Muy preocupante en nuestro país.
La violencia, según expertos, no es genéticamente inherente. Es una reacción que está inserta en nuestra fisiología cerebral y sobre todo en el ambiente cultural en donde uno la sufre, por el entorno ambiental y también la produce, por su actitud personal.
La violencia es la pérdida de los valores positivos del quehacer humano y la causología de muchas reacciones que obligan a la existencia del Estado, porque como decía Rousseau: esta forma de organización política tiene primordialmente la función de proteger a sus habitantes y para lograrlo, el Estado es el único justificado para, con una instrumentación adecuada, generar un grupo específico que aun con una actitud violenta proteja a aquellos que no están involucrados en ella (ejército, policía, etcétera).
De ahí que un estado violento como el nuestro no está cumpliendo su función fundamental y, por supuesto, el concepto de factores etiológicos que la generan, incluye consigo mismo la etiología de la pobreza, o de la envidia, o del afán de una falsa moral que justifica su uso para apoyar su propia tendencia a la protección de sí mismo y al afán de otros elementos, como ganar dinero.
La introducción anterior tiene por objeto aceptar que la pobreza puede ser la génesis de una actitud violenta, cuando los instrumentos de la fisiología cerebral reaccionan a la fragmentación de una sociedad de ricos y pobres.
Pero el tema de resolverla a través del amor es complejo y no funciona cuando la misma tiene una organización criminal, un reflejo de los núcleos de la emoción, que tenemos en el cerebro (amígdala cerebral ); lo que está justificado en el Estado, y en la actitud mística de la búsqueda del espíritu de Dios, como lo demostró y se puede consultar en el libro ¿Cómo habla Dios?, del investigador Francis Collins de The National Institutes of Health, de los EUA, quien demostró a través de punciones en enfermos y registros de frecuencias eléctricas, al tocar una parte de nuestra masa cerebral, que existe esa tendencia mística.
Si a esto le acompañamos la reacción fisiológica de la generación de baja de serotonina o endorfina o acetilcolina en las dendritas de núcleos del cerebro, podemos explicarnos por qué se movilizan diferentes hormonas como la adrenalina, producidas en áreas específicas como parte de la respuesta al estrés, al miedo y fomentadas por la angustia, e incrementadas por los tóxicos como el alcohol y las drogas, que generan negación de lo normal y ponen al individuo en contacto con la reacción violenta que, además, está cultivada por previas enseñanzas del subconsciente, que germinan acumulación de resentimientos o tendencias negativas que rompen el factor axiológico normal con que nacemos.
Estas digresiones, que por supuesto requerirían un libro, son para explicar un poco por qué el abrazo no funciona cuando ha habido una ruptura de la fisiología normal, que tiende a una sociología agresiva y solo un antídoto de amor para la supervivencia comparte el trato con otros seres humanos.
Descartes: Pienso, luego existo… Los abrazos no pueden ser el instrumento del Estado para evitar la creación de grupos con culturas que tienden a la violencia, por interés propio, defensa personal u organizaciones criminales que existen y que se alimentan de la pobreza, no solo económica, sino en la educación y en el espíritu.
luisetodd@yahoo.com