La situación que estamos viviendo desde hace algunos meses en cuanto a los precios de la energía no deja a nadie indiferente, desde el más humilde consumidor hasta la más grande compañía energética. Sin embargo, no todos los agentes están sufriendo -o gozando- de la misma manera.
No quiero entrar en el análisis de esta situación, que repercute tanto en la electricidad, por el precio del gas, como en el resto de combustibles fósiles. La explicación está ampliamente difundida por expertos y no es mi intención aportar ninguna opinión, ya que no me siento suficientemente cualificado para ello.
Parece evidente que estamos inmersos en un proceso de cambio de modelo energético en el que tecnologías como la fotovoltaica están llamadas a tener un papel relevante en el suministro eléctrico. El pasado día 27 de enero, un grupo de nueve empresas, algunas españolas, publicaron una carta dirigida a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pidiendo una estrategia para cambiar la cadena de valor de la energía fotovoltaica dentro de los objetivos de energía verde de la Unión Europea.
Ni que decir tiene que estoy totalmente de acuerdo en la necesidad de volver a fabricar la entera cadena de valor en Europa, ya sea en base a la tecnología del silicio o la que tenga más viabilidad. Sin embargo, me parece curioso que en esta misma noticia se haga referencia a unos supuestos, o posibles, objetivos de fabricación en Europa: 20GW de paneles y ¡2GW de células! Perdón, pero parece de chiste. Porque, a la vez en el mencionado escrito, se habla de que para esa fecha se deberían tener instalados entre 479GW y 870GW. ¿De qué vale tener 2GW relativamente locales? ¿Esa es la aspiración? Mientras tanto, en los concursos públicos y privados, y en las propias subvenciones estatales con fondos europeos ni se valora ni se da ventaja alguna al producto local o europeo. Y el impacto del CO2 en origen y en el transporte ni se considera.
Un cambio de modelo energético es necesario, sobre todo dada la situación que estamos viviendo en la actualidad. Parece evidente que las tensiones en la frontera de Ucrania y Rusia y los riesgos que entraña un conflicto que ya existe, aunque no sea militar (y esperemos que no lo sea), afectan al actual modelo energético. En la situación actual, la seguridad, o la falta de ella, en el suministro de los combustibles fósiles, hace temblar, no solo a los sectores energéticos, sino al conjunto de la economía y la sociedad. Este es un problema que va a permanecer, al menos eso creo, hasta que dejemos de depender de ellos, pero ya se encargarán de que el tema se alargue. Mientras tanto, estamos inmersos en un proceso de cambio de modelo energético en el que tecnologías como la fotovoltaica están llamadas a tener un papel relevante en el suministro eléctrico.
No dudo que la política puede ayudar en este objetivo, pero si no hay inversión privada, no habrá desarrollo industrial. Para mí el problema es que los grandes grupos y empresas consumidoras de electricidad, o no tienen asumido el cambio de modelo o piensan que la solución se la darán-o se la tienen que dar-los gobiernos o la CE.
Pero, si mañana hay un conflicto entre China y Taiwán, posibilidad no tan remota. ¿Cómo vamos a asegurar el suministro para cumplir con nuestros objetivos?¿Alguien duda que esos objetivos son, en realidad, una necesidad incuestionable? Y al precio que sea.
El pensador israelí Yuval Noah Harari, autor del ‘best seller’ ‘Sapiens’, ha calculado cuánto costaría hacer frente al gran desafío que tiene ante sí la humanidad: un 2% adicional del PIB mundial. Solo hace falta organización y decisión. En este tema es exactamente igual. Pero el tiempo corre y no parece que las grandes corporaciones estén demasiado inquietas, a pesar de lo comentado. ¿Nuclear y gas? Bruselas parece que cede, ya veremos como reacciona cada gobierno europeo.