Le preguntaron al Presidente Gabriel Boric por qué no invitó a los empresarios (como género, porque no había ninguno) a su ceremonia de cambio de mando en el Congreso de Valparaíso. Sin querer polemizar, respondió que por un tema de aforo, pero que no se trató de un desaire (es decir, deliberado) y aseguró que tendrán “un Presidente dialogante y un Gobierno que escucha”, desde las CPC, Sofofa y Sonami a las pymes, cooperativas y ferias libres, enumeró.
El punto es que la ceremonia tenía un aforo de 500 personas y cupo de todo: autoridades nacionales y extranjeras (básicamente de América Latina y el Caribe) y una categoría de “invitados especiales” que Boric llenó con poetas y escritores nacionales y extranjeros; dirigentes sindicales de la ANEF y la CUT; representantes de organizaciones de Detenidos Desaparecidos, de Ejecutados Políticos y de DDHH. Completaban la lista 15 representantes de pueblos originarios. Y resulta que ni entre las autoridades ni sus invitados especiales cabía un empresario, grande, chico o pequeñísimo, ni tampoco algún emprendedor, a pesar de los bien notables casos de éxito que tenemos ahora en Chile.
Resulta curiosa esta omisión porque el motor para el programa de Boric está en que los empresarios paguen más impuestos. Si no logra al menos una parte de la recaudación con que sueña (5 puntos del PIB), no podrá cumplir con ninguna de las promesas con que ha ilusionado al pueblo y a los pueblos (como hay que decir ahora). Se comprometió a operar con un presupuesto 22% inferior para contener el gasto que ha disparado la inflación al 8% anualizada y las tasas de interés. La capacidad de endeudamiento del país está bastante copada y las cuentas de bonos soberanos en el exterior bien agotadas, porque ayudaron a enfrentar las consecuencias de la pandemia.
Boric necesita a los empresarios, entonces. Pero sin confianza no hay inversión y por eso las empresas reparten los dividendos por ganancias pasadas, las transforman en dólares y las invierten en el exterior, donde haya un clima más favorable. La omisión del nuevo Presidente no contribuye en nada a mejorar el clima empresarial, amenazado, además, por sus propias huestes (Frente Amplio y PC) en la Convención Constitucional, que no escatiman creatividad para ahogar toda la iniciativa privada y trasladarla al Estado.
Que entre los 500 asistentes al cambio de mando no haya habido ni un empresario es un símbolo de un Gobierno que se ha esmerado en construirse como uno lleno de actos simbólicos para establecer su carácter emotivo, empático y humilde. Sus colaboradores prepararon un verdadero catálogo de significantes para el día de la asunción, que la prensa destacó y aplaudió. Desde la cercanía a la gente, bajándose del Ford Galaxy a saludar, a la no corbata, la mujer de gala pascuense del protocolo, los actos previos y posteriores en sectores populares, el especial saludo a Gustavo Gatica y a la nueva senadora Fabiola Campillai, que les brindó al bajarse de la tribuna recién investido, como emblema de las violaciones a los derechos humanos y la “criminalización de la protesta”.
Nada casual, como tampoco lo fue omitir cualquier tipo de empresario a su fiesta de asunción. La empatía no está con ellos. Y no es raro, porque Boric nunca ha entendido la economía de mercado, que pretende llevar a “la tumba” en su administración, tildándola de neoliberal. Nunca ha comprendido que la riqueza se genera con millones de personas-empresarios, desde la mujer que durante la pandemia se dedicó a preparar calugas, hasta el que busca colocar su producto en los países ricos. Su falta de comprensión de la modernidad es la que lo llevó también a omitir a los ex Presidentes Frei Ruiz-Tagle y Ricardo Lagos (seguramente, demasiado cercanos a los empresarios) en su primer discurso. Para el actual Mandatario, hasta la delincuencia se origina en las desigualdades, como aseguró en su primera intervención oficial, donde dio asimismo la receta: “redistribuir la riqueza”. Como si ello bastara para que todos obtengan mejores condiciones de vida y logremos ser un país desarrollado. Al partir su administración, el Boric de la sensibilidad quiso dejar bien asentado en el imaginario colectivo que los empresarios, ni siquiera los chicos, caben en su alma. Tienen que cumplir con su deber de proveer recursos al Estado para que éste pueda redistribuir, pero no están entre sus compañeros que son los buenos, los despojados por la desigualdad, el abuso, la colusión y los ricos. Una caricatura, pero que se proyecta bien con su mundo constituido por víctimas y opresores.
*Pilar Molina es periodista.