El robot avanza con sigilo y se detiene cuando detecta un obstáculo. Entonces, porque el destino lo tiene marcado a fuego, busca una alternativa viable para llegar a unas coordenadas predeterminadas. Y sigue su camino, sin prisa pero sin pausa, hasta que llega a su objetivo, abre una compuerta y el interesado recoge el paquete con su teléfono móvil mediante. Quiere ser la furgo de reparto del futuro, pero eléctrica, autónoma, sostenible. Todo bien. Pero navega, y ya veremos hasta cuándo, en un limbo normativo que obliga a mantenerlo en un cierto barbecho. La tecnología ya está aquí, pero toda esta programación carece de marco legal. Y lo más importante: está por ver si tiene encaje en la ciudad contemporánea, en sus hábitos, sus costumbres. Que le pregunten a la bici y al patinete cómo es eso de ser el nuevo en la selva de la calle.
Forma parte del proyecto LogiSmile, enmarcado dentro del EIT Urban Mobility, una iniciativa de la Unión Europea que trata de acelerar y marcar la hoja de ruta de la movilidad sostenible en base a desarrollos internacionales que se ejecutan en distintas urbes del continente. Todo este trabajo se realiza de la mano de universidades y centros de investigación, pero también junto a instituciones públicas como el Área Metropolitana de Barcelona (AMB), ‘partner’ en alguna de estas propuestas de futuro, como es el caso de este robot desarrollado por la UPC y el ‘hub’ tecnológico Carnet. De lo que se trata, en el fondo, es de detectar carencias y márgenes de mejora, y en eso, la distribución de mercancías es imbatible, puesto que es, probablemente, el ámbito del espacio compartido que menos ha evolucionado en las últimas décadas.
Algunas cifras. La paquetería urbana representa cerca del 20% del tráfico, el 30% de la ocupación de las calles y el 40% de las emisiones contaminantes. Por si eso fuera poco, un estudio del RACC alertaba el año pasado de que la mitad de las furgonetas circulan medio vacías. En resumen: escasa eficiencia en un sector fundamental, más todavía en una ciudad con tanta vida comercial como Barcelona. Si el robot se salta varias pantallas de golpe ya es otro debate. Pero lo cierto es que abre un sinfín de posibilidades porque se presenta como alternativa para reducir la circulación, reducir el problema de aparcamiento y ayudar a que la crisis climática nos coma más despacio.
Hasta 100 kilos
Albert Sanfeliu es profesor de la UPC y uno de los coordinadores del proyecto. A pesar del complicado camino recorrido para llegar hasta aquí, de la ciencia aplicada y de las zancadillas tecnológicas, consigue hacerse entender. Cuenta que el robot puede alcanzar los 25 kilómetros por hora y tiene una capacidad de hasta 100 kilos, que es capaz de subir aceras pero no escaleras, que puede trabajar tanto de día como de noche, esponjando la dichosa hora punta matinal, y que la idea es que funcione como transporte de última milla. “Ahora todo esto es ciencia ficción, pero esperamos que en unos años sea una realidad en ciudades y también en zonas rurales“, señala.
Más allá de la normativa -asegura Santfeliu que ya están hablando con la DGT para que sea un vehículo con derechos y deberes– y de decidir por dónde circula, está también pendiente el tema de los ‘hubs’ de distribución, que forman parte de la estrategia municipal del Ayuntamiento de Barcelona pero todavía es un proyecto muy incipiente. La idea es que toda la mercancía llegue a grandes almacenes repartidos por la ciudad de manera homogénea, y que la última milla se haga en vehículos sostenibles, que tanto podrá ser una ‘cargo bike‘ o, en el futuro, el robot de la UPC o similares. “Será un complemento“, ha precisado Santfeliu, que también ha planteado la posibilidad de crear carriles específicos para la circulación de mercancías. Pero eso sí: reclama que la normativa sea lo más universal posible, que no vaya cambiando de un municipio a otro.
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Laia Pagès, directora ejecutiva del ‘hub’ Carnet avanza que el robot iniciará en junio un periodo de pruebas en el mercado de Can Vidalet de Esplugues de Llobregat. Al mismo tiempo, han empezado a sondear a la ciudadanía para conocer su opinión sobre la posible introducción de estos artilugios en las ciudades. En paralelo a este proyecto, el AMB impulsa el proyecto Hallo, centrado en la puesta en marcha de centros logísticos de último kilómetro para, precisamente, distribuir las mercancías de la manera más sostenible posible. En esta empresa, Barcelona trabaja en colaboración con Estocolmo, donde ya se ha hecho una prueba piloto. En el entorno metropolitano está previsto instalar seis de estos ‘hubs’ del reparto.
‘Sharing’ de baterías
El EIT Urban Mobility, junto al AMB, tiene otros proyectos entre manos en el ámbito de Barcelona. Uno de ellos, de nombre Ecoswap, lo lidera Seat y eleva el concepto del ‘sharing’ a las baterías de las motos, algo que ya funciona en algunas ciudades del sureste asiático. Esta prevista una prueba piloto este mismo año en Barcelona, y el año que viene, en Sant Just y en Verona. El Área Metropolitana de Barcelona tiene previsto poner en marcha a finales de año un servicio de bicicleta compartida, con 2.600 bicis repartidas en 236 estaciones de 15 municipios. De manera paralela, se está estudiando la posibilidad de poner en marcha un sistema gemelo con motocicletas.