Los pulpos pueden resolver rompecabezas complejos y mostrar preferencia por diferentes individuos. Son seres sintientes, según varios estudios.
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A finales de 2021, Reino Unido consideró a los invertebrados –como moluscos cefalópodos y los crustáceos decápodos– seres sintientes, capaces de experimentar dolor emocional, tras analizar más de 300 artículos científicos al respecto. El gobierno británico decidió entonces sugerir su protección a través de su proyecto de Ley de Bienestar Animal para evitar su sufrimiento. (Le puede interesar: Así encontraron en Colombia una mariposa perdida por más de un siglo)
El país se uniría así a un puñado de naciones que reconocen la capacidad de sentir de estos invertebrados, con lo que se prohibirían, por ejemplo, ciertas costumbres como la de hervir las langostas vivas, en lugar de acabar con su vida de manera ética. La decisión se basa en la evidencia de que las emociones y las experiencias sentidas –conocido como sintiencia– no se limitan a los humanos y otros mamíferos.
“Un informe de la London School of Economics, encargado por el gobierno del Reino Unido, ha concluido que hay pruebas suficientemente sólidas para afirmar que los crustáceos decápodos y los moluscos cefalópodos son sintientes”, afirma la profesora y filósofa de la Universidad de York Kristin Andrews, titular de la Cátedra de Investigación de York sobre Mente Animal. (Le recomendamos: Los orangutanes también transforman su vocabulario durante la interacción social)
Pero, ¿cómo se define una emoción? ¿Cuál es la relevancia moral de las experiencias animales? Este tema lleva años siendo objeto de debate tanto en la neurociencia afectiva como en la filosofía, y ahora parece estar surgiendo un consenso sobre los criterios e implicaciones morales y éticas.
En un análisis publicado en la revista Science, los científicos Frans de Waal, director del Living Links Center de la Universidad de Emory, y Kristin Andrews, de la Universidad de York, recogen las implicaciones políticas y morales sobre el reconocimiento de las emociones en este grupo de animales. (Le recomendamos: Todo ha sido un malentendido con los tiburones)
¿Reflejos o emociones animales?
Hace más de una década, el mismo debate giró en torno a si los peces sentían dolor. Hasta hace poco se pensaba que solo tenían nocicepción, es decir, que reaccionaban de manera inconsciente a estímulos nocivos, como cuando retiramos la mano de la estufa caliente antes de saber que nos va a quemar. Se creía entonces que respondían al dolor por reflejos, pero sin ningún tipo de sentimiento asociado.
La comunidad científica dedujo que como la nocicepción no llegaba necesariamente al sistema nervioso central y la conciencia, no equivalía a la sintiencia, que en este caso equivalía a experiencias con valor, consideradas por el organismo como atractivas/positivas o aversivas/negativas.
Según explican de Waal y Andrews en su análisis, este debate se zanjó cuando se descubrió que los peces aprenden de los encuentros con estímulos negativos evitando los lugares peligrosos. Un estudio demostró que recuerdan estas zonas porque sintieron y procesaron neuronalmente las experiencias perjudiciales.
“En el siglo pasado se decía que los animales son como máquinas de respuesta a estímulos, pero luego llegaron las excepciones: primero los primates, los delfines, los elefantes, los perros y otros mamíferos, después las aves y los peces. Ahora hemos llegado a los invertebrados y hay todo tipo de nuevos estudios sobre abejorros, abejas, etc.”, recalca a SINC de Waal.
Lo mismo sucede con pulpos, calamares y cangrejos. “El argumento habitual es que reaccionan a los acontecimientos negativos (como los golpes o al ser atrapados por los humanos), pero no sienten nada”, detalla el experto en etología.
Sin embargo, la literatura científica demuestra que, al igual que los peces, estos animales recuerdan los lugares en los que ocurrieron las cosas negativas, “lo que significa que deben haber experimentado estos acontecimientos, por lo tanto, sienten”, continúa el experto para quien todos los animales con cerebro son sintientes.
Gracias a un experimento, un trabajo sobre cangrejos que se esconden de la luz brillante en el laboratorio entrando en un agujero, mostró que estos crustáceos recuerdan los orificios donde recibieron una descarga y los evitan. “Sintieron y recordaron”, dice de Waal.
El lenguaje como señal del sufrimiento
Antes de los años 1980, esta misma discusión se sostuvo en torno a los bebés humanos a los que los médicos les sometían a procedimientos quirúrgicos con la mínima anestesia o incluso sin ella. La razón es que solo las afirmaciones verbales de dolor eran aceptadas como pruebas de estos estados internos, y la ausencia de lenguaje se equiparaba con la ausencia de estos. Es decir, al no hablar, se pensaba que los bebés no sentían nada.
“La importancia del lenguaje está sobrevalorada. La gente pensaba: sin palabras, no hay sentimientos, no hay conciencia”, recuerda de Waal. A pesar de la abrumadora evidencia científica que demostraba que los bebés sí sentían dolor, esa actitud no cambió hasta los años 80.
“El lenguaje es la forma en que comunicamos los sentimientos, pero estos pueden ocurrir sin el lenguaje. Esto fue difícil de entender por parte de la comunidad científica. A esto se añadieron los prejuicios sobre qué consideramos que son los animales, como si los humanos no fuéramos animales”, subraya el etólogo.
En su escrito, los dos científicos estiman que reconocer la sensibilidad de los invertebrados abre un dilema moral y ético. Los humanos pueden decir lo que sienten, pero los animales no tienen las mismas herramientas para describir sus emociones. “Sin embargo, las investigaciones realizadas hasta ahora sugieren firmemente su existencia”, dice Andrews, que trabaja en un proyecto de investigación llamado Animals and Moral Practice.
¿Cómo tratar entonces a pulpos y cangrejos?
Para los investigadores, posiblemente llegue el momento en que las personas acepten que cangrejos, gambas y otros invertebrados sienten dolor y otras emociones. “En realidad, se trata de reeducar nuestra forma de ver el mundo”, señala la científica, para quien sigue siendo una cuestión abierta saber cómo hemos de tratar a ciertas especies. “Necesitamos una mayor cooperación entre científicos y especialistas en ética”, añade.
Según los autores, se trata de una decisión moral: “No podemos actuar como si estos animales no tuvieran sentimientos, ni tratarlos como si fueran piedras. Pero la cuestión de cómo mantenerlos o si comerlos es una cuestión moral que no podemos decidir”, asevera de Frans de Waal.
“Tenemos que dejar de actuar como si los animales fueran insensibles. Esto se aplica tanto a la industria agrícola como a los laboratorios. Solemos tratar a los invertebrados de forma diferente a los mamíferos, como los ratones y las ratas, pero no hay ningún argumento científico sólido para hacerlo”, concluye el experto.