¡Buen día!
Espero que te encuentres bien. O que tu consumo de contenidos sobre la guerra haya amainado. Lo voy a decir rápido y mal, pero al final uno se acostumbra a casi todo. Va a ser mi próxima charla en el Konex: el hecho de haber procesado la pandemia, ¿no nos hizo más inmunes a los shocks globales, como una guerra en Europa? Quiero decir: van dos semanas, allá se siguen matando, hay novedades gruesas, que se yo, Biden se acerca a Maduro, Europa se baja del gas ruso. Y sin embargo la atención ya no es la misma. Lo dicho: aprendemos a convivir con el volumen alto. ¿Y el papel de las redes sociales en todo esto? Bueno, eso en la próxima charla. Ahora son cinco mil pesos.
Hoy vamos a hablar sobre el rol de los medios. Y no, no es 2012 otra vez, ni esto 678.
1. Por qué es importante
La idea de discutir sobre los medios y el consumo de información durante la guerra puede tener el mismo efecto que una frase de pegatina: algo que se repite tanto que deja de ofrecer sentido y hasta irrita. Creo que se volvió una forma particular de whataboutism, que consiste en desviar un tema abriendo otro (¡hablás de X pero de Y no decis nada!). Acá el equivalente sería esquivar la discusión sobre lo que está pasando hoy en Ucrania –por ejemplo, el bombardeo a zonas civiles– alegando un sesgo en las fuentes de información o haciendo hincapié en la hipocresía de Occidente a la hora de cubrir el conflicto.
Lo primero entonces es descartar esta falsa dicotomía y alertar sobre estas maniobras de evasión. Creo, sin embargo, que está pasando algo con la cobertura mediática que es interesante y también alarmante. Tiene que ver con cómo percibimos el conflicto y con los actores involucrados. Desde los medios tradicionales, que han ganado protagonismo en las últimas semanas, a las grandes plataformas. Son apuntes preliminares, tal vez apurados, para empezar a pensar.
2. “Este es un país civilizado”
Lo de la hipocresía es evidente. Lo dijimos en el último correo: hace tiempo que estamos presenciando guerras de consecuencias devastadoras en materia humana y sin embargo ninguna ha tenido el grado de movilización y cobertura que la ucraniana. Pero, además de la “doble vara”, también tenemos que pensar en la cuestión del síntoma. De cómo los efectos más drásticos de la crisis del orden liberal, que ya se veían en otros lugares del mundo, llegaron a Europa, con lo simbólico del caso. Una última daga a Francis Fukuyama y el Fin de la Historia.
La cobertura, en Occidente, no solo tiene más espacios y recursos que la de otros conflictos. Su contenido, en varios casos, se tiñó de racismo. “Es muy emocional para mí porque veo a europeos con ojos azules y cabello rubio siendo asesinados todos los días”, dijo un funcionario ucraniano. En otro video viral, un corresponsal de la cadena CBS aclaró: “Este no es un lugar, con el debido respeto, como Irak o Afganistán, que ha visto un conflicto encarnizado durante décadas. Esta es una ciudad relativamente civilizada (…) donde no esperarías que esto sucediera”.
Pero al margen de estos gaffes, hay un intento permanente de incluir a los ucranianos en un nosotros occidental (vale preguntarse si no es incluso una versión más acotada de Occidente, en la que América Latina queda afuera), ya sea como llamada para despertar simpatía o una alerta para un conflicto futuro. “Se parecen tanto a nosotros. Eso es lo que lo hace tan impactante. La guerra ya no es algo que afecta a las poblaciones empobrecidas y remotas. Le puede pasar a cualquiera”, escribió un columnista en el diario britanico The Telegraph. Y es para enmarcar.
Natalí Schejtman, periodista especializada en el cruce entre medios y política y autora de Pantalla partida (Planeta, 2021), una investigación sobre la historia de canal 7, lo explica así: “Opera un sentido común sobre la cercanía –en varios planos– de este conflicto, los intereses geopolíticos y el interés de las audiencias de estos medios que llevan a darle espacio a esta guerra, en la que subyace una idea compartida de ‘nosotros’”.
Sin descartar la tesis sobre la doble vara, Natalí pone el foco en las audiencias. Si los medios occidentales están contando así el conflicto es también porque vende. El contexto incluye el protagonismo que ganaron los análisis de métricas en las redacciones. “Esto genera la repetición de determinados estilos de notas, como las historias de vida, o incluso un foco como el de la resistencia civil. No es solamente un encuadre de la noticia vinculada a los sesgos ideológicos: es también lo que engancha a la audiencia, y eso se sabe. Parece haber una fascinación por esos casos de gente ‘como vos y como yo’ que ante un ataque se están armando”.
3. Narrativas
Al parecer este newsletter también es víctima de la tiranía de las métricas y no para de repetir líneas. Acá va de vuelta: en el último correo advertimos –muy al pasar– sobre esta forma de leer el conflicto en clave moral. Las notas que comparan a Putin con Hitler o Stalin o encuadran a la guerra en una lucha de valores entre el bien y el mal ciertamente no ayudan a entenderla.
“Hay una narrativa heredada de la guerra fría que es muy poderosa y atractiva para las audiencias que se ve reactivada. Después de la Segunda Guerra Mundial hubo una maquinaria cinematográfica estadounidense destinada a promover su estilo de vida versus un ‘otro’ amenazante e indeseable con características asimilables a la URSS. Rusia hoy sigue siendo asociada a esta tierra gigante, fría y sospechosa”, apunta Schejtman.
Pero los efectos de esta narrativa tiene un efecto particular en la cobertura sobre Ucrania, y especialmente en su resistencia civil. En un completo artículo, publicado en MiddleEastEye, Jonathan Cook acusa a los medios occidentales de estar actuando como “porristas de guerra”. El propio The Guardian publicó un análisis sobre la necesidad de que Occidente envíe armas –muchas de las cuales van a parar a civiles– e historias sobre voluntarios británicos que viajan a pelear contra el ejército ruso (BBC ídem). Pero no se le da espacio a los riesgos de que civiles sin experiencia militar se involucren en un conflicto así. “Uno hubiera esperado que los medios británicos examinaran las implicaciones éticas de tal política y la hipocresía. Pero no hubo nada de eso”, escribe.
La hipocresía a la que refiere Cook es que en otros conflictos, por ejemplo la guerra de Gaza, Palestina, en 2014, la prensa occidental no solo no le daba el mismo lugar a las historias sobre “la resistencia cívica” sino que la condenaba. En esa misma guerra, de hecho, la BBC se negó a transmitir en sus medios solicitudes de ayuda humanitaria a la población de Gaza, justificando su decisión por cuestiones de imparcialidad, “algo de lo que parece completamente despreocupada en Ucrania”, sugiere Cook.
Le pregunté a Natalí si el hecho de que BBC sea un medio público de Reino Unido no dificultaba su cobertura de un conflicto en el que el país britanico manifiesta una clara postura de rechazo a Rusia. “La independencia de la BBC siempre fue problemática”, me respondió. “El gobierno interfiere y busca intervenir más, pero es un medio que vive creando regulaciones y renovándose para luchar por su propia independencia. Sabe que la credibilidad es su mayor activo”. El medio se ha posicionado como una de las fuentes principales de información en el conflicto, con picos de audiencia en la propia Rusia (ahora fue bloqueada y transmite por radio). “BBC tiene una larga trayectoria en la cobertura de conflictos, y aun en un momento de crisis generalizada de credibilidad es un medio más confiado que el resto”.
Un apunte y pasamos a otra cosa. Hoy nos estamos centrando en la cobertura occidental. Rusia cuenta con un sistema de medios estatales cuyo poder y alcance es significativamente menor, pero no desdeñable. Y desde ahí se promueve también otra narrativa respecto a la guerra.
4. Kiev
“El sesgo occidental siempre está”, apunta desde Kiev Joaquín Sánchez Mariño, que está cubriendo la guerra para Infobae. “Está desde el momento en que las empresas deciden no hacer otras coberturas porque saben que no les va a interesar a Occidente y sí hacer estas”. Joaquín es fundador del medio Underperiodismo e intentó viajar a Siria y Afganistán. Le pregunté por el rol de las emociones a la hora de contar el conflicto, y de si pueden afectar a la ética periodística. “Mi propia subjetividad a la hora de cubrir esta guerra juega tanto como en cualquier otra cobertura. En las entrevistas uno no puede ponerse a discutir porque es peligroso. La gente está armada y nerviosa. Pero la cuestión ética se debe plantear en la escritura, después. A veces se logra, a veces no, porque uno escribe bajo el calor de lo que acaba de vivir. Sobre todo cuando tenés que despachar algo todos los días”. Ahí también pesa el equipo –editores, sobre todo– detrás del corresponsal.
Y agrega: “Lo que se elige contar también es lo se puede contar. A mi me encantaría contar, por ejemplo, cómo es una jornada de un soldado ruso, pero hoy te acercás a un escuadrón y te matan. No estamos en esa instancia del conflicto donde se establecieron ya todos los códigos de la cobertura. Uno cubre lo que puede”.
5. Medios y plataformas
Tal como sucedió con la pandemia, volvimos a acudir a ellos. Los grandes medios tradicionales –la tele, los portales– ganaron visitas y se posicionaron como fuente para saber y entender el conflicto. Pero no están solos. Se dice erróneamente que este es el primer conflicto donde las redes sociales juegan un rol protagónico. Desde la Primavera Arabe (2011) hasta hoy, hay ejemplos de sobra para desmentir la frase (aunque, de vuelta, la atención no es la misma). Pero sí hay una diferencia respecto al rol de las grandes plataformas en el conflicto, el primer superevento después de la avanzada para regular contenido. Jime dedicó su correo de la semana pasada a esto: hay una disputa por el control de lo que se dice sobre la guerra en las redes.
La Unión Europea le pidió a las principales plataformas tecnológicas que bloqueen el contenido de la prensa estatal rusa –RT y Sputnik– en los estados miembros; Reino Unido también se sumó. Las plataformas obedecieron. Twitter no bajó las cuentas, pero como ya les había puesto una etiqueta por su filiación estatal en sus perfiles, comenzó a hacerlo con periodistas. Rusia, por otro lado, también anunció la restricción de redes sociales, aunque dejó funcionando YouTube y Telegram. También aprobó una ley que pena con 15 años de cárcel la difusión de noticias falsas, detonando la salida de BBC, DW y otros medios internacionales del país.
Las preguntas que abren estos movimientos son bien interesantes. Voy con una: ¿Representa esto un punto de inflexión en el alineamiento internacional de las plataformas? Si bien nadie dudaba de su pedigree occidental, existen casos donde estas compañías –como Netflix en Arabia Saudita o Facebook en India– realizaban concesiones a gobiernos de diversos colores. Apple y Google lo hicieron con Rusia después de la invasión de Crimea, cuando redibujaron sus mapas. En la vocación de ciertos estados en contener o modificar relatos, las plataformas fueron cómplices. ¿Marca esto un precedente? Como bien recuerda esta nota, China es acá una excepción porque ya las había dejado fuera. ¿Pero qué puede pasar ante un nuevo conflicto en el que Occidente, enfrentado a un país poco afín, exija que las plataformas vuelvan a tomar posición? Este dilema ataca a la estrategia globalizadora de estas compañías, que buscan situarse por encima de los mandatos de estados, una suerte de soberanía en un nuevo espacio, su espacio: el digital.
6. Memes y TikTok
No me quiero despedir sin comentar algo de esto. No será la primera guerra con redes sociales pero sí es la primera de TikTok. La aplicación de videos se volvió protagónica en la cobertura, posicionándose como la fuente principal para millones de jóvenes y con contenido que desbordó a otras redes y medios. Bucear en los atractivos de la red comparado con otras nos llevaría otro news, pero sí es importante destacar que una clave está en su algoritmo, que te muestra videos de todo el mundo según tu interacción en la red y no únicamente de las cuentas que seguís.
Esto hizo que la red se volviera un campo de batalla, repleta de videos falsos o de videos reales pero con sonidos falsos, que distorsionan la recepción del conflicto y son más difíciles de remover por la misma lógica de la aplicación, donde los usuarios toman imagen y sonido de un video para hacer otro, y así. Es un tipo de escrutinio que TikTok había evitado. Algo similar pasó en el campo de la regulación, donde la aplicación (que, vale recordar, es propiedad de ByteDance, de origen chino aunque con directorio diverso) se plegó al resto de las plataformas en el bloqueo del contenido de la prensa estatal rusa. También limitó su uso en Rusia.
El protagonismo de TikTok tiene efectos en cómo percibimos el conflicto. Es un contenido mucho más atravesado por las emociones, de impacto inmediato y, en parte por la misma lógica del scrolleo y las microdosis, con una resaca más limitada. A veces, la representación del conflicto parece estar más cerca de un videojuego (no es casual, de hecho, que algunos de esos videos fake sean escenas de jueguitos) que de un enfrentamiento bélico real. Pero la intimidad parece mucho mayor. Esto se vincula con algo que explica el éxito de la aplicación en la guerra: es la única donde los usuarios de Ucrania son protagonistas. Desde relatos de cómo es un día cotidiano en un refugio hasta imágenes de tanques rusos entrando a una ciudad. La tragedia en modo full selfie: otra manera de narrar.
Empezando por su presidente, Volodimir Zelenski, ex actor y comediante, comunicador en jefe. Otra tesis para ay, la carrera de comunicación: cómo el rol de Zelenski durante la guerra, con mensajes cotidianos a todo el mundo, alteró la manera de percibirla.
Ahora sí: memes. Hay gente discutiendo sobre sí está bien hacer y compartir memes sobre la guerra. Eso de base implica reconocer que estos se convirtieron en una fuente de información –y distorsión– en el conflicto. Y eso para no hablar de su rol en nuestra vida cotidiana. Yo estoy con las voces que defienden su proliferación aun en una guerra. Algunos argumentan que se trata de una manera de simplificar y entender mejor lo que está pasando. Otros simplemente dicen que es una forma de lidiar con estas crisis, ni más ni menos reprobable que otra. Insisto: no puedo estar más a favor.
Pero también llegué a este tweet que me dejó pensando: “Necesitamos tener una conversación sobre cómo la abrumadora prevalencia de la cultura de los memes ha hecho que las personas sean insensibles a las tragedias graves y solo las vean como una oportunidad para hacer un chiste antes que como la realidad de la situación y de quienes están en ella”.
La dejo picando.
Nos leemos pronto.
Un abrazo,
Juan
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