Algunas personas justifican su vacilación ante las vacunas contra el COVID-19 diciendo que temen los posibles efectos a largo plazo o algunas consecuencias aún no detectadas. ¿Pero es eso realmente cierto? Un artículo recientemente publicado en la revista Science analiza un conjunto de datos en torno a la posibilidad de dar una respuesta.
Entre los datos que relata, cuenta la experiencia de Brianne Dressen, ex maestra de preescolar en Saratoga Springs, Utah, quien a fines de 2020 comenzó a compartir tiempo en línea para personas que experimentaban COVID prolongado, un síndrome crónico e incapacitante que puede seguir a un ataque con el virus. Se interesó por recopilar toda la información que los científicos emitían al respecto y por registrar las experiencias que relataban las personas.
Dressen no se había contagiado hasta ese momento. Como voluntaria en un ensayo clínico recibió una dosis de AstraZeneca. Esa noche, su visión se volvió borrosa y el sonido se distorsionó. Sus síntomas incluyeron fluctuaciones del ritmo cardíaco, debilidad muscular y lo que ella describe como descargas eléctricas internas debilitantes. Le diagnosticaron ansiedad. En tanto, su esposo Brian, químico de profesión, comenzó a revisar la literatura científica tratando de entender los sucesos sobre su esposa. La pareja fue encontrando, en su camino, a otras personas que habían experimentado problemas de salud después de una vacuna contra el COVID-19, independientemente del fabricante.
Para enero de 2021, los investigadores de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) comenzaron a escuchar acerca de tales informes y buscaron obtener más información, partiendo de la propia Dressen. El estudio fue de pequeña escala y no sacó conclusiones sobre si las vacunas pueden haber causado problemas de salud raros y duraderos. “Los pacientes tenían, lo que los científicos llamaron ‘asociaciones temporales’ entre la vacunación y su salud vacilante”, declaró a Science Avindra Nath, directora clínica del Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares (NINDS), quien ha estado liderando los esfuerzos de los NIH. “Pero ¿una asociación etiológica? No sé.” Es decir: no pudieron efectivamente demostrar con datos si la vacunación causó directamente los problemas de salud posteriores.
Ahora, un pequeño número de otros investigadores está comenzando a estudiar si la biología del COVID prolongado, aún en tinieblas en términos científicos, podría vincularse de alguna manera a cierta acción de las vacunas.
“Hay que tener mucho cuidado antes de relacionar las vacunas contra la COVID-19 con complicaciones -explicó a Science Nath- Se puede llegar a una conclusión equivocada. Las implicaciones serían enormes”. Y los síntomas complejos y persistentes como los de Dressen son aún más difíciles de estudiar porque los pacientes pueden carecer de un diagnóstico claro.
Sin embargo, dimensionar las dificultades en este sentido puede ayudar a guiar el diseño de la próxima generación de vacunas y tal vez identificar a quienes corren un alto riesgo de sufrir efectos secundarios graves. “No deberíamos tener aversión a los eventos adversos”, explicó William Murphy, inmunólogo de la Universidad de California. En noviembre de 2021 en un documento publicado por The New England Journal of Medicine, propuso que un mecanismo autoinmune desencadenado por la proteína de punta del SARS-CoV-2 podría explicar tanto los síntomas de long COVID como algunos efectos secundarios raros de la vacuna, y pidió una investigación sobre las posibles conexiones. “Asegurar al público que todo se está haciendo, en cuanto a investigación, para comprender las vacunas es más importante que simplemente decir que todo es seguro”, sostiene Murphy.
Para la ciencia, lo cierto hoy es que sigue no estando claro con qué frecuencia ocurren efectos secundarios como los de Dressen. COVID prolongado se ha convertido en una dolencia cierta y reconocida que, según se sabe, afecta entre el 5% y el 30% de las personas infectadas por el SARS-CoV-2. Los investigadores están haciendo avances tentativos con varias ideas sobre la biología subyacente. Algunos estudios sugieren que, en ciertos casos, el virus puede permanecer en los tejidos y causar daños continuos. Otra evidencia indica que los efectos secundarios de la infección original podrían desempeñar un papel incluso después de que el cuerpo elimine el virus. La evidencia de estudios en animales respalda la idea de que los anticuerpos que se dirigen a la proteína de punta del SARS-CoV-2, “la misma proteína que usan muchas vacunas para desencadenar una respuesta inmunitaria protectora, podrían causar daños colaterales”, informó a Science Harald Prüss, neurólogo del German Centro de Enfermedades Neurodegenerativas (DZNE) y el Hospital Universitario Charité de Berlín.
En 2020, mientras buscaba terapias de anticuerpos para el COVID-19, él y sus colegas descubrieron que de los 18 anticuerpos que identificaron con efectos potentes contra el SARS-CoV-2, cuatro también se dirigieron a tejidos sanos en ratones, una señal de que podrían desencadenar problemas autoinmunitarios. La recopilación realizada para este artículo de la revista científica confirma que los primeros datos clínicos apuntan en una dirección similar. Durante el año pasado, los grupos de investigación detectaron niveles inusualmente altos de autoanticuerpos, que pueden atacar las propias células y tejidos del cuerpo, en personas después de una infección por SARS-CoV-2.
En Nature en mayo de 2021, los inmunólogos Aaron Ring y Akiko Iwasaki de la Facultad de Medicina de Yale y su equipo informaron haber encontrado autoanticuerpos en pacientes con COVID-19 agudo que se dirigían al sistema inmunitario y al cerebro; ahora están investigando cuánto tiempo persisten los autoanticuerpos y si pueden dañar los tejidos. Este mes, la cardióloga Susan Cheng del Centro Médico Cedars-Sinai y la química de proteínas Justyna Fert-Bober en un material publicado en el Journal of Translational Medicine señalaron que los autoanticuerpos podrían durar hasta 6 meses después de la infección, aunque los investigadores no correlacionaron la persistencia de los autoanticuerpos con los síntomas continuos.
En otro frente, otros especialistas están analizando pequeños coágulos en la sangre. En una infección aguda por SARS-CoV-2, se pueden formar pequeños coágulos que pueden dañar las células que recubren los vasos sanguíneos. Resia Pretorius, fisióloga de la Universidad de Stellenbosch en Sudáfrica, y sus colegas publicaron evidencia preliminar en agosto en Cardiovascular Diabetology. Allí señalaron que los coágulos microscópicos pueden persistir después de que desaparece una infección. Podrían interferir con el suministro de oxígeno, lo que podría explicar algunos síntomas de COVID prolongado, como la niebla mental. Pretorius ahora se está asociando con colegas para desarrollar diagnósticos para esta microcoagulación y estudiar formas de tratarla en Long Covid.
Farinaz Safavi, un neurólogo del Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares es parte de los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU. (NINDS), ha reunido a docenas de pacientes con esta sintomatología para tratar de arribar a algunas conclusiones certeras. “34 personas se inscribieron en el protocolo -informó el especialista-, 14 de las cuales pasaron un tiempo en los NIH; los otros 20 enviaron sus muestras de sangre y, en algunos casos, líquido cefalorraquídeo”. Pero con el tiempo dejaron de dar seguimiento al tema. Según las autoridades informaron a Science, “no están equipados para tratar a un gran número de pacientes a largo plazo”.
Los datos del NIH, que documentaron los casos de los pacientes, aún no se han podido publicar. Dos importantes revistas médicas se negaron a publicar una serie de casos de unas 30 personas, que ese equipo presentó por primera vez en marzo de 2021. Safavi dice que comprende el rechazo: “los datos fueron estudios observacionales”, indica. Este mes, los científicos presentaron una serie de casos de 23 personas a una tercera publicación, y una enmienda a un protocolo Long COVID para incluir pacientes con efectos secundarios posteriores a la vacuna.
Los investigadores que exploran los efectos secundarios posteriores a la vacuna enfatizan que el riesgo de complicaciones por la infección por SARS-CoV-2 supera con creces el de cualquier efecto secundario de la vacuna. Pero comprender la causa de los síntomas posteriores a ella, y si el tratamiento temprano puede ayudar a prevenir problemas a largo plazo, podría ser crucial para diseñar vacunas aún más seguras y efectivas, además de proporcionar pistas sobre la biología del COVID prolongado y seguir alentando el uso de vacunas.
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