‘Viaje alucinante al fondo de la mente’ (Altered States, 1980) fue el debut cinematográfico del recientemente fallecido William Hurt, quien consiguió ofrecer una fascinante actuación como un personaje trastornado en una pieza sobre la conciencia, la experiencia religiosa, la evolución y el significado mismo de la humanidad. Una obra de terror y ciencia ficción llena de imaginería salvaje, viajes alucinatorios, exploración religiosa, evolutiva y paracientífica.
La película parte de la novela Paddy Chayefsky, el guionista de ‘Network’ (1976) tres veces ganador del Oscar, quien adaptó su propia novela para la pantalla, aunque acabó tan disconforme con los resultados finales que eliminó su nombre de los créditos. El director de ‘Bonnie and Clyde’ (1967), Arthur Penn, iba a ser originalmente el director, guiando el proyecto durante la mayor parte de la preproducción, y ya con desacuerdos con Chayefsky, Penn abandonó y los productores buscaron a un director visualmente imaginativo para que se hiciera cargo.
La entrada en Hollywood de William Hurt
Finalmente se decidieron por Ken Russell, quien saltó a la fama a principios de la década de 1970 por sus biografías de famosos compositores y artistas clásicos como ‘Mahler’ (1974) o Franz Listz, en ‘Lisztomania’ (1974), una filmografía llena de excesos dementes que explotaron a lo grande en su sensacional obra maestra ‘Los demonios’ (The Devils, 1971). William Hurt afirmaba que sabía poco sobre él antes de trabajar juntos y cuenta una divertida anécdota sobre su encuentro:
“Estábamos en una pequeña habitación y había un radiador, un pequeño escritorio y una silla y no nos sentamos durante media hora, ninguno de los dos. Finalmente él se sentó en el radiador y yo en el suelo. Cuando lo hizo se le subieron los pantalones y vi que tenía puestos calcetines de Betty Boop. Fue entonces cuando pensé: ‘estoy dentro””.
Hurt interpreta a Eddie Jessup, un fisiólogo de Harvard que solía experimentar visiones religiosas cuando era adolescente y ahora está estudiando el fenómeno de las alucinaciones causadas por la privación sensorial en tanques de aislamiento. Sus investigaciones sobre la naturaleza de la conciencia finalmente lo llevan a una tribu aislada en México que usa un poderoso hongo psicodélico en antiguos rituales religiosos toltecas. Cuando combina los hongos mágicos y el tanque de aislamiento, descubre que la mezcla lo hace retroceder a un estado evolutivo anterior.
Cine lisérgico de gran estudio
A finales de la década de los 60, hubo una avalancha de películas sobre viajes con ácido que se convirtieron en una breve moda durante un par de años, pero el concepto de ‘Viaje alucinante al fondo de la mente’ emerge como una especie de colisión conceptual entre aquel cine y películas camp del hombre de las cavernas de la década de 1950 como ‘El hombre de Neanderthal’ (The Neanderthal Man, 1953) o ‘Monster on the Campus’ (1958) y una ciencia ficción de experimentos mentales y sus consecuencias como ‘The Mind Benders’ (1962).
Personajes de la era del ácido como Timothy Leary y Carlos Castaneda se sumaron a la figura del Dr. John Lilly, quien inventó el tanque de aislamiento y experimentó con el uso de drogas él mismo antes de pasar a su infame investigación sobre la comunicación con los delfines. Lilly cuenta la historia de un compañero investigador que tomó ketamina y creyó que se había convertido en un “pre-homínido” y estaba siendo acechado por un leopardo, que presumiblemente era el núcleo de la idea de la regresión genética.
El título de la película se refiere a los “estados alterados de conciencia” o “estados alterados de la mente”, es decir, cualquier estado que sea significativamente diferente desde el punto de vista médico que un estado de onda beta de vigilia normal. El término fue utilizado por primera vez alrededor de 1966 por Arnold M. Ludwig y entró en el léxico popular alrededor de 1969, cuando Charles Tart lo utilizó para describir cambios inducidos en el estado mental de una persona.
La trampa de Ken Russell
Chayefsky parecía haberse tomado tan en serio los viajes mentales cosmológicos y drogadictos de la película, que su presuposición es científicamente ingenua: la noción del hombre moderno que se transforma físicamente en su antepasado con el uso de una droga es razonable a un nivel abstracto, pero tan absurda que Russell se deleita con el delirio de la idea, interpretando los tratados científicos como soliloquios monomaníacos de personajes hablando al mismo tiempo o escupiéndolos entre bocados de comida o sorbos de vino.
Quizá por esa interpretación casi de fantasía, que se aburre con los intentos de dotar de coherencia las bases teóricas del motor de la trama, el guionista no quiso firmar la película. Sin embargo, Russell no tocó ninguna palabra del guion, que es muy fiel a la novela, porque lo habrían demandado, por ello resolvió las partes con las que no congeniaba transformándolas en murmullos de gente con autoimportancia, codificado de tal forma que creara el efecto contrario al que se podría interpretar al leerlo.
Lo cierto es que con sus decisiones controvertidas o no, a finales de los 70 no había un director mejor preparado para hacer una película de ciencia ficción y horror sobre psicotrópicos que provocan visiones religiosas que Ken Russell, que repasó las blasfemias cristianas de su filmografía y utilizó lo aprendido en los viajes psicodélicos de ‘Tommy’ (1975), su célebre musical de The Who, además de probar él mismo “hongos mágicos” durante la producción de la película, lo que al parecer resultó en un mal viaje.
Visiones impías y horrores atávicos
Pero puede que esa mala experiencia resultara para bien. El aspecto más potente de ‘Viaje alucinante al fondo de la mente’ son sus escenas de viajes llenas de surrealismo. Montajes de ritmo frenético llenos de imágenes de horror grotescas, como las representaciones de un William Hurt volando por la estratosfera consumido por un crucifijo en llamas, una hermosa secuencia con cuerpos desnudos erosionados por tormentas de arena, o almas condenadas sumergiéndose en masa en pozos en llamas en escenas collage tomadas de la versión muda de ‘El Infierno de Dante’ (1924).
Paisajes que parecen de un cuadro de Dalí, imágenes simbólicas, peces nadando en el cielo detrás de Hurt, un organismo unicelular que estalla en una explosión de formas y colores y mientras recuerda la terrible agonía de su padre, que lo llevó a rechazar la idea de Dios en la adolescencia, reconecta con visiones religiosas como el cordero crucificado de siete ojos y siete cuernos, que puede resultar una imagen impía, satánica e irreverente, pero en realidad proviene directamente del Libro de las Revelaciones (Apocalipsis 5:6):
“…En medio de los ancianos, estaba de pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos y siete ojos…”
El ritual tolteca de Jessup da comienzo a su verdadero viaje y hay pequeños momentos y recuerdos que seguirán asaltando su conciencia, como cuando alucina que le ha crecido un dedo del pie oponible en la ducha. La búsqueda del fin último va adquiriendo una grandeza cosmológica trascendental que conecta con la magia cuasireligiosa de lo desconocido que tenía ‘2001: Una odisea del espacio’ (1968) y en esta hay un clímax similar, con amebas fluorescentes explosivas que representarían el testimonio del Big Bang, el fin último de los experimentos que hacen retroceder la psique en el tiempo.
Del horror cósmico al cine de cavernícolas
Pero ‘Viaje alucinante al fondo de la mente’ no es solo una película de viajes de drogas y, como si fuera una versión moderna de ‘El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde’ analiza los procesos “científicos” de la separación del yo, y, mientras la novela de Robert Louis Stevenson se centra en la investigación que rodea los crímenes de Hyde, Russell explora el conjunto de las consecuencias a través de la teoría, en palabras de su personaje:
“La memoria es energía, no desaparece simplemente. Todavía está ahí. Hay un camino fisiológico a nuestras conciencias anteriores… Creo que ese yo verdadero, ese yo original, ese primer yo es algo real, mensurable, cuantificable, tangible y encarnado… y voy a encontrar a ese hijo de puta”.
Si nuestros átomos tienen seis mil millones de años, tenemos seis mil millones de años de memoria en nuestras mentes, la idea de la transformación a través de la memoria molecular hasta experimentar el momento de la creación parece cosa de teorías homeopáticas, pero en realidad tiene mucho que ver con obras de Lovecraft y las bases del horror cósmico, por lo que la idea que mueve al personaje y los horrores que experimenta no es muy diferente a la de ‘El hombre con rayos X en los ojos’ (X: The Man with the X-Ray Eyes, 1963), de Roger Corman.
Pero aquí las visiones comienzan a transformar físicamente a Jessup literalmente, experimentando una regresión en toda regla, transformándose en una criatura parecida a un simio, lo que da un giro extraño para la historia, que mientras mantiene su premisa de experimentos con cosas que el hombre no debería saber tiene interludios de cine de mad doctors, con homínidos y transformaciones grotescas casi como en una pequeña antología de terrores relacionados con la ciencia ficción.
El tema más esencial de la humanidad
La trama secundaria tiene a Blair Brown como la hermosa y encantadora esposa antropóloga del científico, quien deliberadamente la ignora dándole a la película un centro emocional duro, puesto que el protagonista no lo pone fácil para empatizar con él. La presencia de Emily amplía los temas y el significado de la película, que a menudo se han debatido, presentando muchas interpretaciones, entre el mito de Orfeo y Eurídice o incluso la historia de María y Jesús. Pero en realidad el texto da algunas pistas con líneas como “Nos pasamos la vida convenciéndonos de que estamos vivos. Y una forma de hacerlo es amándonos unos a otros, como yo te amo”.
Como en muchas obras que dan vuelta al tema del cosmos, muy influenciadas por Carl Sagan, ‘Viaje alucinante al fondo de la mente’ concluye que lo que realmente se necesita para encontrar el yo original, su verdadero yo, es la más esencial de las experiencias humanas: la admisión del amor, una emoción sencilla es donde encuentra su humanidad, en una tradición de cine fantástico existencialista que concluye de forma similar, como ‘Misa de medianoche’ o ‘Intellestelar’.
‘Viaje alucinante al fondo de la mente’ es una puesta al día de viejas películas de explotación de la era del ácido como ‘The Weird World of LSD’ (1967), ‘The Acid Eaters’ (1968) y ‘The Trip’ (1967) de Roger Corman, que ofrecían visiones caleidoscópicas, lentes de ojo de pez, colores alucinantes y la oportunidad de mostrar a actrices con poca ropa. Russell hizo la mejor obra de ese subgénero gracias a que contó con el presupuesto de Hollywood y la visión suficiente para convertir las alucinaciones es piezas artísticas acompañadas de música desasosegante de John Corigliano, y una magnífica fotografía de Jordan Cronenweth.
Un avance de efectos especiales adelantado a su tiempo
Lo que sorprende es a gran actuación de William Hurt en su primera experiencia para la gran pantalla, el compromiso con el viaje autodestructivo de su personaje es absolutamente fascinante, siempre abordando las pesadillas de la película con una convicción franca, pasando el cuarenta por ciento del metraje desnudo y sin que se le caigan los anillos en escenas mordiendo una gacela ensangrentada o al ponerse debajo de capas y capas de maquillajes complicados y aparatosos.
El film nos da la oportunidad de ver algunas de las más grandes maravillas del maestro del maquillaje de ‘El exorcista’ (1973) Dick Smith, quien incluso diseñó una escena de transformación parcial, donde vemos la técnica que revolucionaría la industria un año después en ‘Un hombre lobo americano en Londres’ (An American Werewolf in London, 1981): el uso de vejigas de aire para mostrar cambios dolorosos en la fisiología humana que se usaría de manera tan memorable a lo largo de los años 80 en películas como ‘Aullidos’ (The Howling, 1981), ‘Scanners’ (1981) y ‘La cosa’ (The Thing, 1982), entre muchas otras.
Pero ‘Viaje’ no solo fue pionera en efectos especiales tradicionales, sino que fue de las primeras en usar CGI primitivo en los segmentos de la transformación final a los que se le agregaron un efecto de energía granular en postproducción, además de crear efectos de rotoscopio. No es de extrañar que su catálogo de monstruosidades como consecuencia de buscar la última frontera fuera una gran influencia en la obra posterior de autores como David Lynch, especialmente en su ‘Twin Peaks: the return’, sus bombas H y cajas de cristal. .
El legado de un viaje fascinante
Otro autor que le debe más de lo que parece es David Cronenberg. No solo tiene muchos puntos en común con las ideas de ‘Videodrome’ (1983) y esa exploración de lugares de la conciencia prohibidos a través del body horror, sino con la pesadilla sobre el consumo de drogas ‘El almuerzo desnudo’ (Naked Lunch, 1991) y, sobre todo, ‘La mosca’ (The Fly, 1985), con la que comparte la delectación minuciosa en los pasos más impactantes del proceso de degradación y metamorfosis de un hombre, dentro de una trama romántica poco convencional con un poso de melancolía fatalista.
El legado de ‘Un viaje alucinante al fondo de la mente’ se ha ido oscureciendo frente a la popularidad de otras coetáneas. En su momento tan solo recaudó 19,9 millones de dólares en taquilla frente a un presupuesto de producción de 15, no un fracaso pero sí un resultado mediocre, sin embargo, unos años más tarde, el video musical de ‘Take On Me’ de A-ha utilizaba la escena final de esta película y muchas películas de terror populares de los 80, como ‘Pesadilla en Elm Street’ (1984) se beneficiaron de la apertura al terror onírico y personajes como Crawford Tillinghast en ‘Re-Sonator’ (From Beyond, 1986) o Frank Cotton en ‘Hellraiser’ (1987) se modelan alrededor de la obsesión metafísica de Jessup.
En la actualidad, el nuevo cine de terror ha encontrado en la obra de Russell un referente directo, como demuestran las visiones de ‘The Lords of Salem’ (2012), que incluso utilizan el mismo estilo anacrónico de cromas tan distintivo del británico, las visiones psicodélicas de Ben Wheatley o especialmente las de las películas de Panos Cosmatos y otras de la productora Spectrevision, incluida ‘Color Out of Space’ (2019) y su fundido energético final. Hoy puede considerarse un clásico de culto que permanece además como la obra que dio la primera oportunidad a un talento descomunal como William Hurt.