Dice la junta directiva del Museu de les Matemàtiques de Catalunya (una maravilla, vaya esto por delante) que la fiesta que este domingo ha organizado en la que es su sede, el parque de Can Mercader de Cornellà, era porque acaba de cumplir ocho años de edad y, ¡vaya con el gremio de los números!, eso es, según se mire, una inexactitud. Es cierto que el 2 de febrero de 2014 abrió por primera vez sus puertas el Mmaca, acrónimo del museo, pero también lo es que antes de aquella fecha esta joya ya existía, aunque fuera de forma itinerante, pues un grupo de matemáticos catalanes (Josep Rey, Pura Fornals, Enric Brasó y Guido Ramellini, entre otros) había construido, con mucha carpintería y otros bricolajes, ingenios de todo tipo para demostrar que esa rama de la ciencia no es tan temible. Periódicamente salían de excursión con sus inventos, como si fueran el mismísimo Melquíades viajando a Macondo, y tanto éxito tenían en cada expedición, en resumen, que fundaron un museo. Lo hicieron hace ocho años, sí, pero con esos antecedentes nómadas habría que añadir unos decimales al aniversario.
Por las salas de este centro que por momentos parece albergar el alma del primer Museu de la Ciència de Barcelona, el de antes de que mutara en el actual CosmoCaixa y del que tan buenos recuerdos guardan quienes lo conocieron, pasaron en 2019, antes pues de la pandemia, más de 100.000 personas, o sea, que el día menos pensado se ponen por delante del carísimo Museu d’Història de Catalunya, porque a la Fundació Tàpies hace tiempo que le sacan varias cabezas de ventaja, dicho esto por comparar, una cifra nada despreciable si se tienen en cuenta las adversas condiciones generales contra las que ha luchado este singular espacio.
La primera han sido los dos años de la pandemia, que han mermado la afluencia de público. La segunda, que versa sobre las matemáticas, una materia ante las que muchos se ponen en guardia. Y la tercera, que está en Cornellà, a donde se llega cómodamente en metro, pero que para el barcelonés medio es una tierra directamente ignota. De hecho, hace años que Barcelona tontea con la idea de hacerle una OPA al museo, pero no hay manera de cerrar la operación. No ha tenido Barcelona a nadie con la determinación del alcalde Antoni Balmón, que cuando supo que esa troupe de matemáticos que, cual feriantes, iban de aquí para allá con sus artilugios, les llamó personalmente por teléfono y les ofreció una planta completa nada menos que en un palacete del siglo XIX, en Can Mercader. No se lo podían creer y era cierto.
La fiesta de aniversario del Mmaca ha sido, como corresponde a estas edades, ocho añitos, en parte al aire libre en parte, en el parque. Ahí ha sido posible montar una versión manejable del célebre puente autoportante que Leonardo da Vinci incluyó en su Códice Atlántico, capaz de resistir pesos inimaginables a bote pronto, y también una cúpula del mismo genio italiano, una proeza de la geometría. Esa es la esencia del Mmaca. No son matemáticas de papel y bolígrafo, de pizarras y ecuaciones, sino manipulativas. Construir con las manos una volta catalana con bloques de peluche y que se sostenga en pie nunca deja de maravillar.
A Macondo llegaba Melquíades con un catalejo y le demostraba así a los habitantes de aquel pueblo imaginado por Gabriel García Márquez en ‘Cien años de soledad’ que la ciencia, lo que son las cosas, había terminado por eliminar las distancias, y al Mmaca se entra sin intuir que a la salida se maravillará uno de la simplicidad con la que se puede explicar a un estudiante el teorema de Pitágoras, con una simple balanza. Hay decenas fórmulas distintas para llegar a ese fin, el de demostrar que la suma del cuadrado de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa en un triángulo. Incluso hay una de las fórmulas que lleva la firma de un presidente de los Estados Unidos, James A. Garfield, para el que las matemáticas eran una entretenida afición antes de que le pegaran tres tiros. Pero la que exhibe el Mmaca en una de sus salas, con una simple balanza, de tan simple, es genial.
El Mmaca toca distintas ramas de las matemáticas. Una de las salas, por ejemplo, la que lleva el nombre de Lluís Santaló, portentoso matemático que por republicano terminó en el exilio, debería ser visitada antes de jugar al Euromillón o de comprar números de la Lotería Nacional, eso que alguno de los fundadores del museo llama graciosa y acertadamente “el impuesto que pagan voluntariamente los que no saben de matemáticas”. Si la estadística y la probabilidad se enseñaran como se merecen en las escuelas, muy pronto se extinguirían los niños cantores del Colegio de San Ildefonso.
¿Son exagerados los elogios aquí contados? Hay una anécdota en estos ocho años de historia del museo que certifican que todo aplauso se queda corto. Fue a raíz de una visita que realizó en su día Jin Akiyama, un personaje que a este lado del globo apenas conocen cuatro, pero que en Japón es una celebridad que firma autógrafos por la calle. Su popularidad le viene del modo en que juega con las matemáticas en un programa de televisión. El caso es que visitó el museo y, tanto le gustó, que se lo comentó al entonces cónsul nipón en Barcelona, Hiroyuki Makiuchi, que elevó a la enésima potencia el entusiasmo y terminó por organizar una excursión al Mmaca con algunos de sus colegas de otras delegaciones consulares. Para Makiuchi, este espacio de Cornellà era la perfecta demostración de cómo sin enormes inversiones (como las que sí han hecho otros de los pocos museos de las matemáticas del mundo, el alemán Mathematikum de Guiessen o el MoMath de Nueva York) se podían conseguir gigantescos resultados exportables a países del tercer mundo con escasos recursos. Para los fundadores del Mmaca aquello fue como si les concedieran el Nobel de la Matemáticas, premio que, curiosamente, no existe, algo que se atribuye falsamente a que la tercera pareja de Alfred Nobel despejó algo más que incógnitas con un matemático del que se enamoró.
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Que el aniversario a celebrar este año sea el número ocho ha invitado (cómo son para estas cuestiones los del gremio) a buscar coincidencias. La más evidente, tal y como explica Pura Fornals, es que el cumpleaños fue exactamente el 2-02-2022, cuyas cifras suman precisamente ocho. Y el día 22-02-2022, dentro de tres semanas, han convocado a todos los aficionados a una conferencia en la Universitat Politècnica de Catalunya cuyo tema de fondo puede deducirse si observa bien la fecha. Versará sobre números capicúa y, ya puestos, sobre palíndromos, esas frases que se leen igual del derecho que del revés (“ligar es ser ágil” “la ruta nos aportó otro paso natural”…).
Y en marzo, mes 3 del año, día 14, celebrarán como corresponde, el Día Mundial de Pi, lo cual invita a repescar otra anécdota, que en esta caso ilustra cuán singulares son los matemáticos en ocasiones. Se atribuye a Thomas Fantet de Lagny, matemático francés vivió a caballo de los siglos XVII y XVIII. De él se cuenta que llevaba varios días callado en el lecho de muerte. No decía ni mú. No reaccionaba ante ningún estímulo hasta que alguien que le conocía bien se acercó a su oído y le preguntó cuál era el cuadrados de 12. Respondió de inmediato. 144. De Lagny impresionó a sus contemporáneos porque calculó 120 decimales de Pi, aunque, en honor a la verdad, solo 112 eran correctos.