Si crees que estás ocupada, es que no conoces a Lisa Jackson. Le rinde cuentas directamente al director ejecutivo de Apple, Tim Cook, en su función de vicepresidenta de Medio Ambiente, Política e Iniciativas Sociales. Cuando se incorporó a la empresa en 2013, creó tres áreas de trabajo prioritarias, centradas en el plan medioambiental que la empresa tenía en marcha. En primer lugar, el cambio climático: la transición hacia una energía limpia en todas las instalaciones y la optimización del uso de energía. Lo siguiente en su lista infinita de tareas pendientes es el ahorro de recursos, que incluye reciclar y emplear materiales renovables, así como intentar garantizar que los materiales de los productos sean seguros tanto para los usuarios como para quienes se encargan de fabricarlos y reciclarlos.
Mientras coges aire para asimilar todo esto, ten en cuenta que también dirige las asociaciones educativas de Apple y está al cargo de la accesibilidad de los productos, es decir, se encarga de garantizar que cualquier persona pueda utilizar los productos una vez abiertos, sin importar su grado de incapacidad. También se encarga de las donaciones filantrópicas, de la iniciativa de igualdad y justicia racial de la empresa y, por último, de las cuestiones gubernamentales. ¡Cuántas cosas, eh! ELLE habla con esta extraordinaria líder acerca de la importancia de animar a más mujeres a dedicarse a profesiones del sector de las ciencias y la ingeniería, de conseguir una mayor visibilidad, de la responsabilidad de ser un ejemplo, de trabajar con Barack Obama y de cómo se relaja (una pista, ¡no lo hace!)
¿Cuáles eran tus aficiones de niña?
Me crié en Nueva Orleans y me encantaban las matemáticas y las ciencias. Siempre se me dieron bastante bien los estudios, podría decir que era un poco empollona; de hecho, mi interés por el medioambiente viene desde que era muy pequeña. Todos éramos muy conscientes de que el planeta se encontraba en un momento crítico, lo cual es un tanto paradójico teniendo en cuenta el punto en el que nos encontramos en la actualidad con los jóvenes. Cuando vivía en Nueva Orleans, había música por todas partes, todo el tiempo, todo tipo de música, por lo que se convirtió en una auténtica afición.
¿Hay algo matemático sobre el jazz que te llamó la atención?
¡Sí! Del mismo modo, la otra pasión que siempre he tenido es la cocina, que también es química, ¿no? Hay mucha ciencia en la cocina. Mi madre y mi abuela eran grandes cocineras. Creo que se me da muy bien hacer gumbo.
¿Hubo algún momento en concreto de tu infancia que hiciera que quisieras dedicar tu futuro a proteger el planeta?
Recuerdo que se publicó un estudio que decía que el río Misisipi, la fuente de agua potable de Nueva Orleans, tenía cientos de carcinógenos -sustancias químicas cancerígenas- cuando llegaba a la ciudad al final de su recorrido. Me impactó. La gente de aquella época, en los años 70, se manifestaba contra la contaminación del aire y del agua. Eso me marcó mucho de niña, cuando vivía en la costa del Golfo, porque me preocupaban las playas. Además, el agua no estaba limpia.
¿Alguna vez sentiste que tus aptitudes te aislaban de otros niños?
En secundaria es cuando muchas niñas empiezan a pensar que si son demasiado buenas en mates no van a gustar a los chicos. Incluso hay presión social para restarle importancia a esas habilidades. Fui a un instituto de chicas. Y por mucho que algún joven se enfade conmigo hoy por lo que voy a decir, creo que fue muy importante, porque pude ser yo misma en ese ambiente y no tenía que preocuparme por la presión social. A medida que te haces mujer, y siendo negra en el ámbito de las ciencias y las matemáticas, te das cuenta de que no hay nadie como tú en clase.
¿Te hicieron creer alguna vez que tus aspiraciones tenían «límites»? Creo que no. La tradición en nuestra familia era que se esperaba que fueras a la escuela, que lo hicieras bien. Mi padre repartía el correo. Mi madre era asistente administrativa. Para ellos, todo lo que hacían era para que sus hijos pudieran estudiar y para que les fuese mejor. La educación era una vía hacia una calidad de vida mejor.
“La gente de los 70 se manifestaba contra la contaminación del aire y del agua. Me marcó de niña”
¿Quién fue tu mayor inspiración? Mi pediatra era una mujer. Considero que el hecho de que el primer médico que conocí fuera mujer y el primer curso sobre ciencia al que asistí lo impartiera una mujer hizo que creciera pensando que los médicos eran mujeres, al igual que hombres. Lo que nos lleva a la idea de que es muy importante tener ejemplos en cada etapa, porque no lo puedes imaginar si nunca lo ves.
¿Cuándo fue la primera vez que sentiste que encajabas?
Formaba parte de un grupo de canto en el colegio, que era el coro de la iglesia. Mis hermanos también formaban parte de él y sigo manteniendo la amistad con todo el mundo. Lo hacíamos todo juntos. Fui una contralto y también seguí cantando en coros durante la universidad y el posgrado. La verdad es que echo mucho de menos ese compañerismo. Ahora me conformo con cantar en la ducha. La música es una forma de autoexpresión, aunque en un coro también significa armonía. Además, lo sientes cuando las notas, las voces y el tono se combinan, ya que provoca una sensación preciosa de conexión y de que todos trabajan unidos.
¿Cómo fue tu experiencia en la Universidad de Princeton siendo mujer y una persona de color en los años 80?
El valor de la enseñanza en Princeton tanto para mi vida personal como para mi profesión sin duda ha sido… la verdad es que no tiene precio. Aunque fue una situación complicada para mí en aquel momento, porque venía de Nueva Orleans. Por lo que tienes una ciudad sureña, con una población mayoritariamente negra, muy diferente al ambiente pijo de los años 80 en Princeton. Recuerdo que, durante las vacaciones de primavera, la gente se iba a esquiar a los Alpes y yo no tenía dinero suficiente para volver a casa, pero fue una experiencia alucinante. Creo que lo que la Universidad de Princeton ha hecho recientemente para intentar modernizarse y abrir su campus a estudiantes de primera generación que no tendrían oportunidades es muy importante, porque la enseñanza es excelente.
¿Crees que debería haber más esfuerzos por animar a las niñas en concreto a cursar estudios de ciencias?
Desde luego. Debemos invertir en las niñas y en las personas de color, porque las ciencias y la ingeniería son fundamentales para nuestro futuro. Para que quede claro, uno de los motivos por los que me encanta formar parte de Apple no es solo por la ciencia y la ingeniería, sino también por las humanidades, es decir, el arte, la música y aquello que nos hace humanos. Eso es lo que nos hace únicos. Sin embargo, en la Universidad de Tulane, era una de las dos mujeres de mi clase. Lo mismo me pasó en la Universidad de Princeton, solía ser la única persona de raza negra en mis clases de Ingeniería Química. La situación ha mejorado para las mujeres pero, aun así, también hay que fijarse en otros aspectos, como en quiénes son los profesores, ya que a veces perpetúan su manera de pensar anticuada. Quizás les tocó vivir en una época en la que la ingeniería pertenecía casi exclusivamente a hombres o a blancos. Es por ello que debemos seguir haciendo lo posible para que la educación tecnológica esté al alcance de todos. Tengo la intención de ser lo que la Dra. Wexler, mi pediatra, fue para mí: un ejemplo visible. También tenemos el deber de desmitificar la ciencia y la ingeniería, de decir que no pasa nada por ser una científica a la que le gusta la moda y que se maquilla. No tienes que encajar en ningún perfil.
¿Cómo supiste que lo adecuado era estudiar protección medioambiental?
Estaba en la Universidad de Tulane, cursando Ingeniería Química, en la que se estudian los procesos para crear muchas sustancias químicas. Siempre había flechas en el proceso: esto va aquí y esto allí. Además, había flechas que se salían de la página, que, en realidad, eran flechas de residuos. Esto quiere decir que te deshaces de ello en la atmósfera, en el agua o en un vertedero. Empecé a decir: «Bueno, como ingenieros, es nuestra obligación pensar tanto en el material que se sale de la página como en el producto que se vende». Así que se me metió en la cabeza esta idea de no hacer daño, como si fuera un médico.
¿Cuáles fueron algunos de los mayores retos a los que te enfrentaste durante tu trayectoria profesional?
No fueron dificultades técnicas. Por suerte tengo cerebro, así que puedo resolver la mayoría de los problemas técnicos o científicos, pero sí que tuve problemas sociales. En mi puesto he tenido que trabajar a menudo con las comunidades para que confiaran en que estoy ahí velando por sus intereses, no por los de otros ni por los del gobierno. A nivel personal, trabajé durante veinte años para la Agencia de Protección Ambiental, primero en Washington D. C. y luego, en Nueva York, me casé y tuve hijos. El 11 de septiembre estuve trabajando muy cerca del World Trade Center. Tras aquella experiencia aterradora, decidí que quería estar más cerca de mis hijos. Fue un día horrible, al igual que para muchas familias, por lo que decidí aceptar cualquier trabajo que pudiera encontrar relacionado con el medio ambiente, pero que estuviera cerca de casa. En aquella época tuve una mentora que me dijo: «¿Por qué las mujeres siempre deciden aceptar un puesto inferior solo porque quieren dar prioridad a su familia? Haz ambas cosas. Dale prioridad a tu familia, quédate cerca de ella, pero no dejes de ascender laboralmente. Se te da muy bien lo que haces». Por lo que me pasé al gobierno estatal de Nueva Jersey, donde vivía, y con el tiempo empecé a dirigir la versión de la Agencia de Protección Ambiental de Nueva Jersey.
Así es como conociste a Barack Obama. ¿Nos puedes contar un poco más sobre cómo era trabajar para él?
En aquella época, Barack Obama era senador. Yo estaba pronunciando un discurso ante la Comisión de Medio Ambiente del Senado acerca de la importancia de no hacer perforaciones en nuestros océanos de agua limpia y recuerdo que él estaba ahí —uno de los pocos que se presentó— tomando notas. En su turno, me hizo unas preguntas muy específicas. Después, me presenté. Todavía se acordaba de mí cuando coincidimos unos años después y me quedé muy sorprendida. Ahí me di cuenta de que era una persona auténtica, por lo que cuando me ofrecieron la oportunidad de trabajar con el equipo de transición, y cuando me pidió que fuera la administradora de la Agencia de Protección Ambiental, ni me lo pensé. Es una persona maravillosa y muy inteligente, que se exige mucho a sí misma y a su equipo. Fue todo un honor empezar en la Agencia de Protección Ambiental como joven científica y, luego, pasar a dirigirla.
“El 11 de septiembre trabajé cerca del World Trade Center. Tras aquella experiencia aterradora, decidí estar más cerca de mis hijos”
Ahora que has logrado tanto, ¿qué es lo que te anima a seguir adelante?
Es muy importante tener un objetivo y que te apasione lo que haces. Creo firmemente que la defensora del medio ambiente que llevaba dentro no me ha abandonado. Trabajo para una empresa y un director ejecutivo que han dejado muy claro que quieren servir de ejemplo en cuanto a cómo una empresa puede cambiar la trayectoria del futuro en torno al clima, los recursos y los materiales. Eso es lo que me hace seguir adelante, creo: una gran convicción, casi ética, de que es nuestro deber dejarles un planeta sostenible a las siguientes generaciones.
¿Por qué es tan importante para ti ser una mentora para otros?
No imaginaba cómo sería mi trayectoria profesional con 20, 30 o 40 años, pero sí que pensaba que, independientemente de dónde estuviera, podría ejercer una influencia en los demás. Admiro mucho a las personas que tienen claro desde el principio a dónde quieren llegar. Aunque para mí no se trataba de eso, sino de intentar equilibrar todas mis exigencias: mi profesión, mi familia y este imperativo moral de tener un objetivo en la vida. Un buen asesoramiento durante el proceso te ayuda a tomar decisiones inteligentes y a seguir creando una red de personas que pueden ayudarte a ser eficaz.
¿Qué tipo de líder consideras que eres en la actualidad?
Intento colaborar mucho. Soy partidaria de la idea de que un equipo variado es fundamental para el éxito, por lo que en Apple tenemos un equipo muy variado. Un buen encargado es aquel que se alegra cuando las cosas les salen bien a los demás. Es por ello que intento no microgestionar mi equipo. Quiero ser una líder que sea un buen ejemplo para las mujeres que están presentes. Así que animaré a las mujeres a que nunca se sienten en segunda fila, sino que se sienten en la mesa y que no tengan miedo a opinar.
Llegaste a la cima en una industria dominada por hombres blancos. ¿Alguna vez sientes que necesitas ser un ejemplo? ¿Estás dispuesta a soportar la carga que eso conlleva?
Sí, no me importa. Creo que debo hacerlo. No quiero decir que sea una carga, pero sí es una gran responsabilidad. Considero que tienes que abrir algunas puertas y dejarlas abiertas para quien venga después. Me encantó cuando la vicepresidenta Kamala Harris dijo: «Soy la primera, pero no seré la última». Lo que me transmitía era algo así como: sé que no seré la última, porque voy a asegurarme de que no lo sea, con una firme convicción. Ahora mismo estoy en un momento en el que no me preocupan las consecuencias de ser sincera. No soy una maleducada, pero creo que mis opiniones importan porque ofrezco un punto de vista que difiere del de los demás, como suele pasar con casi todas las personas.
En tu puesto en Apple pasas todo el día hablando con gente. ¿Cómo desconectas?
Mi objetivo al final del día es convertirme en mi propia cámara de aislamiento con una serie que sea un vicio inconfesable y sin que nadie me hable. Todos saben que soy muy fan de Ted Lasso. En verdad, yo he sido Ted Lasso desde el principio, y me alegro mucho de ver que el mundo se ha dado cuenta, en cierto modo, de la importancia de la serie.
Eres una de esas personas con éxito que se levanta por las mañanas a una hora disparatada?
Me despierto a las 5:30 o a las 6:00. Si me despierto temprano es porque es el momento más tranquilo del día y ese es mi momento. Me gusta hacer ejercicio por la mañana. Si estoy en el Apple Park, me tomo un batido para desayunar. Hacen uno verde riquísimo con té matcha. Intento comer de manera saludable. Utilizo el Watch y colaboro a menudo con el equipo de Fitness+ porque me encanta ese servicio de Apple.
¿Cómo es tu uniforme de trabajo?
Durante el último año y medio he usado ropa deportiva. Aunque, si voy a la oficina, todos llevan pantalones de vestir o vaqueros y una camisa, así que esa es mi oportunidad para divertirme un poco con mi estilo o reivindicar algo. Tengo unos tacones de cuando trabajaba en Washington D. C., pero ya no los utilizo. Estoy muy agradecida a los millennials por convertir las zapatillas en una opción de vestir. Hoy voy vestida de Cynthia Rowley, una diseñadora estadounidense. Es como ropa deportiva de alta calidad. Cuando trabajaba para el gobierno, tenía que lucir un pelo liso mucho más profesional, pero ahora que estoy en Apple puedo mostrar mi pelo al natural.
¿Es un reflejo de que ahora sientes que puedes ser tú misma en el trabajo?
Sí, es una sensación fantástica. De hecho, si paseas por el campus de Apple, verás que la gente hace lo mismo. Creo que es un gran regalo poder ser tú misma en el trabajo.
¿Cómo gestionas el estrés?
Pienso que el deporte consiste tanto en liberar la mente como el cuerpo. Antes de la pandemia empecé a practicar pilates, pero estar en casa me permitió dedicarle más tiempo y me ha cambiado por completo. Hace que me sienta fuerte y me ayuda a concentrarme.
¿Eres de esas personas que lidian con el estrés por su cuenta o pides ayuda?
Es posible que cargue con demasiado. Creo que el equipo sabe cuándo estoy estresada, y les estoy muy agradecida. Eso no quiere decir que no delegue. Lo que pasa es que, si algo está mal porque no he despejado el camino, es culpa mía. Mi trabajo consiste en hacer que lo imposible se vuelva posible, así que intento no pedirle a mi equipo que haga algo que yo no quiera hacer o delegar lo que sea solo porque es difícil. No es fácil mostrarse vulnerable delante de tu equipo, sobre todo siendo mujer, porque a menudo en el trabajo se considera que las mujeres son dependientes o susceptibles; aunque, en cierto modo, ese sea nuestro superpoder.
“Mi trabajo consiste en hacer que lo imposible se vuelva posible”
¿Qué libro tienes en la mesilla de noche ahora mismo?
El clamor de los bosques, de Richard Powers. Es un libro muy importante para mí. Profundiza mucho en el tema de los árboles. Escucho muchos audiolibros porque me relaja más moverme que estar sentada.
¿Cómo se manifiesta tu compromiso con el medio ambiente en tu día a día?
Hay tres palancas de las que todos pueden tirar. La primera es el transporte, es decir, cómo nos movemos. He decidido vivir en la ciudad para poder utilizar el transporte público y compartir coche. La siguiente está relacionada con lo que comemos. No soy vegana, pero una auténtica dieta vegetal es muy importante. ¡Aunque reconozco que me encanta el queso! La tercera consiste en pensar en dónde vivimos y cómo obtenemos nuestra energía. Mi casa tiene paneles solares; no soy completamente autónoma porque la casa tiene una cocina de gas natural, aunque estoy pensando en pasarme a la de inducción. No todo el mundo se puede permitir hacer todas esas cosas, aunque todos pueden decidir acerca del transporte y la comida, centrándose en su propia huella de carbono.
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