Si algo ha traído el cine comercialmente más exitoso en los últimos años a nuestras conciencias, eso es una mayor presencia del espacio exterior con sus misterios, desafíos y atractivos. Todas las sagas superheroicas, tanto de Marvel como de DC, tienen un fuerte componente de ciencia ficción, desde multiversos a guardianes de galaxias, de invasiones alienígenas a viajes intergalácticos, de seres celestiales a supervillanos que se jubilan en planetas que se asemejan a una bucólica Tierra.
Como hacía bastante no ocurría (la “fiebre” por el espacio empezó a desvanecerse luego de la llegada de Neil Armstrong a la Luna, en el último año de la década de 1960) parece que empezamos a mirar más a menudo hacia arriba.
De hecho, el 25 de diciembre pasado se puso en órbita el más grande telescopio jamás construido, el James Webb, para lanzar su mirada de inmenso alcance a las para nosotros infinitas oscuridades y luminosidades que constituyen el universo. Y las aventuras de superricos como Jeff Bezos viajando por lugares más allá de nuestra atmósfera han contribuido a esa manija por “lo espacial”.
Fuera de los obvios ejemplos mencionados al principio, hay también otras recientes exploraciones narrativas del espacio exterior. Una película actual, No miren hacia arriba (Netflix), plantea que se acerca un cuerpo celeste a una velocidad demencial y chocará contra el planeta, destruyendo todo. ¿Qué hacemos? ¿Intentamos “detener” el meteorito que viene con destrucción planetaria, como si Dios hubiese lanzado un proyectil con su honda cósmica? ¿Aceptamos estoicamente ese castigo o tratamos de huir del Juicio Final?
Hace ocho años otra película, Interstelar, tenía una premisa diferente. En ese caso, la humanidad había contribuido decisivamente a la degradación del planeta, convirtiéndolo en un árido e inhabitable cuerpo celestial, destinado a marchitarse en el cosmos. En ese caso, el desafío era encontrar un planeta nuevo a colonizar.
Justo ese reto es uno que ocupa a muchas mentes científicas de la actualidad. ¿Podremos vivir en otro planeta? ¿Y cómo será nuestra existencia si ya no estamos a 150 millones de kilómetros de una estrella con unos casi 700.000 kilómetros de radio?
Los escritores de ciencia ficción pueden permitirse el lujo de la imaginación e idear una nave espacial capaz de transitar durante siglos por sí misma, llevando como un arca de Noé a muchos colonos “dormidos” (como en la película de 2016 Pasajeros), que despertarán cuando arriben a una muy distante “Tierra II”.
En la realidad, empero, las cosas son bastante más cuesta arriba. Hay que quemarse las pestañas: hacer muchos cálculos, compilar cantidades pantagruélicas de datos, revisar una y otra vez lo ya hecho… Todo para poder empezar a plantear hipótesis que tengan un sustento más o menos sólido en cuanto a una posible colonización de otro planeta. Lo que estaría al alcance de la humanidad en este momento es la Luna y Marte. Y pare de contar
La Luna está cerca. En términos relativos, casi que a la vuelta de la esquina. Pero nuestro satélite tiene un problema que haría nuestra vida ahí bastante complicada: no tiene atmósfera. Eso hace que la radiación solar sea un desafío que, por ahora y por mucho tiempo más, no tiene solución. De todas maneras, es probable que en algún momento haya bases lunares permanentes, con residentes que vivan bajo tierr… Perdón: bajo el suelo lunar.
El astrónomo Gonzalo Tancredi dice que “cuando uno se embarca en un proyecto como este (se refiere a la posibilidad de mudarse de planeta hacia la Luna o Marte) surgen un montón de incertidumbres. Pero el conocimiento científico y tecnológico que tenemos nos permitiría pensar que es factible realizarlo. No se visualizan dificultades que nos hagan pensar que eso sería imposible. Tecnológicamente, sin embargo, todavía no estamos en condiciones de poder hacerlo”.
Tancredi agrega que no es lo mismo pensar en la Luna, Marte u otro planeta de nuestro sistema solar. Cada posible Nuevo Mundo tiene sus particularidades, pero hay algunos requisitos básicos que deben cumplirse. El primero: tiene que haber agua.
Si no existiera agua en el nuevo planeta, habría que transportarla hasta ahí”, explica. Tancredi acota que se podría no solo pensar en llevar agua de la Tierra hacia otro planeta. “No solo en planetas está presente el agua. También puede estarla en un cometa, por ejemplo. Entonces, se podría pensar en llevar un repositorio de agua con un cometa hasta el lugar que quieras habitar”. ¿Llevar agua con un cometa hasta un planeta? Tuya, Hollywood.
Tancredi sigue: “La Luna está cerca, pero es extremadamente seca. Podría esperarse encontrar agua en los polos y el desafío sería entonces cómo llevar esa agua, que va a ser hielo, hasta la base lunar. El otro problema, porque no tiene atmósfera, es que la radiación del Sol es muy intensa y puede producir radiaciones que llamamos ionizantes y que dañan tejidos. Entonces, la posibilidad de colonizar la Luna es en forma de bases herméticas que se construyan abajo de la superficie lunar”, para estar a resguardo de esa radiación.
Bueno, Marte entonces. “Ahí hay atmósfera”, dice Tancredi. Pero el planeta rojo tiene sus bemoles, claro. “En ese caso estamos hablando de otros procesos. Cambiar la composición atmosférica de Marte para hacerla respirable, por ejemplo. O sea, terraformación”.
¿Cuáles son las probabilidades de tener colonias en Marte? “Depende de las escalas de tiempo que uno maneje. En el corto plazo —o sea en las próximas décadas— lo único en lo que podemos pensar es en la instalación de estaciones más o menos permanentes tanto en la Luna como en Marte, herméticamente selladas para que uno pueda vivir en el interior de esas bases. Eso podría ser posible en las próximas décadas”, estima Tancredi.
Aunque luego matiza que tal vez habría que pensar incluso en un siglo hacia adelante. “A lo sumo, lo que podríamos hacer en los próximos 20 años son misiones tripuladas hacia esos dos lugares, de ida y vuelta. Instalar ese tipo de bases que mencioné antes de manera permanente va a llevar más tiempo”. Pero como es probable que alguien pueda irse a vivir a una base en Marte, ya hay gente preparándose para eso. En varios países ya hay equipos de científicos y técnicos que construyeron simulacros de un ambiente marciano para llevar a cabo experimentos y estudios que permitan partir hacia Marte con la idea de quedarse a vivir allá.
Lo más cercano a Marte que tenemos en Uruguay está en Brasil, en Rio Grande Do Norte, a cargo del investigador y profesor universitario Julio Rezende. Él fundó y lidera un proyecto llamado Hábitat Marte, que recrea hasta donde es posible las condiciones que enfrentarían los seres humanos en ese planeta y lo que deberían hacer para sobrevivir y prosperar.
Desde Brasil, Rezende se comunicó para compartir parte de los conocimientos que ha adquirido desde 2017. Si se divide la mudanza de humanos a Marte en etapas, explica el experto, los primeros desafíos a resolver serían los siguientes: el viaje hasta ahí, aterrizar (¿o “amarteizar”?) en forma segura y poder empezar a funcionar como colonia durante los primeros meses.
Luego viene lo más interesante. Una vez instalados los colonos deben, para poder establecer de manera más o menos permanente una vida ahí, aprender varias cosas. A saber: convivir, trabajar en un ambiente confinado, protegerse de la radiación y equilibrio mental.
—¿Qué quiere decir con equilibrio mental?
—La capacidad de no dejarse estresar con algunas situaciones de riesgo que ocurrirán en el espacio.
Además, enfatiza otro componente fundamental de la condición humana: dormir. Hay que “saber dormir”, dice, porque hay que tener “el mejor tiempo de descanso posible con el fin de colaborar con la mejor recuperación física del cuerpo” cuando estemos recorriendo los paisajes marcianos. Para eso hay que adquirir y cultivar técnicas meditativas, explica.
En un plano menos pragmático, Rezende afirma que cuando los humanos empiecen a vivir en otros lugares del sistema solar estos deberían dejar atrás ciertas costumbres y actitudes y reforzar otras. Como la humildad y la solidaridad (“cuidar unos de los otros”, en sus palabras).
Las actitudes y posturas de aquellos que se vayan a colonizar otros planetas también importan. Por eso en Hábitat Marte no solo se investiga sobre problemas prácticos como reciclaje de recursos, cultivo, conservación de alimentos y sistemas de apoyo a la vida que sean lo más autosustentables posible. También se ahonda en aspectos que involucran a la psicología, la sociología y, en última instancia, la filosofía.
A nadie se le ocurre que como especie iríamos a habitar otro planeta sin tener en cuenta la experiencia civilizatoria acumulada durante miles de años en la Tierra.
El doctor en filosofía Pablo Drews, reflexionando sobre la posibilidad de mudarse de la Tierra a otro lugar en el universo dice que “si partimos de la experiencia que tenemos en este planeta, las implicancias filosóficas y hasta materiales son bastante visibles” y pone como ejemplo la relación problemática que tenemos como especie con la naturaleza, a la que hemos “instrumentalizado” (o sea, que la hemos convertido en un medio que sirve a nuestros intereses sin tener en cuenta otra cosa que, justamente, nuestros intereses).
Más allá de eso, Drews matiza esa apreciación: “No voy a decir que hay una antropología ‘fija’ que nos determina a ser como somos, aunque la experiencia y la historia nos muestra que nos hemos relacionado con la naturaleza de una manera bastante instrumental. Si eso lo trasladamos a otro planeta, la historia volvería a repetirse. Y esa no sería la solución, sino encontrar otra manera de relacionarnos con la naturaleza. Algo tan básico como preservar la memoria histórica para no cometer los mismos errores. Algo que a pesar de ser, como decía, tan básico, no siempre se cumple”.
No solo la relación con el nuevo entorno es un tema a pensar. También lo que puede llegar a ser la relación entre los colonos mismos. En ese sentido, Drews piensa que nos daremos, como acá, instituciones para regular la convivencia y enfatiza la importancia de lo educativo y formativo, no solo en aspectos racionales sino también en lo que hace la sensibilidad.
Bernardo Borkenztain, químico y divulgador filosófico, parte del siguiente postulado: “No es lo mismo que nos tengamos que escapar de la Tierra porque otra especie nos está corriendo o porque destruimos al planeta como en Interestelar que —como está haciendo Elon Musk— estemos buscando una fuente de riqueza fuera de nuestro planeta. Lo segundo es una opción, lo primero no. Nuestro primer derecho es sobrevivir, y si nuestra supervivencia está amenazada en la Tierra, tenemos el derecho moral a intentarlo en otro lugar”.
Luego está la disyuntiva de a quiénes elegiríamos para ser los pioneros en el Nuevo Mundo. “Imaginate que en la primera misión enviamos a un asesino. Esa persona eventualmente se convertiría en un peligro para sus compañeros. Lo que ya se sabe por la ciencia ficción es que tienen que ser personas sumamente inteligentes y formadas en más de una profesión, porque no podés mandar una persona por disciplina. El médico debería ser también geólogo, el ingeniero también ser veterinario…”
¿Qué pasaría si en algún momento llegamos a instalarnos en otro planeta y hay vida sensible? Borkenztain plantea más de un escenario. Si arribamos porque no tenemos otra opción que hacerlo para sobrevivir, tendríamos derecho a instalarnos, por más que ahí ya haya vida.
Pero a partir de esa situación surgen otras preguntas: ¿qué tipo de vida es?, ¿se trata de vida bacterial o hay formas más evolucionadas?, ¿tenemos algún tipo de imperativo ético? Otra vez, depende de las circunstancias en las que hemos arribado. “Si tengo que ser malo para no morir, prefiero ser malo y vivir. Pero no tenemos derecho a destruir esa vida en aras de un modelo de explotación comercial”.
Como se ve, vamos a tener que enfrentarnos a complicados desafíos tecnológicos y dilemas filosóficos cuando empecemos a colonizar lo que esté a nuestro alcance en el universo.
Qué llevarse a otro planeta
Hay que irse, no queda otra. La Tierra está a punto de colapsar y hay que abordar la nave para viajar hacia el Nuevo Mundo. ¿Qué cosa tangible, y qué intangible, te llevarías? El investigador Julio Rezende, brasileño él, dice que algunas de las comidas que le son familiares. Y música. El astrónomo Gonzalo Tancredi, en tanto, dice que de lo tangible se llevaría “una valija de herramientas, incluyendo unos rollos de cinta ‘pato’ y alambre. Siempre viajo en el auto con eso”. De lo intangible: “La posibilidad de mirar el cielo estrellado; algo que no es seguro en cualquier planeta porque podría estar cubierto de nubes”. Bernardo Borkenztain se llevaría una vaca para poder hacer dulce de leche. “Y de lo intangible la vocación republicana que tenemos los uruguayos”. Pablo Drews dice que se llevaría libros de los filósofos Carlos Vaz Ferreira y Friedrich Nietzsche en lo que hace a objetos materiales. ¿Y de lo inmaterial? “El ideario de libertad, igualdad y fraternidad”.