«Quien no lleva en sí semillas demoníacas nunca engendrará un nuevo mundo». Esta frase subrayada pertenece a ‘Magia: historia, teoría y práctica’, un libro de ocultismo publicado en 1923 por el escritor y publicista alemán Ernst Schertel, estudioso de la antigüedad, el esoterismo y la religión, que además escribió sobre sadomasoquismo y dirigió un grupo de ballet. El subrayado es de Adolf Hitler. El dictador alemán recibió el libro enviado por su propio autor, que además se lo dedicó: «Regalado con plena admiración». El jefe del Tercer Reich lo debió de leer varias veces, porque es uno de los ejemplares más marcados de su biblioteca, que contó con un llamativo apartado dedicado a las llamadas ciencias ocultas.
«En general, en Alemania y Austria la atracción por el esoterismo se convirtió en uno de los rasgos definidores de cierta cultura política ultraconservadora», escribe el historiador Juan Baráibar en ‘Libros para el Führer’ (2010), un ensayo sobre el auge y la decadencia del nazismo a través de los títulos y las dedicatorias de la biblioteca personal del dictador, entre las que recoge la de Schertel.
La biblioteca de Hitler, o para ser precisos una parte de ella, fue confiscada por el Ejército de Estados Unidos en 1945. Con el epígrafe ‘Third Reich Collection’, está depositada en la sección de ‘libros raros y colecciones especiales’ de la Biblioteca del Congreso de Washington. Hay otra serie de libros que también pertenecieron al líder nazi y que se conservan en la Biblioteca John Hay de la Universidad de Brown, en Providence, Rhode Island (EE UU). En total, son 1.244 títulos. Como destaca Baráibar en su estudio, el conjunto «está formado por ejemplares en su mayor parte dedicados por sus autores o por otras personas deseosas de comunicarse de ese modo con el carismático Führer». Es por tanto una ‘biblioteca de regalos’, lo que hay que tener en cuenta a la hora de calibrar el perfil de Hitler como lector.
Hay que considerar también que la biblioteca personal del estadista nazi tenía como mínimo más de 6.000 volúmenes, número aportado por Baldur von Schirach, líder de las Juventudes Hitlerianas, y puede que alcanzara los 16.000, repartidos entre la Cancillería, su piso de Múnich y el chalet de montaña del Berghof, las tres residencias habituales de Hitler. El grueso, estimado por algunos historiadores en cerca de 7.000 títulos, eran libros, anuarios y otras publicaciones de temática militar. Otros grandes conjuntos temáticos los formaban libros de arte y arquitectura, unos 1.500, y libros sobre alimentación y nutrición, en torno a un millar. Según Timothy W. Ryback (‘Los libros del gran dictador’, 2010), la colección incluía también «primeras ediciones de obras de filósofos, historiadores, poetas, dramaturgos y novelistas». Ambrus Miskolczy añade que Hitler tenía ediciones ilustradas de ‘El Quijote’ y ‘Robinson Crusoe’, que consideraba, junto con ‘Los viajes de Gulliver’ y ‘La cabaña del tío Tom’, las grandes obras de la literatura mundial.
Hitler leía, y mucho, aunque de forma desordenada. Quienes lo conocieron lo definían como lector compulsivo y él mismo aseguraba que su ritmo de lectura era del orden de uno o dos libros por noche. «Hitler casi nunca se iba a la cama antes de las tres de la mañana y, como sufría de insomnio crónico, normalmente tomaba pastillas para dormir», explica Álvaro Lozano en ‘El laberinto nazi’ (2013). El genocida «se despertaba tarde, mantenía un horario errático y recibía visitas de acuerdo con sus caprichos personales. La comida en el Berghof tenía lugar a las dos de la tarde y continuaba, normalmente con ministros y miembros del partido, hasta las cuatro. Durante la sobremesa Hitler hablaba interminablemente sobre temas variopintos. Tras la comida, daba un corto paseo en compañía de Blondi, su perro favorito. Al regresar, tras tomar café, dormía una siesta o leía un libro, a menudo de historia o de astrología. (…) Tras la cena, veía una película alemana o norteamericana y, una vez finalizada, seguía otro interminable monólogo (…). Luego se dedicaba a hablar de todo un poco: catástrofes en la Edad de Hielo, el ‘degenerado’ arte moderno, la mejor forma de aplastar un posible motín en Alemania…». Todas estas peroratas interminables con las que martirizaba a sus acólitos se nutrían de sus lecturas desordenadas en su biblioteca, en la que «hay muchos libros de temática ocultista y religiosa».
Nostradamus en un búnker
«Entre los montones de basura nazi hay más de 130 libros sobre temas religiosos y espirituales, que van desde el ocultismo occidental hasta el misticismo oriental y las enseñanzas de Jesucristo», escribe Ryback en su artículo ‘Hitler’s Forgotten Library’ (2003). Entre los primeros destacan los libros relacionados con Nostradamus, por los que Hitler pareció mostrar una especial predilección. «’Las predicciones de Nostradamus’ pertenece a un paquete de libros de ocultismo que Hitler adquirió a principios de la década de 1920 y que fueron descubiertos en las dependencias privadas de su búnker de Berlín por el coronel Albert Aronson en mayo de 1945», precisa Ryback.
También hay libros pseudohistóricos sobre las runas, como ‘Yo leí una runa. Llamada a la joven Alemania’, de Ernst Radusch; sobre ariosofía y sobre simbología oculta, como ‘El secreto de la esvástica y la cuna de los indogermanos’, de Otto Grabowski; así como sobre espiritismo -‘¡Los muertos viven!’-, orientalismo, como los firmados por Bô Yin Râ, pseudónimo de un tal Joseph Anton Schneiderfranken; y neopaganismo, entre los que Baráibar destaca como especialmente interesante ‘El triunfo de la inmortalidad’, de Mathilde Kemnitz-Ludendorff, «una de las dos mujeres que en 1924 se interesaron por entrar en política a través del NSDAP», y que defendía la regeneración del pueblo alemán a través de la recuperación de la religiosidad germánica.
En la colección hay también libros enviados por los propios médiums, videntes y astrólogos que los escribieron. Como Elsbeth Ebertin, astróloga que elaboró y publicó la carta astral de Hitler, «un hombre de acción nacido el 20 de abril de 1889, con el Sol en 29º de Aries». Y, por supuesto, están los libros consagrados a las cosmologías alternativas, los escritos por autores que equivaldrían a los terraplanistas actuales y que básicamente cuestionan de raíz todo el conocimiento científico establecido. Aquí es inevitable citar la ‘Cosmogonía glacial’ del desquiciado ingeniero Johannes Hanns Hörbiger.
Este ingeniero austríaco había desarrollado La Welteislehre, literalmente ‘Enseñanza del mundo de hielo’ o ‘Teoría del mundo helado’, a partir de una visión que tuvo al observar la Luna desde su jardín y de varios sueños, lo que da una idea de la solidez de su propuesta. Según Hörbiger, el Sistema Solar había nacido de la colisión de una estrella muerta cubierta de hielo con el Sol. El impacto había generado los planetas y sus satélites. Porque la Vía Láctea era en realidad una estela de bloques de hielo. La Luna también era de hielo y de hecho era la última de las seis lunas que había tenido la Tierra, que habían ido cayendo en una sucesión de grandes ciclos históricos. El Diluvio Universal y el hundimiento de la Atlántida podían deberse a estas caídas lunares.
El universo helado
Hörbiger publicó su estrafalaria visión en el libro ‘Glazial Kosmologie’ en 1913, escrito con el astrónomo aficionado Philipp Fauth y que figura entre los fondos de la biblioteca de Hitler. Aunque la teoría era un disparate descomunal, hizo fortuna en el mundillo esotérico alemán y también entre los nazis, que la abrazaron porque se oponía a la ‘falsa ciencia judía’. «Me siento bastante inclinado a aceptar las teorías cósmicas de Hörbiger», comentó el dictador en una cena, según recoge Heather Pringle en su libro ‘El plan maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi’ (2011).
Se ha escrito mucho sobre la relación de Hitler con el ocultismo y hasta qué punto la subcultura esotérica de su época influyó en la creación y el desarrollo del nazismo. Y de hecho el tema se ha convertido en un producto ‘esotérico’ en sí mismo, con su propia bibliografía paralela a la historiografía seria. ¿Pero qué hay de verdad en el ocultismo de Hitler? El contenido de su biblioteca refleja que tuvo un indudable interés por el esoterismo y las ciencias ocultas, aunque esa inclinación parece que fue remitiendo a medida que avanzaba hacia el poder y se convirtió en algo secundario una vez que lo alcanzó.
«La mayoría de los estudiosos descartan la idea de que Hitler se tomara en serio las ideas de estos cultos, pero los márgenes de varios de sus libros confirman al menos un compromiso intelectual con la esencia del ocultismo de la era de Weimar», escribe Ryback. «No son en absoluto escasos los libros de la Biblioteca de Hitler que podrían clasificarse en el apartado de ciencias ocultas, pero un primer examen de los mismos pone de manifiesto que su densidad es mayor en la primera mitad de los años veinte», considera Baráibar. No es que dejaran de interesarle los temas ‘raros’, sino que relativizó su importancia.