Por un momento imaginemos la siguiente situación: un pequeño emprendedor comienza a invertir en una hectárea en alguna zona productiva para que esa viña comience a producir frutos recién unos tres años después. A la par ir registrando una marca, para ese vino pensado y adoptado casi como un hijo. Contratar un estudio de diseño que desarrolle la imagen y el marketing; y luego de varios años salir al mercado a compartir lugar con miles de etiquetas que copan góndolas y cartas de restaurantes.
Y en ese preciso momento, encontrarse con la novedad de que hay una costumbre (ya no tan ejercida por todos, afortunadamente) de que para ingresar a ese restaurante su etiqueta tiene que entregar 6 cajas “liberadas” de su vino. Luego de eso, el dueño del lugar verá si logra colocarla dentro de sus “selectos” vinos.
¿La situación descripta es de terror, no? Pero aún en muchos sitios de la provincia sucede y en el resto del país también. Y en cierta manera completa el planteo de la nota de opinión de la semana pasada sobre el desajuste de precios. Claro, los remanentes de esas cajas o cómo “son gratis las vendo al precio que yo quiero”.
Precio sugerido vs precio restaurante
A esto vamos a sumarle una costumbre instalada. En la mayoría de los restaurantes el vino cuesta el doble de lo sugerido. Hay excepciones, pero en el mundo en general esto es así.
Siempre hay una explicación, claro. El costo de mantenerlo en condiciones ideales dentro de la cava del restaurante a una temperatura y humedad controlada, el servicio a la temperatura correcta cuando se abre y durante la experiencia, servir la cosecha vigente en el mercado o una particularmente reservada, y el especialista que realiza ese servicio son ese “valor agregado” que modifica el precio en el punto de venta. Es decir, por lo menos lo duplica.
La cuestión es que si tenés el tiempo, las ganas y por supuesto la plata, podés tomarte el trabajo de visitar los restaurantes de Mendoza y fijarte cuáles cumplen esas condiciones. Las del precio, en esa no fallan.
El cuello de la botella
Y si hablamos de ocupar el espacio en góndola de algunos supermercados o grandes vinotecas, los acuerdos comerciales que tienen que hacer las bodegas muchas veces se llevan gran parte de los presupuestos previstos para la actividad comercial.
La industria del vino en la Argentina es diferente al de otras bebidas, por ejemplo la cerveza. No está atomizada y hay muchos pequeños proyectos que corren con claras desventajas a la hora de mostrar su producto.
La distorsión de precios es claramente un tema recurrente en la política económica de la Argentina. Un tema que los países de la región ya solucionaron y en la que todavía acá seguimos enfrascados en discusiones inútiles que lo único que hacen es que los precios sigan en un festival de disparates.
Pienso en ese emprendedor que plantó la viña y que con gran ilusión tiene su vino etiquetado en la mano, listo para “comerse la cancha”, con toda la furia de mostrar orgulloso lo que logró. Lo que no sabe es que apenas ponga un pie en el césped, el campo estará totalmente minado.