WASHINGTON
Michael Shifter tiene un trabajo difícil y solitario en Washington: es uno de los expertos en América Latina más reconocidos. Pegada a Estados Unidos, la región sin embargo está tan relegada en la agenda política del país que por momentos parece que estuviera en otro planeta.
Desde 2010, Shifter ha sido el presidente del Diálogo Interamericano, el think tank al que se sumó en 1994, cuando se realizó la primera Cumbre de las Américas en Miami. A punto de dejar su cargo, reflexiona en una entrevista con LA NACION sobre lo que vio en las últimas tres décadas.
“La América Latina de hoy no reconoce a la de hace 30 años”, arranca Shifter. En los años 90, luego de la Guerra Fría, las transiciones democráticas y los conflictos civiles en la región, señala Shifter, había una esperanza en el futuro del vínculo de América Latina y Estados Unidos, el actor más relevante del hemisferio, anclado en una “agenda compartida” de democracia y libre comercio. Nadie hablaba de China. Hoy, América Latina mira más a Pekín y la influencia de Washington ha caído. Falta liderazgo regional. Las redes sociales ahora moldean a la política y los movimientos sociales cobraron fuerza para impulsar reformas.
“Hoy los países de la región están divididos, y dentro de ellos hay una polarización alarmante y peligrosa. Hay un deterioro notable en las condiciones sociales y estancamiento económico en la mayoría de los países. Hubo esperanzas y promesas que no se cumplieron. Esta es la historia de los últimos años”, resume.
Enseguida, suelta una reflexión fuerte: “No veo cómo Estados Unidos puede competir con China en América Latina”.
Cuando se le pregunta la razón por la que no se cumplieron las expectativas de fines del siglo pasado, señala una combinación de factores. “Se descuidó el tema social. Mucha gente pensó que el mercado podía solucionar todo y eso no funcionó. No se puede tener sociedades democráticas si se deja una buena parte de la población descuidada. Venezuela tuvo no una, sino dos décadas perdidas. En los años 80 y en los 90, cuando las recetas macroeconómicas y las reformas no funcionaron y dejaron mucha pobreza, el descontento creó las condiciones para el surgimiento de Hugo Chávez, el peor desastre que hemos visto en América Latina. Eso fue sintomático de los problemas en la región. También hubo mucha corrupción. Menem en la Argentina, Fujimori en Perú. Había gobiernos corruptos que aprovecharon la apertura económica para su propio enriquecimiento”.
“En EE.UU. tenemos ahora problemas comunes con América Latina, como la polarización y la desigualdad”
–¿Qué impacto tuvo la “marea rosa” posterior?
–Hubo una paradoja o una contradicción. La marea rosa coincidió con el boom de las commodities y el papel más comprometido de China como socio comercial. En varios países parte del resultado de esa marea rosa fue que mejoraron las condiciones sociales. Pero creo que ese efecto no fue tanto por programas sociales innovadores como por el crecimiento, que resultó en mejoras para la gente común y corriente. El país que mejoró más es Bolivia, guste o no guste Evo Morales. No estoy diciendo nada a favor de él, pero hay que reconocer que la Bolivia de hoy es mucho más desarrollada que la de hace treinta años. Pero eso se debe no a programas innovadores, sino al crecimiento sostenido derivado de la venta de materias primas, sobre todo a China. Pero también esos gobiernos y líderes de izquierda resultaron sumamente corruptos y no manejaron bien la bonanza. Hubo mejoras, bajó la pobreza. Y la desigualdad, talón de Aquiles de América Latina, bajó mucho, hay estudios que lo demuestran. Fueron años excepcionales, de crecimiento sostenido. Pero, al mismo tiempo, de gobiernos que se quedaron muchos años, en Bolivia, Venezuela, Ecuador, Brasil, y fueron bastante corruptos y autoritarios. Ese también fue su gran legado, e hizo mucho daño a las instituciones públicas en esos países. Todo cambió desde la muerte de Chávez, que coincidió con la baja de las commodities. Desde 2013, la región está bastante estancada.
“Creo que esa izquierda es muy diferente. Boric tiene poco en común con el presidente peruano, Pedro Castillo, o con Gustavo Petro, que hoy encabeza las encuestas en Colombia”
Shifter cree que gobernar es más difícil que antes. Hay más demandas sociales y los gobiernos ya no tienen los recursos que tenían en los años 2000. Y están más endeudados. Destaca a líderes como Fernando Henrique Cardoso, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Lula. Ahora, continúa, no hay liderazgo regional. Lula, cree, quizá podría volver a ese papel. “Hay mucha gente talentosa en América Latina, pero mucha gente talentosa no quiere ir a la política y hacen carrera en otros campos”, afirma. “Chávez fue un líder regional y Lula también. Fueron otros tiempos. Pero en este momento, cuando hay gran necesidad de cooperación, coordinación e integración regional, se necesita ese liderazgo. Y no existe. Este sueño del regionalismo está en su punto más bajo que yo pueda recordar”, remarca.
–¿El fortalecimiento de la izquierda chilena, que llegó al gobierno, abre otra oportunidad?
–Creo que esa izquierda es muy diferente. Boric tiene poco en común con el presidente peruano, Pedro Castillo, o con Gustavo Petro, que hoy encabeza las encuestas en Colombia. Lula es un caso distinto. Si regresa a ser presidente en Brasil, ¿cómo sería?, ¿cómo actuaría?, ¿qué políticas tendría? En otro momento fue capaz de ser un líder regional. Ahora quizá, pero la situación de Brasil es muy complicada, este año no va a crecer y es un país muy polarizado. Si Lula llega a ser electo, tendrá en principio las manos ocupadas con Brasil. Boric es un líder interesante, es un cambio generacional, pero nadie debería pensar que lo va a tener fácil. También tiene un país polarizado, con expectativas muy altas y difíciles de cumplir. No lo veo como líder regional.
–¿La región va a seguir desarticulada?
–No veo que esto vaya a cambiar en el corto plazo. En general, soy más optimista de acá a cinco años. Como el resto del mundo tampoco se ve muy bien, relativamente América Latina no está tan mal, aunque podría tener liderazgos nuevos, interesantes, mejores condiciones económicas y sociales que permitan mayor cooperación e integración. No lo descarto. Pienso que va a ocurrir. Estos años van a ser muy turbulentos y complicados, pero tengo esperanza para lo que viene después.
–¿Por qué es optimista?
–Como Enrique Iglesias dijo a fines de 2019, no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época. Y la pandemia lo ha acentuado. Todo es muy incierto. Los partidos políticos están divididos en pedazos. La economía, la educación, la salud están muy golpeadas. Estamos en un momento donde todo está muy fragmentado. Pero creo que se va a recomponer. Es una cuestión de reconstruir otro orden. América Latina ha demostrado capacidad para hacerlo, y confío en que lo van a poder hacer. Muchos países enfrentaron circunstancias muy sombrías antes, dictaduras militares, y demostraron ser muy ingeniosos y resistentes, por lo que la experiencia pasada ofrece algunos motivos para creer que podría volver a suceder en un contexto diferente. Pero no ahora. Ahora somos testigos de una región desarticulada.
Shifter confiesa estar muy preocupado por el deterioro de los derechos humanos y la democracia en la región. No habla solo de Cuba, Venezuela o Nicaragua, sino también de El Salvador, donde Nayib Bukele da zancadas hacia el autoritarismo, y también de México, Perú, Colombia y la Argentina. La independencia de la Justicia es algo “por lo que hay luchar constantemente”, advierte.
“No se pueden separar estos retrocesos de las condiciones que producen un Bukele o un Chávez. Son producto del fracaso de partidos políticos tradicionales, de las instituciones públicas y la falta de responsabilidad del liderazgo en esos países. Es una historia que produce demagogos y líderes autoritarios porque hay un disgusto y una rabia de la gente, con razón, y por eso buscan a los que dicen que van a salvar al país”, afirma.
–Más allá de las dificultades del presente, ¿América Latina va en la dirección correcta?
–Tal vez es wishful thinking, pero creo que sí. Pero va a tomar tiempo. No vamos a verlo en 2022 o 2023. Los economistas dicen que la economía, el producto bruto, no va a volver a los niveles previos a la pandemia hasta el 2024. Es muy difícil imaginar que esas tendencias autoritarias vayan a mejorar y que el descontento social vaya a bajar mientras la economía no vuelva por lo menos a los niveles de 2019, antes de la pandemia. No quiero poner fecha, pero estoy hablando de acá a cinco años. América Latina ha mostrado momentos de buen liderazgo, de gobiernos responsables y avances importantes. Confío en que eso volverá a ocurrir. Pero hay que esperar a que se recupere la economía.
–¿Se perdió la oportunidad de Estados Unidos y viene la era de China?
–El factor principal en ese cambio, en esa relación más distante, es el deterioro en Estados Unidos. Y no solo por el fenómeno de [Donald] Trump, sino por todo. La gran polarización política, la enorme desigualdad social, una brecha cada vez más grande y la crisis financiera global de 2008, el mal manejo de la economía. La crisis se produjo en Estados Unidos, no en América Latina. Estamos desnudando a Estados Unidos y revelando su fragilidad, que cambia todo. Afecta su capacidad para proyectar en el mundo, en todo el mundo, incluyendo América Latina. Creo que esa tendencia de mayor distancia con América Latina no va a cambiar hasta que se resuelvan los profundos problemas internos de Estados Unidos y se recupere su democracia. Hasta que esto ocurra, no veo una manera de que se aumente su proyección en el mundo o América Latina. Mi impresión es que China tiene más capacidad, una estrategia clara en la región y el resto del mundo, y sus avances son inevitables. No veo cómo se va a parar y no veo que Estados Unidos pueda competir con China en América Latina porque no le alcanzan los recursos.
–¿Qué consecuencias tiene eso?
–Que América Latina tenga más relación con China puede ser un factor de crecimiento. Esto es bueno, es bueno que la región crezca, y si China ayuda, hay que aplaudir y reconocerlo. Pero esto viene con problemas, sobre todo ahora, que llegan con inversiones en tecnología, vigilancia, seguridad, y hay un tema de endeudamiento, de que la región está más endeudada. Creo que no le corresponde a Estados Unidos, y es una crítica a Trump y a [Joe] Biden, advertirle a América Latina sobre los riesgos de una relación con China ni darle un sermón. Me parece muy paternalista. Creo que los gobiernos de la región pueden medir los riesgos y los beneficios de esa relación con China. Pero América Latina debería evaluarlos bien, porque en todas las relaciones, ya sea con Estados Unidos o con China, hay que medir los riesgos y los costos.
Shifter dice que también hubo un “cambio dramático” en Washington respecto de los años 90. Antes era mucho más fácil reunir gente en el Congreso con ganas de involucrarse en la región. “Hoy es imposible. No existe esa gente. No hay masa crítica”, sintetiza. Shifter describe un desinterés mutuo. “En la medida en que América Latina está con crisis económicas y con gobiernos populistas, autoritarios, es mucho menos interesante para funcionarios de Estados Unidos dedicar capital político, tiempo y energía en hacer una política con la región. Y, como dijimos, Estados Unidos tiene problemas serios en casa. Tal vez esto despierte más solidaridad con América Latina. Ahora tenemos problemas comunes [ríe] como polarización, desigualdad y populismo. Estamos todos juntos. Pero esto no se traduce en una política hacia la región comprometida”, afirma. “Las circunstancias son muy difíciles. No permiten ese compromiso más serio con la región”.
–Describe realidades similares que alejan a Estados Unidos de América Latina.
–Sí. Podemos entendernos mejor, pero tener mejor comprensión mutua no significa tener una política mas comprometida.
–¿Cómo explica las dificultades de la Argentina, que va de crisis en crisis?
–Si los mismos argentinos no me pueden explicar las razones, no pretendo yo tener la respuesta adecuada. Es un misterio. Lo que sí puedo decir, y lo digo con tristeza, es lo siguiente. Yo quiero mucho a la Argentina y he estado muchas veces a partir de 1987, cuando hice mi primer viaje. Me encanta el país y la gente. Pero lo que percibo es que hay muchos amigos y colegas que están… ¿cómo es la palabra..? resignados. Hay algo en la Argentina que no permite que avance. No es una crítica al gobierno actual o a la oposición. Es un tema menos partidario, algo en la naturaleza del país, y no sé qué es. La dificultad de trabajar juntos. Todos observan que hay muchos argentinos brillantes, son genios, y cómo se explica que les cueste tanto trabajar juntos en un proyecto común de país. Yo escucho esto con más frecuencia, cuando antes era “si cambia el gobierno” esto va a mejorar. Cuando escucho a mis amigos y amigas argentinos, veo que ellos también están perplejos. No entienden. Esto me molesta, porque creo que lo último que podemos permitirnos es la resignación. Sería tirar la toalla, lo que quiere decir que estamos condenados, que no hay nada que hacer. Un país tan importante, con tanto potencial… Percibo que esta actitud es más común que antes. Ojalá que sea pasajero, y vuelva la esperanza para un futuro mejor. Las posibilidades son enormes.
MÁS DE TREINTA AÑOS ESTUDIANDO LA REGIÓN
PERFIL: Michael Shifter
▪ Michael Shifter es el Presidente del Diálogo Interamericano (Inter-American Dialogue), cargo del que está por retirarse. Desde 1993 ha sido profesor adjunto en la escuela de Asuntos Exteriores de la Universidad de Georgetown, donde enseña sobre las políticas de América Latina.
▪ Escribe y expone frecuentemente sobre las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, así como sobre asuntos hemisféricos. Sus artículos más recientes han aparecido en medios como The New York Times, Foreign Affairs, Foreign Policy, The Washington Post.
▪ Es coeditor, junto con Jorge Dominguez, del libro Constructing Democratic Governance in Latin America publicado por Johns Hopkins University Press.
▪ Dirigió el programa de América Latina y el Caribe para el National Endowment for Democracy.