Sea como sea, (…) un mundo digital y virtual que implica mucha más libertad, mucha mas creatividad y mucha más riqueza para todos es imparable y abarcará prácticamente todos los aspectos de la vida humana.
Durante la semana pasada y principios de esta, Bitcoin (BTC) registró movimientos pendulares inestables, moviéndose dentro de un rango y cerrando con tendencia bajista al igual que la mayoría de las altcoins. Factores como las tensiones geopolíticas en Ucrania, el aumento de la inflación global, la especulación sobre las tasas de interés y su supuesta correlación con el mercado de valores estadounidense están afectando su precio.
Algunos datos fundamentales parecen alcistas. El hashrate -que refiere la cantidad de potencia computacional utilizada para verificar las transacciones- de BTC se disparó más de 31% durante el fin de semana pasado, alcanzando un máximo histórico de 248,11 EH/s (exahashes por segundo). Por cierto, la capitalización total del mercado de criptodivisas se sitúa en torno a los USD 2 B y la tasa de dominio de BTC ha aumentado ligeramente superando el 42,5%, evidenciando que los inversores lo prefieren frente a Dogecoin, DOT, Cardano o Shiba Inu entre muchas otras.
Pero las cryptomonedas son la punta del iceberg de un mundo completamente nuevo que recién comienza y que promete tanto que, hoy, la gran mayoría de las personas ni siquiera ha tenido el tiempo necesario para enterarse de lo rápido que están ocurriendo los acontecimientos.
Mientras los retrogradas -no dicho peyorativamente sino significando aquellos que ven una involución- predicen una “nueva normalidad” que implica más violencia, esto es, la imposición coactiva de “normas” que tienen que coaccionarse ya que no se dan naturalmente, no son naturales, como el “pase sanitario”, la nueva normalidad que real y naturalmente se está dando implica potenciar al ser humano hasta niveles insospechados de libertad, es decir, falta de coacción, creatividad y enriquecimiento.
Para entender el fenómeno desde el punto de vista de la economía, recordemos, como había señalado en una columna anterior –Tesla, Elon Musk y Bitcoin: magistral lección de economía– que el mercado, o sea, las personas comunes que lo componen, es imprevisible, no se mueve al antojo de los operadores o planificadores estatales sino a su propio aire. Y no se mueve por costos, es decir, el público nunca decide cuánto quiere pagar por un producto según cuánto le cuesta al fabricante, decide comprar si considera que el precio le conviene, si se le antoja pagar ese precio por los motivos que fueran.
El mercado, las personas, tampoco deciden abonar un precio en función de los fundamentales actuales de una empresa o inversión. A muchos les gusta decir que lo hacen según las “expectativas”, pero se parece más a “esperanzas” porque las expectativas hacen referencia a la previsión de que esos fundamentales se superarán en el futuro, mientras que la esperanza hace referencia a que unas ideas claras, progresistas, con avances importantes y un liderazgo firme pueden obtener logros hoy impensables.
Abro paréntesis, ya que en esta nota mencionaba a Moderna y Pfizer y, por otro lado, en una de mis últimas columnas, ¿Comprar Mercado Libre o shortear a los laboratorios? preveía la posibilidad de shortear a los laboratorios, observo que quienes siguieron el consejo ganaron unos cuantos puntos ya que, desde los máximos de febrero Pfizer y Moderna caen 10% y 20%, y más de 20% y 60% desde sus máximos históricos que ocurrieron el año pasado, respectivamente.
Volviendo al tema, «¿Por qué la gente compra algo que no existe realmente más que en su formato digital? Principalmente, debido a las oportunidades de negocio que entregan», opina Nicolás Palacios, Chief Digital Officer de Capitaria. A ver, los NFT (tokens no fungibles, según sus siglas en inglés) son la nueva moda, algunos valen fortunas aun cuando no existan según la vieja normalidad. Primero, hay que saber que los tokens digitales pueden representar una propiedad, obra de arte, un beneficio exclusivo, una canción e, incluso, bienes puramente digitales como una casa o un vehículo dentro de en un juego digital, entre muchas otras cosas.
Dentro de estos tokens existen los fungibles, bienes que pueden dividirse y hasta tener un valor igual a otro de la “vieja normalidad”, por lo que no hay problema en intercambiarlos, como uno que equivale a un billete de USD 100. Pero luego están los NFT, los no fungibles, que son elementos digitales únicos, que no se repiten, particulares y específicos. Los NFT, al igual que una pintura famosa, al ser únicos e identificables necesariamente provienen de un autor y poseen una identificación que permiten hacerles seguimiento para ver el aumento de su valor y transacciones.
El precio es, al igual que en el mundo real, de mercado, lo que las personas estén dispuestas a pagar. El NFT más caro que se ha vendido hasta la fecha, durante una subasta en Christie’s en marzo de 2021, se llama “Everydays” y es un collage del artista Beeple Winkelmann, que agrupó 5.000 imágenes creadas por el mismo usuario desde 2007 a 2021 y se vendió por USD 69,3 M. Jack Dorsey, fundador de Twitter, buscó su primer tweet y lo vendió por USD 3 M, y así muchas personalidades y artistas están valorizando elementos que los fanáticos y coleccionistas están dispuestos a comprar, como el hijo de John Lennon que venderá NFT de los Beatles.
Los NFT, además, pueden entregar beneficios y accesos exclusivos para los usuarios que posean ciertos tokens digitales, lo que les permite estar dentro de una élite virtual. Y, luego, estos sirven también como aval para solicitar un préstamo digital, en este caso de criptomonedas, y sin la participación de un banco, solo se acuerda el préstamo con otro usuario y se deja un colateral, que puede ser desde un dibujo digital hasta la armadura de un videojuego.
También se puede crear un token para venderlo y agregarle un porcentaje de royalty, para así recibir una comisión cada vez que se intercambie; además, es posible comprar un token perteneciente a otra persona y mantenerlo hasta que suba su valor para venderlo.
Si hasta las grandes empresas están invirtiendo en el metaverso o metauniverso (acrónimo de «meta-» ‘más allá’ y «universo») que generalmente está compuesto por múltiples espacios virtuales tridimensionales, compartidos y persistentes, vinculados a un universo virtual percibido.
Es así como los NFT abren la puerta a un mundo que, junto al blockchain y al metaverso, revolucionan nuestro universo digital, el cual, debido a las amplias oportunidades de negocio, estatus y significancia que entrega para sus usuarios, seguirá dando que hablar, y se convierte en la base para la creación nuevas plataformas que nos podrían facilitar enormemente la vida en el universo hoy “normal”.
Como señala Diego Schargorodsky, Managing director de Globant en Sudamérica, en los nuevos espacios virtuales existen, entre muchos, dos casos populares que son Pixel y Decentraland, plataformas que crearon su propio modelo económico donde se administran bienes no fungibles. Al momento de comprar parcelas virtuales se usa la propia moneda (Maná) y los usuarios tienen actividades, un avatar, vestimenta, una casa, una historia e interactúan con los demás.
Aunque el gamming es el sector que hoy tiene mayor incidencia, lo cierto es que, hasta en sectores menores, la tecnología se ha convertido en gran aliado. Incluso en mercaderías marginales como el cannabis -sector que no “explotó” al legalizarse relativamente, como muchos auguraban, sino que se mantiene bastante deprimido- se populariza el mundo crypto y virtual.
Ya en 2014, PotCoin hacía su ingreso en el mundo de las criptomonedas dedicadas a la industria del cannabis y, en 2017, se hizo mundialmente conocida cuando la ex estrella de la NBA, Dennis Rodman, vistió una camiseta que decía potcoin.com. En 2021, Peakz, una marca de cannabis estadounidense lanzó en OpenSea una bolsa de cannabis llamada Lava Coin, en un metaverso. Según Grundy, aunque Lava Coin no se puede fumar, como beneficio adicional a la compra de la «primera variedad de cannabis digital disponible», si el usuario reside en Oregón o California, también obtiene marihuana física.
La naciente industria cannábica, a través de diversos activos digitales o finanzas descentralizadas, puede levantar capital para ejecutar proyectos más allá del mundo virtual. En Colombia, por caso, uno de los primeros países latinoamericanos en aprobar el uso medicinal, en 2016, y que acaba de autorizar la exportación de flor seca de cannabis, un grupo de emprendedores creó la plataforma digital Bancannabis donde, no solo se pueden adquirir NFT de esta planta, sino también invertir en cosechas reales a través de un modelo similar al crowdfunding.
Las críticas hacia los NFT van desde que es una simple argucia publicitaria hasta una tontería de Internet, pero mientras existan personas dispuestas a invertir dinero real en ellos seguirán creciendo y, por cierto, en cualquier caso, la tecnología, el mundo digital es imparable. Para Cristian Mazabuel, no hay duda que esto se presta al terreno de la especulación. “Hay muchas cosas que al final terminan siendo humo. Hay proyectos que han subido 1.000% en una semana o 2.000% en menos de un mes.
Por caso, CryptoMines, como señala Sergio Morales de InterFinance, es un proyecto que pretendía ser el mayor juego de ciencia ficción basado en viajes espaciales, pero anunció en diciembre pasado el fin de su primera versión (Legacy), luego de que su token $ETERNAL sufriera una feroz caída del 99,9%, después de alcanzar el máximo de USD 807,58. Pero CryptoMines ha anunciado el lanzamiento de su versión V2, denominada “Reborn”, resta ver si este criptojuego, que fue uno de los más grandes de la blockchain, puede volver a recuperar la confianza de la comunidad y de los inversores.
Sea como sea, y enormes burbujas mediante como suele ocurrir en emprendimientos completamente nuevos y revolucionarios, la nueva normalidad, un mundo digital y virtual que implica mucha más libertad, mucha mas creatividad y mucha más riqueza para todos es imparable y abarcará prácticamente todos los aspectos de la vida humana.
*Asesor Senior en The Cedar Portfolio y miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California