“Si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos”.- John F. Kennedy.
Un dilecto amigo me preguntaba si en realidad, de acuerdo con Rich Devos, podemos aspirar a un capitalismo solidario. En relación con ello, el que conoce los mecanismos de acumulación del actual régimen político-económico imperante, seguramente preguntaría si es posible que un cóndor, por lo demás siempre hambriento, es capaz de sentir misericordia por la presa que lleva volando entre sus poderosas garras. De igual modo, ¿sentiría un asesino en serie compasión por sus víctimas estando su mecanismo psíquico herméticamente cerrado a todo sentimiento de culpa? Las analogías pueden ser abundantes. La realidad indiscutible es que, desde los tiempos de la Revolución Industrial y mucho antes, el interés privado se enfoca, fundamentalmente, en la maximización de las ganancias. La solidaridad es un atributo marginal del capitalismo, un requerimiento para la conservación de su funcionalidad, de sus engranajes de acumulación.
La solidaridad humana aparece en ese interés como una obligación dictada por los tiempos, las organizaciones de trabajadores, los Estados efectivamente mediadores, las enormes influencias de las redes sociales -incluidas las de los idiotas- y, en definitiva, por el riesgo de perder mucho si no se entiende que el principal activo de una empresa lo componen sus empleados y gerentes. Más allá del colectivo empresarial, que es el responsable de los retrocesos y los éxitos, la empresa actúa en un entorno que debe entender, calibrar, analizar, pesar y, en la medida de lo posible, predecir. Esta realidad dicta restricciones a la voracidad desmedida, al desinterés por todo aquello que entra en el ámbito de lo humano, social, ambiental y externalidades negativas.
La realidad es que todos halan para su lado. Las empresas buscan asegurar e incrementar sus ganancias; las personas aspiran a un bienestar material tangible, además del goce de libertad de espíritu, de realización plena como seres humanos y de libertad de pensamiento e imaginación, entre otros derechos fundamentales, siempre en el marco de la observancia de las normas de una sociedad moderna.
Dicho esto, parecería que, como cientos de miles de ciudadanos, algunas empresas solo tienen la aspiración de sobrevivir. Fluctúan entre la quiebra y el punto de equilibrio, y entre el punto de equilibrio y algunas migajas ocasionales. Ante esta realidad, de la que viven miles de familias y que, en el caso dominicano, representa parte sustancial del tejido productivo, se requiere un Estado solidario. Un Estado que organice mercados como el de Inabie para mantener miles de empleos de baja calidad y productividad, pero del que dependen miles de familias de escasos recursos.
Si el Inabie organizara un sistema de control y aseguramiento de la calidad e inocuidad (tema en el que se han gastado cientos de millones en esas unidades productivas), y enarbolara la exigencia de trazabilidad alimentaria, la evaluación de riesgos y puntos críticos de control, la implementación de buenas prácticas de manufactura e higiene, y, además incluyera, certificaciones de conformidad provenientes de entidades reconocidas, inspecciones competentes y pruebas de laboratorios acreditados, con toda seguridad que muy pocas de esas empresas participarían en el mayor proceso de licitación de ese organismo gubernamental (el que tiene que ver con los suministros a la jornada escolar extendida) con alguna oportunidad de quedar como adjudicados.
Pero en un país con una muy baja capacidad nacional para producir empleos bien pagados y de mediana y elevada calificación, las Mipymes son el refugio por excelencia no solo de la sobrevivencia humana, sino de los mercados que el Estado crea para mantenerlas vivas. Pueden mejorar, y de hecho tenemos entre ellas ejemplos de empresas ambiciosas, innovadoras y productivas, pero la gran mayoría requiere asistencia técnica urgente bien enfocada, no aquella que en general tiene lugar para cumplir algunas metas institucionales y organizar sobre su base ciertas ruedas de prensa para anunciar “grandes realizaciones ministeriales”. ¿Requerimos un Estado solidario o emprendedor?