorda!’, pero ahora los directores o coreógrafos lo dicen con más cuidado y en privado”, asegura. Asimismo, cuenta que “como maestros, así como llamamos la atención cuando alguien está con unos kilitos de más, si vemos a una chica muy delgada inmediatamente le decimos que no está bueno ese camino”.
Sánchez reconoce la importancia de contar con el apoyo de un nutricionista y psicólogo, así como también de la propia familia de los bailarines.
María Noel Riccetto, directora artística del Ballet, fue consultada para este informe pero se excusó de participar por problemas de agenda.
La competencia del cuerpo.
El ambiente es estricto tanto para las bailarinas como para los bailarines. Santiago Larrondo tiene 17 años de edad y estudia ballet en la Escuela Nacional de Danza desde los 15. Para él, la competencia a nivel del cuerpo es notoria: “El año pasado tuvimos una sesión de fotos y eligieron a los varones que estaban mejor formados, los que se veían más estéticos”.
También sucede arriba del escenario: “Este año nos invitaron a hacer el Cascanueces y los mayordomos y asistentes eran todos los más altos”.
Después asegura: “Algunos profesores lastiman mucho”. Y cuenta que cierto día su novia, también estudiante de ballet, estaba acomodándose la malla y una profesora comentó: “Mirá que no te vas a ver más flaca porque te acomodes”. A ella también le han pedido que bajara de peso. “No es lo que dicen, sino la manera sarcástica, brusca”, sostiene Santiago.
Según Alejandro González, el bailarín y profesor de la Escuela Nacional de Danza, “lo que pasa con las mujeres es que arrancan de más chicas, entonces cuando empiezan con todo el cambio hormonal, quedan grandes”.
Es por esto que “se espera un tiempo, tres o cuatro años, y algunas adelgazan y se estilizan, pero otras no”. Entonces relata: “Si una está excedida de peso, se puede lastimar, porque todo ese peso cuando están paradas en las puntas puede traer problemas en las piernas, las rodillas o la espalda”.
El profesor lo explica en forma clara: “Puede ser que la persona engordó e igual sea buena en lo que hace, pero así no puede seguir. Yo intento acompañarlas y apoyarlas, pero están haciendo ballet clásico. Si tenés una mujer que pesa 60 kilos, necesitás un hombre de 80 para poder levantarla”.
CONDUCTA ALIMENTARIA
Trastornos: ¿solo mujeres?
Los trastornos de la conducta alimentaria más conocidos son la anorexia y la bulimia, “pero no son los únicos y por eso tenemos que hablar siempre en plural”, dice la psicóloga María José Seoane, integrante de Aluba. En Uruguay no hay estadísticas y las pocas que existen en el mundo se basan en “la gente que consulta o los que están en tratamientos”, por lo que “no necesariamente demuestran lo que pasa en la sociedad”. Sí existe una estadística que es “general para todos los países” en cuanto a la proporción de personas que transitan una patología alimentaria: “Se dice que es un 90% de mujeres y 10% de hombres”, indica Seoane. Sin embargo, eso refiere a los que llegan a consultar, y “muchas veces hay prejuicios en cuanto a que un hombre consulte sobre estos temas”. La obsesión en los hombres no está tan centrada en el peso corporal sino en mantener la masa muscular y realizar ejercicio excesivo, afirman los especialistas. La anorexia se inicia a partir de los 12 o 13 años y es la restricción de la ingesta alimentaria. La bulimia se caracteriza por atracones seguidos de vómitos autoprovocados. El pico se da cerca de los 18 años.
La exigencia.
En el cuerpo de bailarines del Sodre, González señala que si el director de turno es “de pocas pulgas” y nota que uno no está en forma, “te lo hace saber”. “Pero no está mal eso”, afirma el bailarín, “porque estás en un ballet profesional y tu responsabilidad es estar en forma”. En la Escuela Nacional de Danza sucede lo mismo.
Lucía Sánchez cuenta que “de repente había directores que eran insoportables con el tema del físico y otros que no tanto”. Algunos “te hacían comentarios en frente de toda la escuela, otros lo hacían más en privado”, dice.
Y relata: “En el momento que más bailaba, estaba como seis o siete horas por día frente al espejo en ropa que deja todo el cuerpo al descubierto”.
En el carnet tenía una sección de observaciones sobre el físico, donde, entre otras cosas, les avisaban a quienes consideraban que debían bajar de peso: “Tengo amigas que se desmayaron en ensayos, otras que se les cortó la menstruación”. Hoy, con 26 años de edad, ya no baila ballet, pero reconoce que todo lo que vivió “queda un poco en el inconsciente”. Por ejemplo, dice: “De repente me pasa que no me gusta mi cuerpo, o si siento que comí mucho en las dos últimas noches, digo que por una semana no ceno”.
No obstante, esto no significa que Lucía y cualquier bailarín vayan a tener necesariamente un trastorno alimenticio. “No todas las personas van a responder al mismo contexto o a las mismas exigencias de la misma forma”, señala la psicóloga Seoane. Según explica, un trastorno se configura como tal “cuando compromete todas las áreas de la vida, no solo a nivel físico y psicológico, sino también social”. El foco pasa a ser el cuerpo y la comida “y la persona pierde un montón de otras cosas por obsesionarse con eso”.
Además, “implica determinada cantidad de tiempo, una persistencia o intensidad”. Sin embargo, “sí se sabe que los bailarines de ballet son una población que tiene cierta predisposición a padecer estas patologías”, afirma la psicóloga.
Lo anterior cobra sentido con relatos como el de Belén Facchin. Cuando empezó a bailar ballet, a los doce años, se encontró con “un ambiente muy distinto a lo que son otros tipos de danza; mucho más estricto”.
Según cuenta, el ballet “tiene mucho que ver con cómo te ves, no solo con cómo bailás”, lo que da pie a estar “mucho más pendiente del cuerpo y compararse con los otros”. Para ella, ese es gran parte del problema: “Veo que eso de ‘yo me veo más gorda de lo que es mi compañera’ después lleva a los problemas alimenticios”.
Seoane, psicóloga de Aluba, explica: “Más allá de la personalidad de cada uno, hay situaciones contextuales que se tornan muy agresivas para poder enfrentarlas bien. Quizá no configure una patología alimentaria, pero la persona va a vivir angustiada”.
En tanto, las niñas siguen siendo niñas y, como tales, juegan. Lucía recuerda que con sus compañeras de ballet jugaba a meterse entre la barra y la pared, “a ver quiénes eran flaquitas y entraban”.
Y las niñas, por supuesto, juegan en todos los países: en un intercambio en una escuela del exterior, una amiga de Lucía escuchó que, de niñas, un grupo de bailarinas de la Ópera de París solía jugar a acostarse y, “como el espejo no llegaba hasta el piso sino que había una franja entre el piso y el espejo, el chiste era que a la que no se le veía la panza en el espejo, ganaba”.
“Es difícil llegar a los estándares”, señala Belén. “Para mí y para muchos de los que hacemos ballet no ha sido fácil. Yo me acepté, soy esto, y hay cosas que uno no puede cambiar y que por salud tampoco debe. Igualmente, siempre fui flaquita y de altura media, entonces nunca me sentí marginada. Conozco mucha gente que sí”. Y si bien nota que la situación está mejor que antes, admite que “aún queda mucho camino por recorrer”.
Fortaleza y autoestima.
Esta realidad no es exclusiva de la Escuela Nacional de Danza. Lucía Garrone bailó ballet desde los 16 hasta los 23 años de edad en una academia privada y, si bien la recuerda como un espacio amistoso, dice que “al estar insertada en ese sistema, empezás a conectarte con gente de otras escuelas y más de una vez te cruzás con mensajes sobre cómo tiene que ser tu cuerpo”. Entonces, suspira y afirma con honestidad: “Tenés que ir con una autoestima muy fuerte para no salir hecha mierda”.
La psicóloga Seoane recomienda a los padres o tutores de los jóvenes que ingresan al mundo del ballet estar cerca y promover el diálogo y la comunicación. “Que la persona pueda hablar libremente de lo que siente y que pueda plantear cualquier cosa con honestidad, en lugar de tener vergüenza o miedo de contar sus cosas”, sostiene. Además, subraya la importancia de desarrollar recursos internos como la resiliencia, “y si va acompañado de un apoyo terapéutico y nutricional, mejor”.
Para Belén Facchin, es verdad que “los bailarines y profesores más nuevos tienen una mirada más amplia” que antes. En este sentido, subraya que el mensaje no es “no hagas ballet” porque en realidad piensa que “es hermoso y tiene una técnica divina”. Ella recomienda seguir adelante, pero también avisa: “Es importante ser consciente, ser fuerte e imponer más cambios”.
La profesora rusa de 70 años que es furor en redes
“En Instagram hay una señora que tendrá unos 70 años y está un poco pasada de peso; ella tiene una velocidad tremenda con los pies y hace todas las cosas que puede hacer una persona de 20”, cuenta el bailarín Santiago Larrondo, de 17 años de edad. Se refiere a Lu Krendel (@lukrendel), exbailarina de ballet y ahora profesora de origen ruso.
Las redes sociales le han dado lugar a muchos de los cuerpos excluidos del escenario. De hecho, el movimiento #BopoBallerina (Body positivity ballerina) fue creado por la bailarina y psicoterapeuta Coleen Werner luego de haber atravesado trastornos de la conducta alimentaria.
Su objetivo es promover “la aceptación del cuerpo, la diversidad corporal, la positividad corporal y la conciencia sobre los trastornos alimentarios en el mundo de la danza”, según cuenta ella misma en el blog de la organización National Eating Disorders Association (NEDA).
En una entrevista para NEDA, Werner afirmó que “la discusión sobre el peso debe dejarse en manos de un bailarín y su médico, no de su profesor o profesora”.
También señala que le encantaría que “más estudios y compañías tuvieran dietistas, terapeutas y otros profesionales y sobrevivientes (que hayan pasado por trastornos) que vinieran y educaran a los bailarines, padres y maestros sobre estos temas”.
Las publicaciones vinculadas al movimiento de Werner pueden verse en Instagram buscando el hashtag #Bopoballerina.