Para Guillermo Rocha González, coordinador del Departamento de Urgencias Psicológicas de la Facultad de Psicología (FaPsi) de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), los dos años de pandemia en Nuevo León fueron una etapa en la que se pasó del “miedo al hartazgo”, y en la que se incrementaron los casos de depresión, ansiedad, suicidios y trastornos de todo tipo.
Dos años de desequilibrio que, aseguró, “nos enseñaron” a voltear a ver las necesidades básicas como la salud mental, la salud física y la convivencia.
Además, destacó, toda crisis es una oportunidad para aprender y para salir de ella más fortalecidos como personas, por lo que invitó a la sociedad a que en lugar de pasar por un periodo traumático, se gire la mente y la atención hacia un crecimiento personal.
A decir del especialista, en un principio de la pandemia se vieron más afectados quienes ya cargaban alguna vulnerabilidad, que tenían depresión o un cuadro de ansiedad, o una situación de conflicto.
Por ello presentaron manifestaciones más agudas y complicadas que antes.
“Ese fue el primer impacto que notamos, un evidente incremento en las afectaciones en el sueño, en los trastornos alimenticios, en los estados de ánimo; sobre todo muy común las crisis de ansiedad, que las disparaba la incertidumbre y la sobreinformación combinada con la desinformación.
“Llegaron las crisis de ansiedad y en los tiempos más complicados o severos también se incrementaron los casos de cuadros depresivos, porque la pandemia fue generando lo que genera la depresión: desesperanza, apatía, cambios en la calidad de vida”, mencionó.
Un escenario al que puso especial énfasis fue que encontraron mucho la violencia en las casas, maltrato infantil, violencia familiar o de pareja, dado que al estar juntos mucho tiempo, se incrementaron los episodios de violencia, por lo que empezaron a recibir a mucha gente que pensaba que no había salida o no había escape.
“Otro dato fue el incremento en los suicidios: antes de la pandemia, el mayor índice de suicidios estaba entre los 15 y 24 años; y ahora con la pandemia, 2020 y 2021, aumentaron, sobre todo en la edad laboral, de 24 a 40 años, es donde tenemos el mayor índice, lo cual podemos traducirlo por el tema del desempleo. Todo esto que vino a afectar en la pandemia, el cierre de proyectos, cierre de negocios, el cómo sostenerse económicamente, la incertidumbre, pues ahí se notó”, precisó.
En cuestión de los rangos de edad, comentó, el impacto primero fue en los más grandes, y ya luego con el encierro afectó a los más jóvenes.
“Fue muy evidente que a finales del año pasado empezamos a recibir a más jóvenes con cuadros de ansiedad, con autolesiones, con aumento en el consumo de sustancias, como una manera de manejar la ansiedad provocada por el encierro.
“Pasamos del miedo al hartazgo; en la etapa postcovid, y ya lo estamos viendo, perdimos habilidades sociales, para interactuar y responder al día a día, y perdimos el ritmo”, puntualizó.
Los niños tuvieron una mejor adaptación
Con la llegada del covid-19, hace dos años, se aceleró el proceso de hablar con los niños sobre el tema de la muerte, según destacó María Guadalupe Iglesias Ramírez, catedrática de la Facultad de Psicología (FaPsi) de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL).
La especialista comentó que se adaptaron más rápido que los adultos a la nueva normalidad que se implementó en la entidad posterior a que se reportara el primer caso positivo, el 11 de marzo del 2020, lo que atribuyó a que los infantes son más obedientes.
Conforme fue pasando el tiempo, agregó, los menores pasaron por muchas emociones: incertidumbre y miedo, que les transmitían los adultos, por lo que destacó que se debe tener mucho cuidado en cómo les pasan la información.
“Y luego vinieron las olas, tuvimos que hablarles de muerte a los niños, cuando antes no era un tema muy común, sobre todo a los más chiquitos”, indicó Iglesias Ramírez.
En ese punto de la pandemia y con el proceso de adaptarse, al solo estar en casa, las niñas y niños se enfrentaron a diversas situaciones. Y con ellas, la aparición de los problemas, producto en su mayoría por la desesperación.
“Surgieron muchos problemas de conducta, porque ellos querían salir, querían jugar y el adulto estaba nervioso, estresado por la situación económica y la salud.
“Ellos empezaron a rebelarse y muchos casos tuve de niños que decían: ‘Yo lo único que quiero es jugar y nadie me hace caso’, porque estaban muy ocupados los adultos enfrentando la pandemia”, compartió la catedrática.
Los aparatos tecnológicos se volvieron el refugio y la única “salida” con el mundo. Mientras que los bebés aprendieron a conocer a la gente con cubrebocas y a leer en los ojos las emociones.