La primera vez que Gala vio un pescado en un supermercado le preguntó a su madre: “¿Qué hace ese pez ahí?”. Cuando ella le contestó que era para comer, la niña gritó horrorizada: “¡Pero tiene ojos!”. Gala tiene tres años y no cuenta en su dieta con productos de origen animal, exceptuando la miel. Hace cuatro años sus padres leyeron un informe de la ONU en el que se relacionaba la industria cárnica con el cambio climático, e iniciaron un camino para cambiar su alimentación, basada ahora en una dieta de plantas sin procesar.
Según un estudio del grupo Euromonitor, el consumo de comida vegetariana para bebés aumentará un 10% en los próximos tres años. Pero para las familias que inician este cambio los prejuicios y las críticas siguen siendo habituales, a pesar de que hace tiempo que la Asociación Americana de Nutrición y Dietética clasificó “las dietas vegetarianas o veganas bien planificadas” como“apropiadas para todo el ciclo vital, incluyendo el embarazo, la lactancia, la niñez, la adolescencia o el deporte de élite”.
“El problema es que hay mucha desinformación sobre este tema, a nosotros nos llegan familias con mucho miedo y a los que incluso han amenazado con llevar a los juzgados porque consideran que una dieta vegana es perjudicial para la salud del menor”, asegura la dietista y nutricionista Melisa Gómez.
Uno de los episodios que dañó especialmente la reputación de las familias que no quieren consumir animales ocurrió en junio de 2014 en Flandes con la muerte de Lucas, un bebé de siete meses a quiénes sus padres habían alimentado escasamente con leches vegetales tras diagnosticarle ellos mismos una alergia a la lactosa y al gluten. Cuando el niño comenzó a tener dificultades para respirar, los padres decidieron llevarlo a un médico homeópata, a más de una hora en coche de su casa. Para cuando Lucas llegó a una sala de urgencia del hospital de Flandes pesaba solo cuatro kilos y tenía el estómago completamente vacío.
“Hay que tener en cuenta que se está interviniendo en un proceso crítico en la salud del menor y por eso la planificación y la información son imprescindibles”, en palabras del dietista Juan Revenga. En el caso de Gala, por ejemplo, sus padres consultaron con pediatras y expertos antes de cambiar su alimentación. “Descubrimos, por ejemplo, que, teniendo una dieta que incluía productos animales, estábamos deficientes de algunos elementos, como hierro o vitamina D”, dice Tania de Miguel, madre de Gala, quien añade que “en España existe el concepto equivocado de que una dieta “equilibrada y variada” incluye productos animales y que si consumes dicha dieta no tienes deficiencias. Nada más lejos de la realidad. Nuestra lista de la compra tiene más variedad que la lista de dieta habitual”.
Saber qué meter en la despensa, seas vegetariano o no, es uno de los principales consejos que se dan en la consulta de Gómez, que recalca que “una dieta vegetariana puede ser más sana; depende cómo se plantee. Existen ya galletas veganas y todo tipo de bollería vegana que no son saludables. Por eso hay que darle alimentos reales a los niños como frutas, verduras o legumbres, que sí son más sanos que los procesados”.
A partir de los seis meses para los niños que sigan esta dieta es necesario también utilizar suplementos de vitamina B12. “Una vitamina que solo existe en alimentos de origen animal, y que se puede administrar en gotas una vez por semana sin ningún riesgo para el menor”.
¿Moda o nueva realidad?
Pero ¿cuáles son las principales razones que están llevando a los padres a optar por dietas veganas para sus descendientes? Según Gómez, los tres principales motivos suelen ser “el medioambiente, la salud y el sufrimiento de los animales”. Otros dietistas, como Juan Revenga, se muestran más críticos con la tendencia y aseguran que “la razón por la que hay más vegetarianos se puede resumir con apenas dos palabras: trending topic”. Ojalá todas las personas que optaran por una dieta vegana o vegetariana lo hicieran de manera informada, como muchas personas y familias que conozco que merecen todo mi respeto, y que no lo hicieron al abrigo de las modas.
Un estudio publicado en el 2015 asegura que las personas que se adhieren a una dieta vegetariana por razones éticas, en vez de por motivos de salud, tienen más posibilidades de mantenerla de forma regular.
Es el caso de la familia de Gala que realizó la transición preocupados por la sostenibilidad del planeta. “Siempre nos habían contado que, para ahorrar agua, cerráramos el grifo al lavarnos los dientes, etcétera, pero no nos contaron que ¡para producir un kilo de vacuno se necesitan 21.000 litros de agua!”, en palabras de Tania, quien reconoce que su hija es la más radical de los tres respecto a comer seres vivos. “Cualquier plato que le pongan pregunta si tiene animales. A raíz de esto investigué. Si lo piensas, la educación más temprana de nuestros pequeños incluye libros de animales, explicamos el sonido que emiten, tienen peluches y de repente, aparecen en su bocadillo sin explicación alguna. Es lo que se denomina disonancia cognitiva, disociar la carne de sus orígenes animales y sus implicaciones”.
Sobre qué valores quieres transmitirle a su hija con este tipo de dieta, Tania se muestra prudente. “Nada en concreto y muchas cosas al mismo tiempo. ¿Qué quiere transmitir cualquier madre o padre cuando pone lo que pone en la mesa? Ya sea una tortilla o nidos de tempeh y teriyaki, lo que quiere es que se lo coma, lo disfrute y le alimente. Pero las familias también tienen el poder de aumentar la cantidad de compasión o miseria según lo que pongan en el plato. Para nosotros ese respeto incluye el respeto por uno mismo y el respeto por el mundo que te rodea”.