Las especialidades del historiador peruano José Ragas son la historia global y la historia de la ciencia y la tecnología (en particular la tecnología popular, o de base: grassroots technology, como informa en su biografía de Twitter). Desde 2018 -cuando se vino a vivir a Chile tras ganar un concurso académico- enseña acerca de ambas en la U. Católica.
Doctorado por la Universidad de California (Davis), ha abordado la relación de los individuos con sus documentos de identidad y hace poco obtuvo un Fondecyt de Iniciación para estudiar el comercio de hielo y la explotación de glaciares en Chile. Antes de eso, en marzo pasado, la referencial American Historical Review publicó “Archiving the Chilean Revolution”, texto en el que Ragas se sumerge en el repertorio material – grafitis, carteles, banderas, testimonios, merchandise, etc.- que fue parte de la revuelta de 2019. ¿Su objetivo? “Situar el Estallido social entre los recientes esfuerzos de museos, archivos y bibliotecas por captar las expresiones y la naturaleza cambiante de las protestas globales de años recientes”.
Y en tanto migrante ocupado de fenómenos globales, mal podría desentenderse de la crisis migratoria en el extremo norte de Chile ni de la variedad de factores en la ecuación, paradójicos o contraintuitivos algunos de ellos para buena parte de la ciudadanía local. También es consciente de la xenofobia que asomó cuando la socióloga Lucía Dammert, peruana con nacionalidad chilena, fue designada por Gabriel Boric jefa de asesores del Segundo Piso de La Moneda.
Igual cosa con el día a día de otros académicos, estudiantes y profesionales migrantes, no pocos de los cuales, como él mismo, han vivido “complicaciones con los trámites referidos a la visa” (“hay profesionales sujetos a demora en el procesamiento de sus visas de trabajo o permanentes, o se las ha negado, aun cuando cumplen con los requisitos”).
“La distancia en el tiempo, que ayuda a dar mayor profundidad, no tiene que ser una barrera” para entender estas situaciones, piensa. Como cualquiera de sus colegas, trata Ragas de “hacer entender que las coyunturas actuales no son fenómenos únicos y no pasan solamente ahora, y creo ese es uno de los principales problemas que hay a nivel de opinión pública: pensar en lo que ocurre como algo único. No se trata solamente de ir al ‘mito de los orígenes’, sino de entender que son procesos. En la medida en que no entendamos esto en una dimensión mucho más amplia, vamos a seguir cometiendo errores, no vamos a entender el problema en su complejidad y esto va a seguir afectando a las partes involucradas y a las personas que vengan después de nosotros. El tema migración es uno de ellos”.
“Por una parte, hay una crisis migratoria muy fuerte que no habíamos tenido en muchas décadas; por otra, la migración es un fenómeno continuo”, prosigue. “En el caso de Chile, de Perú, de Argentina, de Brasil inclusive, es algo que ha formado su identidad”.
En el momento actual, “con migraciones como la siria o la venezolana, que ha sido una de las más numerosas de las últimas décadas, hay un fenómeno que confronta la identidad de un país, confronta su capacidad de integrar a una población tan numerosa”, cree Ragas. También lleva a preguntarse, añade, por qué pasa lo que está pasando, así como por los modos en que la población está reaccionando: “Ha habido muchas reacciones, más que contra migrantes, contra políticas migratorias que no han funcionado, donde los gobiernos han preferido hacer vista gorda, o en todo caso tener una visión simplista del asunto. Creo que eso es lo que ha pasado en Iquique, y lo que también se señala que está pasando en Arica ante la ausencia de una política migratoria efectiva y también ante el silencio a la hora de hablar sobre migración”.
¿Cuál es ese silencio?
Creo que en muchos casos no se habla de la migración en sí. A partir del Estallido social, por ejemplo, hemos hablado de desigualdad, de desigualdad de género, de educación, de pensiones, todos temas muy importantes, sobre todo en coyunturas como esta y en un país como Chile. Pero creo que el tema migración ha estado un poco de lado, y cuando ha asomado, lo ha hecho asociado a delincuencia, a expulsiones, a pasos ilegales, a ambulantes… a lo negativo. No se trata de poner una sola historia rosa contra una historia negativa, sino de que no ha habido una presencia pública del tema migratorio que permita entender qué significa esto. Porque no es una cifra en Excel.
¿Cómo se instala la discusión?
Cuesta instalarla, partiendo por el entorno mismo. No hay comunidades migrantes visibles, voceros. No hay una visibilización del tema, y es un tema que se tiene que conversar: se tiene que ver qué soluciones se pueden dar. Porque, ante la ausencia de diálogo, o ante la ausencia del tema, van a seguir saliendo ese tipo de reacciones. Ya ha habido marchas antiinmigrantes convocadas con fines políticos en Santiago desde hace mucho tiempo. Y, lamentablemente, en su versión más extrema, que no es la de las personas que ahora han manifestado su preocupación por el tema, esto ha servido para que haya agendas políticas, como en otros países.
O como en la primera vuelta de la presidencial…
O como Trump, o como hicieron algunos gobiernos europeos hace unos años frente a la migración árabe, que a su vez abonó la subida de la extrema derecha. Y esto genera también muchos escenarios en los cuales se termina reduciéndolo todo a cifras, o se termina asociándolo a conceptos como delincuencia, desorden, desempleo. Son discursos que hemos visto desde hace un siglo. Es el mismo libreto que se da cuando no hay un discurso de autoridad o un discurso público en el cual la gente pueda tener más elementos de juicio. Por ejemplo, respecto de cómo se construye la población económicamente activa, cuáles son los trámites de regularización, por qué hay más migración ilegal que una migración legal, cómo se han endurecido las medidas. Y tampoco se puede hablar del migrante en sentido abstracto, sino de las diferentes condiciones que se dan.
Hay una situación complicada, donde terminan generándose divisiones entre el buen migrante y el mal migrante: el que viene a aportar y el que viene a delinquir.
Esa es otra consigna reciente: “El que no aporta, se deporta”…
Exactamente. Entonces, ¿por qué, a pesar de que aparentemente no hay oportunidades, de que hay maltrato o situaciones adversas, la gente sigue viniendo, incluso arriesgando su vida?
¿Qué respuesta encuentra?
Nadie viene acá pensando, “vamos a crear desempleo”. Hay una desesperación. Entonces, hay por una parte una cuestión que tiene que ver con la opinión pública: cómo damos información y recursos para que se conozca qué significa la migración. Por otra, está la política migratoria. Hubo un intento, lo que se llamó “ordenar la casa”, en el que había que pedir la visa en el país de donde se provenía, pero en los últimos tres años se concentró aproximadamente el 80% de los ingresos por pasos no habilitados de la última década.
Esto genera cambios en el país, como puede verse también con olas migratorias desde Europa en el siglo XIX, desde China y más tarde desde Medio Oriente. La cuestión es, primero, qué hemos aprendido de estas migraciones, así como de la migración peruana de los años 90 y 2000, o de la migración haitiana. ¿Qué sabemos de estas olas migratorias recientes? Chile se ha visto expuesto a un flujo de extranjeros quizá mayor que en otros períodos, pero, ¿cuál ha sido la política migratoria?
Históricamente, propone Ragas para cerrar el punto anterior, “son las migraciones, y sobre todo las masivas, las que ponen en cuestión a un país: ¿qué tanto puede aceptar la diversidad? ¿Qué tanto puede integrar elementos? ¿Quiere ser un país aislado, que corte con la ONU para así no tener que respetar convenios migratorios? Querer ser un país integrado implica abrir las fronteras de manera regulada; que haya políticas claras y que eso también permita entender que a veces hay crisis humanitarias, pero que hay que tener políticas transparentes al respecto”.
¿Qué está en juego en situaciones como la de las críticas a Lucía Dammert?
Hay acá una identificación muy primaria: quienes son de acá tienen más derechos o más prerrogativas que quienes no son. Eso fue alimentado por la idea de Estado-nación del siglo XIX: quiénes tienen ciudadanía y quiénes no. Pero ha resurgido en los últimos cinco años con la política de identidades, que deja de lado los argumentos y que alimenta el nativismo, esa tendencia xenófoba y ultraderechista que se ha abonado en los últimos años. Pero también eso tiene que ver con un desconocimiento -y acá hay responsabilidad de los académicos- de que el flujo entre chilenos y peruanos ha sido mucho más continuo de lo que pensamos. Vemos sólo la migración peruana de los 90, pero el movimiento entre Chile y Perú viene desde la Independencia.
Acá volvemos un poco al inicio: estos son procesos más amplios. Alguien puede preguntarse cómo es posible esta situación con Lucía Dammert, pero estas son cosas que pasan con todos los procesos de migración: las comunidades migrantes, después de un tiempo, van poco a poco afianzándose y van también llegando a cargos políticos. Eso pasa en todas partes. El propio Trump viene de familia alemana. Eso pasa, y está bien que pase, porque es una señal de que el país va integrando y que esas comunidades van vinculándose con el país que los ha recibido.
La cuestión aquí es que estamos sobresimplificando, y esa sobresimplificación, o el silencio, llevan a posiciones extremas que nadie quiere y que terminan afectando no sólo a las personas que vienen en situación desesperada buscando un lugar donde rehacer sus vidas, sino incluso a familias chilenas que tienen vínculos a través de matrimonios -con venezolanos, haitianos- y que van creando familias en el camino. El migrante no es un sujeto aislado: es parte de redes que va generando.
Y creo que se necesita hablar también con las comunidades migrantes, con sus representantes. No puedes tenerlas fuera. O sea, no puedes hablar de un sujeto, de su esfera, sin que sea parte.
¿Sin que tenga voz?
Exactamente. Porque, cuando pase el tiempo, van a querer postular al Congreso o van a querer representar a esas comunidades. Y esto es algo que ha pasado en los últimos 200 años.
Ahora, el migrante no es un personaje “esencialista” ni etéreo, y la migración es un fenómeno fluido. Así como Chile es hoy un centro receptor, de acá a unos años puede ser que no lo sea. El que es nacional hoy, puede ser migrante mañana. La migración no es una cuestión teórica: la ves en cómo ha aumentado el número de campamentos, en la gente en situación de calle. La migración es un factor amplio.
¿Ve una tendencia a “no hablar del asunto”?
Es un tema difícil. Es un tema incómodo, que no te hace más popular de la clase por varias razones. En primer lugar, se asume que el buen migrante es el que no se queja; que celebra los triunfos futbolísticos pero que no se expresa cuando hay una situación problemática. Y no es una cuestión de quejarse, sino de que queremos que haya vías de comprensión y de entendimiento público, nacional, porque es un espacio que vamos a compartir todos.