Roberto Perinelli: No sólo en la Argentina, también en América Latina y mucho en España. En Alemania más que microficcionistas lo que se han desarrollado son los estudios de la microficción hispanoamericana. Con la microficción está pasando lo mismo que con el fútbol. Un viejo jugador de la época romántica del fútbol dijo “el fútbol era fácil hasta que llegaron los técnicos y los periodistas”. Bueno, la microficción era fácil hasta que llegaron los teóricos y los críticos literarios. Lo que tiene de bueno la microficción son sus muchas variedades lo que la hacen muy difícil de definir. Se puede decir que es un cuento corto, pero hay textos que se acercan más a la poesía y otros al aforismo o al chiste. En España Javier Tomeo se especializó en la microficción teatral. Un autor puede producir relatos en distintos subgéneros. Su atractivo es que otorga una gran libertad. El otro atractivo, engañoso, es que como son cinco líneas se escriben rápido, lo cierto es que para escribirlas uno puede pasarse dos meses pensándolas y repensándolas. La elaboración de un libro con cien microficciones lleva el mismo tiempo que el de escribir una novela.
P.: En nuestro país el relato breve tiene una gran tradición que pasa por Lugones, Macedonio, Girondo, Borges, Bioy, Anderson, Cortázar, Denevi…
R.P.: Supongo que a muchos les pasó lo que me pasó a mí, que escribían microficción sin saberlo. Yo las empecé a escribir un poco para descansar de la escritura teatral, de textos sobre la historia del teatro. Hacerlas me permitía practicar juegos con el humor, que me interesa mucho. Avancé en la escritura de esos cuentos hasta que en 2006 me invitaron al Primer Encuentro de Microficcionistas Argentinos, que se hizo en el local que tenía el sector cultural de la embajada de España en la calle Florida. Ahí nos conocimos los microficcionistas y formamos una tribu que desde ese momento somos bastante consecuentes.
P.: El modelo es “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
E.P.: Se toma ese relato de Monterroso como la microficción icónica. A mí me gusta más el de Hemingway “Vendo escarpines sin uso”, absolutamente tremendo. Arreola tiene “El hipopótamo es el pisapapeles de la Historia”. El de Lomelí “El emigrante” “¿Olvida algo? ¡Ojalá!”. Nosotros tenemos grandes microficcionistas. Nuestro líder, aunque él no quiere ser líder de nadie, es Raúl Brasca que además de gran microficcionista ha reflexionado mucho sobre el tema y desarrollado en uno de sus libros toda una teoría sobre la microficción.
P.: ¿Han surgido editoriales interesadas en estos relatos?
R.P.: Se edita muy poco. Acá está Macedonia, una editorial de dos muchachos de Morón, que se ha especializado y ha editado la microficción de muchos autores argentinos. Hay casos, como el de Ana María Shúa, que luego de haber sacado novelas como “Los amores de Laurita” en grandes editoriales, pasó a publicar en ellas sus microficciones, algunas temáticas como “El circo” con el que se hizo un espectáculo teatral. Shúa da un excelente consejo de cómo leer microficción: se deben leer de a diez porque la microficción es como el dulce de leche si se come más empalaga, se le pierde el gusto. La receta da resultado. La microficción precisa, como en todo relato, pero en este caso de manera imprescindible, de la complicidad del lector, por su economía, pero en especial porque la microficción se expresa mucho en lo que no dice, en la elípsis, en lo que el lector tiene que completar. Necesita de un lector inteligente. Después están quienes gustan de lo poético, otros los cuentos de forma tradicional, principio, medio y fin, otros que son como juego que busca la participación del lector.