Las hermanas Blanca Imelda y Glenda Guadalupe, estudiantes de la UES, decidieron adentrarse en la producción apícola, tras enamorarse del mundo de las abejas cuando cursaron esa materia en la carrera la Facultad de Ciencias Agronómicas.
Emprender y desarrollarse en el área de la apicultura es complicado e interesante, se conoce el comportamiento de las abejas y el producto que nos regala la naturaleza: su rica miel. Es un trabajo que lo hacen hombres y mujeres, como las hermanas Blanca Imelda y Glenda Guadalupe Palma Melara, estudiantes de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de El Salvador.
“La idea de ser emprendedora en el área de la apicultura nace cuando cursamos la materia ‘especies menores’, donde se incluyen las abejas. Nos interesó y motivó a conocer el comportamiento de ellas, para tener un apiario, pero por falta de recursos económicos no lo hicimos”, explica Blanca Imelda.
“En el 2019, nos enteramos que la organización Plan Internacional ayudaba a desarrollar proyectos de emprendedurismo en el Municipio de Rosario de Mora, del departamento de San Salvador. Los buscamos y les planteamos con mi hermana de hacer un apiario, y les pareció la idea. Estudiaron la propuesta y en el 2020 nos aprobaron capital semilla para emprender en la apicultura y poner en práctica los conocimientos académicos de nuestra Alma Máter”, narra.
“Gracias a Dios, todo nos estaba saliendo bien. Mientras hacíamos planes de hacer el apiario, conocimos al reconocido apicultor Rogelio Zavaleta, con más de 30 años de experiencia en el tema. Nos asesoró y motivó a realizar el proyecto”, asegura.
Las hermanas Palma Melara, desde muy temprano preparan sus utensilios de trabajo, cada una toma su ahumador, espátula, guantes, traje blanco y botas todoterreno. Les espera un largo día bajo el sol. Caminan dos kilómetros aproximadamente entre veredas, calles empedradas y polvosas para llegar donde están las colmenas y sacar la miel de los marcos.
Para hacer este duro trabajo, les acompaña Luis Beltrán, estudiante de quinto año de ingeniería industrial de la Universidad Tecnológica, y su sobrino Edwin Geovany Palma Melara, quien estudia el bachillerato técnico contador. Ambos son parte integral del equipo.
Llegan al lugar y se les nota su cansancio después de caminar bajo el fuerte sol. Limpian el sudor de su rostro, toman agua, preparan humo con trozos de madera para dar inicio a su trabajo. Se colocan sus trajes pesados tipo astronautas, que encierran un calor espantoso. Es un paso a paso, destapan caja por caja para verificar las colmenas, donde las abejas hacen su trabajo, produciendo miel.
Con detalle, precaución y por el comportamiento de las abejas, no puede existir un error. Puede salir caro por las picadas. Las abejas son inteligentes, tienen la capacidad de detectar el olor de sus dueños. Aunque se cuente con el equipo necesario, siempre se está expuesto a una picada.
“La revisión de las colmenas lo hacemos siempre, para asegurarnos que la salud productiva de la reina esté bien. Es un trabajo pesado, lo hacemos en familia y cada uno tiene una función. Mientras verifico con detalle cada una de ellas, mis hermanas trasladan los marcos a una mesa para sacar las abejas y su miel”, explica Blanca Imelda.
“Antes de trasladar cada marco y extraer la miel en la máquina centrífuga, nos aseguramos que en el panal haya alimento, huevos, crías y que no tengan plagas. Evaluamos cada colmena, para ver cuál está lista y sacar el vital líquido. Cuando la miel sale de sus marcos, se cuela y deposita en sus botellas para comercializar. Es un trabajo agotador, arriesgado, interesante y en equipo”, añade.
Describe que “el apiario debe mantenerse limpio de maleza, esto ayuda a que la abeja no tenga obstáculos a la hora de realizar su vuelo en busca de flores. En los periodos de cosecha, revisamos si hay miel nueva, fresca o madura y la cantidad de polen que tiene. Nos aseguramos que la reina esté ahí, lo cual es muy importante para la sobrevivencia y crecimiento de la colmena”.
“La apicultura en el mundo es de gran importancia ecológica, la labor que hacen las abejas como agentes polinizadores contribuyen al mantenimiento de la biodiversidad y ecosistemas”, ilustra Imelda Palma.
La vida de las abejas es tan corta, que en un par de horas deben colectar polen y producir su miel. Vuelan de un lado a otro todos los días, en busca del néctar de las flores para almacenarla en sus panales. El sabor y color dependerá de la zona geográfica y época del año en que se produce.
Una abeja ve una flor diferente a los seres humanos. Ella llega, identifica, saborea, recoge el polen y lo traslada a sus panales. Sus ojos son sensibles a la luz ultravioleta y están diseñados para dirigirla donde se almacena el néctar.
Para tener su producto final, la miel, buscan agua en ríos y estanques, la almacenan en su estómago donde tienen una válvula que les ayuda a limpiar el vital líquido, que llevará a su colmena para combinarla con el polen de la flor y poder alimentar a las larvas o crías.
La historia de la miel inicia cuando las abejas y las flores aparecieron en la tierra. Según investigaciones científicas, en algunos países como Sudáfrica, Namibia o Zimbabue han encontrado figuras rupestres, donde se ven seres humanos recolectando este vital líquido, una práctica que puede tener unos 20,000 años de antigüedad.
Los apicultores como las hermanas Palma Melara realizan actividades vinculadas a la cría de abejas con ayuda científica-técnica para aprovechar su producto, la miel. Se encargan de cuidarlas e identificarlas, para que se desarrollen y reproduzcan. Son insectos que viven en colonias de enjambres y son identificadas como: la reina (que vive 6 años), los zánganos (tres meses) y las obreras (45 a 50 días), teniendo cada una de ellas su función en este fascinante mundo apicultor.
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